Un verano bajo tensión: entre la geopolítica, la desaceleración económica y la incertidumbre global

La semana del 23 al 27 de junio de 2025 me encuentra en medio de un panorama internacional marcado por tensiones que se entrelazan entre lo económico, lo político y lo militar. El conflicto entre Israel e Irán, que parecía encaminarse a una tregua diplomática, ha dado un vuelco dramático con la intervención directa de Estados Unidos. La madrugada del domingo, la Casa Blanca confirmaba ataques quirúrgicos contra instalaciones nucleares clave en Irán. Esta operación, tan estratégica como arriesgada, reaviva el espectro de una escalada regional de consecuencias imprevisibles.

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DANIEL GIL

6/23/20252 min read

Desde mi perspectiva, la estabilidad que respirábamos hace apenas unas semanas se ha disipado. El petróleo, termómetro de la tensión geopolítica, lo deja claro: aunque el Brent se estabilizó en torno a los 77 dólares por barril tras el primer amago de distensión, el precio continúa un 20% por encima de los niveles de mayo. Y los analistas no descartan que supere los 130 dólares si el estrecho de Ormuz —arteria vital del suministro energético global— se ve comprometido.

En Europa, el foco se desplaza hacia la OTAN. La cumbre que se avecina promete ser cualquier cosa menos tranquila. El debate sobre aumentar el gasto militar al 5% del PIB ha encendido alarmas en Madrid, París y Bruselas. Las tensiones internas reflejan no solo diferencias económicas, sino profundas divergencias sobre la política exterior y de seguridad en un continente aún cicatrizando de la última década de crisis. El escenario económico no es menos volátil.

En Estados Unidos, la Reserva Federal permanece dividida entre quienes ven margen para recortes de tipos y quienes abogan por la prudencia ante la resistencia de la inflación. Las ventas minoristas y la producción industrial ofrecen señales de enfriamiento.

En Europa, la inflación ha cedido ligeramente, pero el crecimiento económico se desacelera, con Alemania y Francia flirteando con la contracción. Mi atención se ha centrado también en los mercados financieros. Pese al ruido de fondo, la renta variable ha demostrado una resiliencia sorprendente, sobre todo en el sector tecnológico estadounidense y la industria militar europea. No obstante, persiste una rotación hacia sectores defensivos, en un entorno donde el oro y los activos refugio resurgen como protagonistas.

La estrategia de diversificación, que muchos despreciaban en épocas de bonanza, se ha convertido ahora en una aliada indispensable. Las carteras multi-activo han registrado su mejor desempeño desde 2008, y el clásico equilibrio 60/40 entre renta variable y renta fija vuelve a brillar.

La renta fija, por su parte, se ha mantenido estable, atrapada entre la aversión al riesgo y los temores inflacionistas. Mientras tanto, las divisas reflejan la misma dualidad: el euro cede ligeramente frente al dólar, pero conserva ganancias anuales, y la evolución del crudo seguirá siendo clave en su comportamiento. En este contexto de fragilidad, los catalizadores económicos de la semana se tornan aún más relevantes. Desde la publicación del deflactor PCE en Estados Unidos hasta los PMI en Europa y los datos de inflación en España, cada cifra será escrutada en busca de pistas sobre el rumbo de las políticas monetarias y la salud de la economía global.

El sentimiento general, compartido por analistas e inversores con los que he conversado, es que entramos en una fase crítica. La intervención militar estadounidense en Irán cambia las reglas del juego. Y aunque la historia sugiere que los mercados suelen absorber estos choques con el tiempo, el corto plazo será inevitablemente volátil. Mi conclusión es clara: 2025 está demostrando que la prudencia, la gestión activa del riesgo y una diversificación estratégica no son solo consejos sensatos, sino requisitos indispensables para navegar un mundo en transición.

Entre la diplomacia y el fuego, entre los datos macro y los misiles, nos toca decidir cómo y dónde mantenernos firmes.