Viviendo en la economía de la incertidumbre: claves del 2025

A veces, cuando me detengo a observar el panorama económico mundial, siento que estoy contemplando un tablero de ajedrez donde las piezas cambian de forma a cada jugada. 2025 no es un año más: es el reflejo de una era que se debate entre los vestigios de la estabilidad que conocimos y una nueva lógica global aún por definirse. La economía no solo crece o se estanca; también se redefine.

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EMILANO GÓMEZ

6/11/20253 min read

Y hoy más que nunca, su rasgo distintivo es la incertidumbre. Describir la situación actual, paradójicamente, no es difícil. Lo complejo es anticipar lo que vendrá. A grandes rasgos, lo que vemos es un crecimiento moderado, una inflación que, tras meses de esfuerzo monetario, parecía bajo control, y unos mercados que, sin embargo, no terminan de recuperar la confianza.

Todo apunta a que estamos ante un momento de transición, en el que las fuerzas tradicionales que movían la economía ya no son las únicas que importan. Uno de los elementos que más está contribuyendo a este escenario es el papel de Estados Unidos, que ha dejado de ser el referente absoluto del orden económico para convertirse, en muchos sentidos, en su principal disruptor. Las recientes estrategias del expresidente Trump, quien ha reaparecido en la escena con renovadas pretensiones de liderazgo, no hacen sino añadir más presión al ya inestable equilibrio internacional. Su enfoque negociador, basado en las contraofertas bilaterales, plantea una ruptura con el modelo multilateral que ha regido el comercio global durante décadas.

Esta incertidumbre —visible no solo en los discursos políticos, sino también en indicadores como los índices de política económica— alcanza niveles que no veíamos ni en los momentos más duros de la pandemia o la guerra en Ucrania. Y esto tiene consecuencias concretas. Cuando los agentes económicos —familias, empresas, inversores— sienten que el futuro es incierto, actúan con cautela: se gasta menos, se invierte menos, se planifica menos. La actividad se enfría, el PIB se resiente y el crecimiento se vuelve una promesa lejana. He podido constatar cómo, en este contexto, los países comienzan a replegarse, a buscar salidas individuales. Algunos miran más hacia Asia, con especial atención a China e India. Otros intentan diversificar alianzas. Ya no se trata solo de evitar una dependencia excesiva de Estados Unidos, sino de adaptarse a un entorno en el que las reglas del juego están en constante mutación. Y es en este reordenamiento donde las economías emergentes juegan un papel clave.

China sigue siendo un actor central, pero ya no es el único. India, con su vigor demográfico y su crecimiento tecnológico, comienza a ocupar el lugar que parecía reservado a otros. Países como Brasil, dentro de América Latina, muestran signos de estabilidad que los colocan en mejor posición que en crisis anteriores. No hay un solo eje de poder económico, y eso multiplica las opciones… pero también las tensiones. Los conflictos geopolíticos actúan como catalizadores de esta incertidumbre.

La guerra entre Rusia y Ucrania, las tensiones en Oriente Medio, o incluso las fricciones en el Pacífico, no son solo noticias internacionales: tienen efectos inmediatos en los precios, en la inversión, en el comercio. La inflación, que creíamos bajo control, vuelve a acecharnos a través de vías indirectas: los aranceles, la disrupción en las cadenas de suministro, la inestabilidad energética. Los consumidores estadounidenses —y con ellos, los del resto del mundo— comenzarán a notar los efectos de las decisiones políticas más recientes. Los aranceles introducidos para proteger la producción nacional terminarán, como siempre, trasladándose al consumidor final. Los márgenes empresariales se comprimirán. Y si a eso le sumamos una posible depreciación del dólar frente al euro, el impacto se trasladará también a las economías europeas, que ya enfrentan sus propios desafíos.

En Estados Unidos, además, se evidencia una tensión cada vez más visible entre la política fiscal del Ejecutivo y la política monetaria de la Reserva Federal. Jerome Powell, en sus últimas intervenciones, ha dejado claro que no contempla una subida inmediata de tipos, pese al repunte de los precios. Pero esta postura choca con el escenario político, que empuja hacia medidas expansivas para mantener el ritmo económico.

¿Puede mantenerse la independencia del banco central en este contexto? Es una pregunta que no tiene aún respuesta, pero que define parte del conflicto de fondo. Lo que está claro es que cada ajuste en los tipos de interés, cada mensaje ambiguo, tiene efectos que trascienden las fronteras: se enfría la inversión, se altera el mercado de bonos, se afecta el crédito y, en última instancia, se deteriora la economía real. Los riesgos estructurales, que parecían dormidos, están nuevamente sobre la mesa. A veces pienso que lo más complejo no es entender la economía, sino convivir con su imprevisibilidad.

El 2025 nos está enseñando que las certezas ya no abundan, y que la adaptabilidad será la clave para navegar los próximos años. Como economista, observo con atención. Como ciudadana, me preocupo. Pero, como siempre, la historia se escribe en tiempo real. Y nos toca escribirla con las herramientas —y los márgenes de maniobra— que nos quedan.