Un impulso necesario: la industria como motor del cambio económico
Siempre me ha parecido fascinante cómo los grandes retos pueden transformarse en oportunidades si se afrontan con la mirada adecuada. Hoy, el escenario geopolítico y los compromisos internacionales, como el adquirido por España con la OTAN, nos colocan frente a una coyuntura que bien podría reconfigurar el tejido productivo del país: el incremento del gasto en defensa. A primera vista, puede parecer que este tipo de inversión responde únicamente a exigencias externas o a cuestiones estratégicas ajenas al ciudadano de a pie.
ACTUALIDAD MERCADOS
EMILIANO GÓMEZ
4/4/20253 min read


Siempre me ha parecido fascinante cómo los grandes retos pueden transformarse en oportunidades si se afrontan con la mirada adecuada. Hoy, el escenario geopolítico y los compromisos internacionales, como el adquirido por España con la OTAN, nos colocan frente a una coyuntura que bien podría reconfigurar el tejido productivo del país: el incremento del gasto en defensa. A primera vista, puede parecer que este tipo de inversión responde únicamente a exigencias externas o a cuestiones estratégicas ajenas al ciudadano de a pie.
Sin embargo, si se gestiona con inteligencia, esta expansión presupuestaria podría actuar como catalizador de una transformación profunda de nuestra economía. Y, sin duda, la gran beneficiada sería la industria, el gran músculo productivo que durante décadas ha permanecido en un segundo plano, relegado por un modelo económico excesivamente centrado en los servicios, el turismo y la construcción. Imagino una España en la que la industria recupera su protagonismo, donde los jóvenes hallan empleo en sectores tecnológicos avanzados, donde las fábricas innovan en defensa, ciberseguridad o aeroespacial, y donde las inversiones ya no se perciben como gasto, sino como apuesta de futuro. Esta es la oportunidad que se nos presenta. No se trata solo de comprar más armamento o de cumplir con un porcentaje del PIB comprometido ante organismos internacionales.
Se trata de aprovechar esta coyuntura para fomentar el desarrollo de empresas con alto valor añadido, que puedan establecerse en distintas regiones del país, contribuyendo a su vertebración y al equilibrio territorial. Por eso considero acertado que este impulso tenga su epicentro en el Ministerio de Industria, ahora bajo la dirección de Jordi Hereu. Se trata de una figura con experiencia en la política industrial y con una visión integradora, capaz de tejer acuerdos entre administraciones autonómicas y el sector empresarial. Su perfil conciliador es justo lo que se necesita para coordinar un plan de país que combine visión estratégica con ejecución local.
El contexto, sin embargo, no es sencillo. La inversión privada en nuestro país sigue anclada en el 3,5% del PIB, un porcentaje similar al de antes de la pandemia. Aunque las empresas continúan invirtiendo, la mayoría lo hace en sectores tradicionales o en economías más competitivas. El elevado coste de la energía, la incertidumbre económica y la regulación restrictiva han mermado el atractivo industrial español. De hecho, mientras otros países europeos como Alemania sufren recesión, en España la producción industrial se ha desplomado con mayor virulencia.
Además, la industria española enfrenta crecientes dificultades para exportar, ya sea por aranceles, falta de competitividad o baja especialización. Esta situación podría revertirse si se inyectaran los 80.000 millones de euros que representaría el 5% del PIB comprometido en defensa. Sería una inyección económica similar al plan de reconstrucción tras la pandemia, pero con una orientación clara hacia la tecnología y la innovación. El ejemplo de Estados Unidos es revelador. Allí, el 64% de las compras de armamento se destinan a empresas nacionales, lo que ha generado un potente ecosistema industrial vinculado a la defensa. Europa, aunque más rezagada, comienza también a apostar por esta vía.
En Alemania, por ejemplo, el rearme se acompaña de políticas de deslocalización inversa para recuperar producción propia y estratégica. España no puede quedarse atrás. Esta inversión no solo tiene el potencial de reactivar la industria, sino de reconfigurar el modelo económico en su conjunto. Si somos capaces de aprovechar el gasto en defensa para impulsar sectores como la robótica, la inteligencia artificial o la manufactura avanzada, estaremos sembrando las bases de un crecimiento más sostenible y equilibrado.
Porque, al final, no se trata solo de fabricar más armas, sino de crear conocimiento, empleo de calidad y tejido productivo que nos permita afrontar el futuro con mayor solidez. El desafío está servido. Y la industria, tantas veces olvidada, podría ser nuestra mejor aliada.
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