Un viaje al corazón de la tormenta financiera de Japón

Os quiero hablar de algo que considero de suma importancia y que, como la tormenta que ahora mismo azota a Japón, se cuece a fuego lento y amenaza con desatar un huracán financiero con consecuencias globales. Me refiero a la encrucijada en la que se encuentra Japón, un país que durante décadas ha estado alimentando su crecimiento a base de deuda y tipos de interés bajísimos.

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EMILIANO GÓMEZ

6/4/20255 min read

Hoy, esa política está empezando a mostrar grietas peligrosas, con un coste de financiación que empieza a dispararse y un riesgo de contagio que podría extenderse desde Asia hasta Europa y Estados Unidos. Permitidme que os lleve a un recorrido para comprender cómo hemos llegado a este punto. Japón lleva más de 30 años embarcado en una política de expansión monetaria y endeudamiento. Desde 1990, el país ha logrado mantener el coste de su deuda en niveles casi irreales: el bono a 10 años, que marca cuánto tiene que pagar el gobierno para financiarse, apenas superaba el 0% en algunos periodos. Durante años, gracias a un Banco de Japón hiperactivo en el mercado, el país pudo sostenerse en un mar de deuda sin apenas preocuparse por las consecuencias.

¿Por qué Japón pudo mantener esta política durante tanto tiempo? La respuesta es sencilla: la inflación apenas asomaba la cabeza. Cada repunte de precios que amenazaba con desestabilizar la economía nipona se desinflaba con la misma rapidez con la que surgía. Así fue en los 90, en 1998, en 2008, en 2014 e incluso parecía que también en 2023. Hasta hace apenas un año, la inflación en Japón era algo anecdótico. Pero las cosas están cambiando. Ahora, la inflación ha alcanzado niveles que no se veían desde hace tres o cuatro décadas, en el entorno del 3,5% o 4%. Y, aunque el Banco de Japón solo ha podido subir tímidamente los tipos de interés hasta el 0,50%, el impacto en el coste de financiación ya es evidente y preocupante. Hoy, el gobierno japonés ha pasado de financiarse gratis a tener que pagar un 1,5% por los bonos a 10 años, y un 2,4% si se trata de deuda a 20 años.

Esta subida, aunque parezca modesta, es suficiente para poner en jaque a una economía con un nivel de deuda descomunal: un 240% del PIB, más de dos veces lo que el país produce en bienes y servicios cada año. He seguido de cerca cómo el Banco de Japón ha manipulado el mercado durante décadas, recurriendo a la expansión cuantitativa —el famoso "quantitative easing"— para crear dinero y comprar deuda a mansalva. Esto permitió al gobierno japonés endeudarse sin límites y mantener los tipos artificialmente bajos. Tanto fue así que el propio Banco de Japón llegó a acumular más del 50% de toda la deuda emitida por su gobierno.

Pero este modelo tiene un coste. Y ahora, cuando la inflación no cede y los tipos tienen que subir para contenerla, el sistema entero empieza a crujir. La situación actual tiene otro ingrediente clave: la caída de la demanda de bonos japoneses. Desde noviembre de 2013 apenas han reducido su balance en 21 billones de yenes, pero el impacto ya es visible. Las dos últimas subastas de deuda a largo plazo han fracasado estrepitosamente. El 20 de mayo, la subasta a 20 años no consiguió la demanda necesaria, y el 28 de mayo, la colocación a 40 años fue la peor en una década. Esto es señal de que los inversores están cada vez más preocupados.

Sin demanda suficiente, el precio de los bonos cae y su rentabilidad —el coste de financiación— sube aún más. A esta desconfianza de los inversores se suman las alarmas que llegan desde las aseguradoras japonesas, segundo gran comprador de deuda nipona. Estas compañías acumulan pérdidas latentes de más de 60.000 millones de dólares en sus carteras, una cifra que puede convertirse en un quebradero de cabeza para la estabilidad del sistema financiero japonés. No es de extrañar que el propio ministro japonés haya hecho una comparación que hiela la sangre: Japón, dice, está peor que Grecia en 2010, el año en que el país heleno tuvo que reconocer que no podía pagar sus deudas y necesitó un rescate que arrastró a la periferia europea. Aquella crisis sacudió los cimientos de países como España, Italia y Portugal. La mera mención de que Japón, la tercera mayor economía del mundo, podría estar en una situación similar debería ser suficiente para que encendamos todas las alertas. Pero la preocupación no se limita solo a Japón. Japón es uno de los mayores inversores extranjeros en activos estadounidenses y europeos: más de 1,1 billones de dólares en deuda y acciones de EE. UU. y medio billón en Europa.

Si los inversores japoneses empiezan a repatriar su dinero para cubrir sus propias necesidades —lo que ya está sucediendo de forma tímida—, podría haber una ola de ventas de bonos y acciones en estos mercados. Esto encarecería la financiación de Europa y EE. UU., poniendo en aprietos a otras economías muy endeudadas. He observado que el Banco de Japón está intentando encontrar un delicado equilibrio. Por un lado, necesita contener la inflación y dar confianza a los inversores. Por otro, sabe que si sube demasiado los tipos de interés, provocará una recesión severa. Es un dilema sin solución fácil. La inflación está enquistada, pero el crecimiento económico es nulo o negativo, lo que conocemos como estanflación. El riesgo de colapso es real. Por si fuera poco, el tipo de cambio yen-dólar se convierte en un termómetro de la tensión.

Sabemos que cuando el yen se fortalece, como ocurrió el verano pasado, muchos inversores tienen que deshacer posiciones y los mercados globales tiemblan. Ahora mismo, la barrera psicológica de 140 yenes por dólar es un nivel crítico que sigo con atención. La lección que extraigo de este momento es clara: endeudarse sin límite no es sostenible. Japón, que durante décadas ha comprado crecimiento a crédito, hoy tiene que enfrentarse a la factura de ese festín. Una deuda del 240% del PIB es un peso insoportable cuando la inflación y los tipos empiezan a subir. Y lo más preocupante es que este escenario no es exclusivo de Japón. Europa y Estados Unidos también han seguido políticas de deuda expansiva durante años. Tarde o temprano, todos tendremos que pagar la cuenta. Os agradezco que hayáis compartido este análisis conmigo. Como siempre, sigo cada paso que da el mercado y os mantendré informados de lo que ocurre. Porque si algo he aprendido de esta crisis japonesa es que, cuando un país se endeuda sin límite, la tormenta puede tardar en llegar, pero al final siempre estalla. Mucha suerte con vuestras inversiones. Nos vemos en el próximo análisis.