Una semana crítica en los mercados: luces y sombras de un cambio de ciclo
La semana que dejamos atrás ha sido, sin lugar a dudas, una de las más complejas que recuerdo en lo que va de año. No solo por la intensidad de las caídas, que ya venían acumulándose desde jornadas anteriores, sino por la sensación cada vez más evidente de que no estamos ante una simple corrección pasajera. Lo que estamos viviendo podría ser el preludio de una transformación profunda, casi tectónica, en la forma en que se mueven los mercados financieros a escala global.
ACTUALIDAD MERCADOS
SANTI CULLELL
4/13/20255 min read


La semana que dejamos atrás ha sido, sin lugar a dudas, una de las más complejas que recuerdo en lo que va de año. No solo por la intensidad de las caídas, que ya venían acumulándose desde jornadas anteriores, sino por la sensación cada vez más evidente de que no estamos ante una simple corrección pasajera. Lo que estamos viviendo podría ser el preludio de una transformación profunda, casi tectónica, en la forma en que se mueven los mercados financieros a escala global.
Desde hace tiempo, observo con creciente inquietud cómo los pilares sobre los que se ha sostenido la economía mundial durante las últimas décadas comienzan a mostrar señales de fatiga. Y no me refiero únicamente a factores coyunturales como la inflación o los conflictos geopolíticos, sino al agotamiento de un modelo estructural que ha sustentado el crecimiento desde la posguerra: la hegemonía del dólar, el déficit estadounidense como motor de la demanda global, y la externalización masiva de la producción.
Hoy, ese equilibrio parece tambalearse. Estados Unidos se enfrenta al reto de refinanciar más de 7 billones de dólares en deuda, en un contexto de tensiones comerciales crecientes y pérdida de confianza internacional. Las medidas adoptadas por su gobierno reflejan un enfoque cada vez más mercantilista: exigir compras de deuda, repatriar producción, imponer condiciones bilaterales. La política fiscal se estrecha, y los márgenes para maniobrar son cada vez más limitados. Todo esto está teniendo un impacto directo en los mercados. Lo que antes considerábamos “cisnes negros” —eventos improbables y disruptivos— se ha convertido en parte del paisaje habitual. La volatilidad ha dejado de ser una excepción para convertirse en la norma. En este entorno, la gestión del riesgo ya no es una opción: es una obligación.
La respuesta profesional: prudencia estratégica
Ante este escenario, la respuesta más sensata ha sido reducir exposición y aumentar la liquidez. Durante los últimos meses, ya se había detectado un exceso de apetito por el riesgo, un síntoma habitual que anticipa fases de desapalancamiento desordenado. Es una historia que se repite: sucedió antes del tapering de 2018, con la crisis sanitaria de 2020 y con la corrección tecnológica de 2022. Hoy asistimos a una nueva vuelta de tuerca. Mantener la liquidez ha dejado de ser un lastre. Ahora, por fin, remunera. Y se convierte en un auténtico salvavidas cuando todo lo demás se tambalea. En momentos de tensión, lo primero que se vende es lo más líquido: la deuda gubernamental. Pero a medida que el nerviosismo crece, el efecto dominó alcanza también a los activos menos líquidos, que sufren aún más ante la falta de compradores. Por eso, el verdadero refugio es la capacidad de aguantar, de observar desde la barrera hasta que las condiciones mejoren.
El nuevo tablero geopolítico y el repliegue del dólar
Uno de los elementos más determinantes de esta nueva etapa es la reconfiguración geoeconómica. Estados Unidos ha iniciado una batalla estratégica por el control de los recursos clave del siglo XXI: tecnología, semiconductores, materias primas críticas, medios de pago. Esta "guerra fría económica" está erosionando la supremacía del dólar, al tiempo que impulsa a otros bloques —como Europa o Asia— a redefinir sus posiciones. En este contexto, los activos más atractivos ya no son solo los que prometen rentabilidad, sino aquellos que ofrecen resiliencia. La deuda colateralizada vuelve a tener protagonismo, así como las grandes compañías con balances sólidos y capacidad de adaptación. La rentabilidad asimétrica —es decir, aquella que permite ganar más de lo que se puede perder— se convierte en la estrategia más deseada.
Europa: entre la dispersión y la oportunidad
Frente al repliegue estadounidense, Europa empieza a emerger como una alternativa atractiva para los inversores globales. Durante demasiado tiempo, el Viejo Continente ha sido infravalorado.
Pero hoy, con un EE. UU. condicionado por su propio ajuste fiscal, y un panorama regulatorio más hostil para las tecnológicas, muchos fondos están empezando a mirar hacia aquí con otros ojos. Países como Alemania tienen margen para estimular su demanda interna, y en conjunto la región presenta múltiples sectores con valor. No obstante, hay que recordar que Europa no es un mercado único: son 27 economías con normativas, monedas y dinámicas distintas. Eso complica la estrategia, pero también amplía el abanico de oportunidades. En este nuevo ciclo, hay sectores especialmente favorecidos. La banca, los gestores de activos y los intermediarios financieros se benefician directamente del retorno de capital extranjero. Las industrias tradicionales —como la construcción o el acero— viven un nuevo auge ligado a la transición energética y a los proyectos de infraestructuras. El sector de utilities, por su parte, se ve impulsado por el aumento de la demanda energética, especialmente desde la revolución tecnológica vinculada a la inteligencia artificial y las criptomonedas. I
nvertir solo en lo que se entiende
Una lección que vuelve a adquirir relevancia es la importancia de la simplicidad. En tiempos de incertidumbre, es esencial entender bien en qué se invierte. Lejos de seguir modas o indicadores populares como el VIX o los índices de miedo, hay quienes prefieren desarrollar sus propios modelos. Observar la valoración relativa entre activos similares, el posicionamiento de los grandes fondos, la dispersión de precios o las condiciones financieras generales son prácticas que ofrecen una visión más clara y profunda de lo que está ocurriendo. No se trata de adivinar el futuro, sino de evaluar constantemente las señales que ya están en el presente. Y, sobre todo, de tener la humildad de reconocer que no siempre los catalizadores de una inversión se materializan a tiempo. Saber cuándo retirarse a tiempo puede marcar la diferencia entre un error y una catástrofe.
Un consejo para el inversor inquieto
En momentos de elevada volatilidad, es lógico que muchos inversores se sientan desorientados. ¿Qué hacer? ¿Vender? ¿Comprar el "dip"? ¿Esperar? La respuesta no es universal, pero sí hay una recomendación clara: contar con un profesional de confianza. Alguien que entienda el lenguaje del mercado, que haya vivido otras crisis, y que sepa traducir la complejidad en decisiones racionales. Lo mismo que uno hace con un médico cuando tiene dudas sobre su salud.
Lo que estamos viendo no es un episodio aislado. Es el reflejo de un cambio profundo, una transición de modelo que afectará al modo en que se invierte, se produce y se comercia a escala mundial. La clave no está en adivinar el próximo movimiento del mercado, sino en construir carteras que puedan resistir el temporal sin perder de vista el horizonte a largo plazo. Hoy más que nunca, invertir no es solo buscar rentabilidad. Es también una forma de navegar —con prudencia, información y criterio— por un mundo en transformación.
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