Trump y su nueva ley fiscal: ¿un alivio para unos, un riesgo para todos?
Me encuentro analizando los efectos de la recién aprobada ley fiscal de Donald Trump, un cambio que, en mi opinión, va mucho más allá de un simple ajuste de impuestos. Para muchos, esta medida puede sonar como un bálsamo para los bolsillos de los estadounidenses más acomodados, pero para otros, se vislumbra como una amenaza latente de crisis y desestabilización a escala global.
ACTUALIDAD MERCADOS
EMMA TUCKER
5/29/20253 min read


Trump ha dado luz verde a una bajada impositiva para los más ricos, del 17%, que además irá acompañada de drásticos recortes en programas sociales esenciales: ayudas a los más desfavorecidos, a la educación, a la alimentación. Lo que a primera vista parece un estímulo para el crecimiento económico, se convierte rápidamente en un caldo de cultivo para la desigualdad.
Mientras en Estados Unidos se desmantelan las redes de protección social, el presupuesto que deja de invertirse en educación o sanidad pasará a engrosar las partidas militares o a consolidar los intereses de las grandes fortunas. Como periodista, no puedo evitar reflexionar sobre el contraste con lo que ocurre en Europa. Aquí, se refuerzan los impuestos a las rentas más altas para poder financiar servicios públicos y también, como bien sabemos, las inversiones en defensa, un tema que ha cobrado particular importancia a raíz de la guerra de Ucrania y del contexto geopolítico incierto que vivimos. Es un escenario que refleja de manera muy nítida las diferencias ideológicas entre ambos lados del Atlántico. La historia nos ofrece un espejo en el que podemos ver reflejada la ambición hegemónica de Estados Unidos. Desde Richard Nixon y su famosa frase “América primero”, pasando por Ronald Reagan y su cruzada anticomunista, hasta llegar al presente, los estadounidenses han mantenido una política exterior basada en el dólar como herramienta de poder. Hoy más que nunca, esta divisa inunda el mundo, alimentada por los déficits presupuestarios estadounidenses y respaldada por la influencia de Wall Street y la Reserva Federal. Pero, ¿qué significa esto para el resto del mundo?
Cuando Estados Unidos se endeuda para financiar sus recortes fiscales, esos dólares extra se convierten en inversiones y préstamos hacia el exterior, lo que genera dependencias económicas que pueden ser peligrosas. Es aquí donde temo que el nuevo ciclo de inestabilidad global esté echando a andar: la economía mundial, ya frágil por la pandemia y los conflictos bélicos, podría tambalearse aún más ante la posibilidad de que Estados Unidos, a la larga, no pueda sostener su propio modelo fiscal. El propio Valéry Giscard d’Estaing, ministro francés de Economía en los años setenta, denominó a este fenómeno el “privilegio exorbitante” del dólar.
Un privilegio que, sin embargo, no está exento de riesgos. La historia nos ha mostrado cómo la abundancia de dólares puede alimentar burbujas financieras que, tarde o temprano, estallan, dejando a su paso un reguero de ruina y desempleo. Hoy en día, Europa intenta caminar por una senda más equilibrada. Aunque nuestras economías también están profundamente vinculadas a las dinámicas del dólar, la presión fiscal progresiva y el esfuerzo por sostener el gasto social ayudan a amortiguar algunos de los golpes que podrían llegar de un nuevo ciclo de inestabilidad financiera. Pero no podemos confiarnos: la interdependencia global es tan profunda que las crisis ya no reconocen fronteras. Me pregunto entonces si, en última instancia, este experimento fiscal estadounidense no será otro episodio más en la larga historia de crisis que se repiten.
Cuando los recortes fiscales benefician a una élite y dejan a la mayoría en la estacada, se alimenta la desigualdad y se generan las condiciones para nuevas burbujas financieras. Y cuando esas burbujas revientan, como ocurrió en 2008, el mundo entero paga el precio. La pregunta que me hago —y que nos deberíamos hacer todos— es hasta qué punto el resto del mundo puede permitirse seguir atado a los vaivenes de la política fiscal y monetaria de Estados Unidos. Porque, aunque el dólar siga siendo la moneda de referencia global, su fuerza no puede ser excusa para ignorar las consecuencias sociales y políticas que esta decisión traerá consigo. Mientras tanto, en Europa seguiremos mirando con recelo y preocupación la factura de la nueva ley fiscal de Trump, con la esperanza de que esta vez, las lecciones de la historia sirvan para evitar un nuevo desastre financiero mundial.
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