Trump y Musk: una ruptura que sacude el poder en Estados Unidos

No deja de asombrarme cómo, en el tablero de la política y la economía global, algunas alianzas pueden transformarse en rivalidades tan agudas como estratégicamente destructivas. La reciente ruptura entre Donald Trump y Elon Musk es una muestra perfecta de este fenómeno: una colisión de egos, poder e intereses que amenaza con tener repercusiones no solo personales, sino también institucionales y económicas de gran alcance.

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6/11/20252 min read

Ambos personajes compartían hasta hace poco un entendimiento tácito. Trump, con su estilo provocador y su capacidad para movilizar a millones de votantes, veía en Musk a un aliado simbólico: el empresario rebelde, desafiante del sistema y dueño de algunas de las compañías más influyentes del mundo. Musk, por su parte, aprovechaba su cercanía al poder para empujar decisiones que beneficiaban sus intereses corporativos, desde los subsidios a los coches eléctricos hasta los contratos millonarios con el Pentágono y la NASA. Pero como suele ocurrir con los vínculos que se forjan más en la conveniencia que en la convicción, esta relación comenzó a resquebrajarse.

El punto de inflexión fue la abierta crítica de Musk a Trump y su posible regreso a la Casa Blanca. A partir de ahí, el expresidente no tardó en responder con su conocida artillería retórica: acusaciones, amenazas veladas y una campaña para minar la reputación del empresario. Lo más grave, sin embargo, es que ha comenzado a señalar directamente los contratos públicos que alimentan a empresas como Tesla, SpaceX y Starlink, insinuando posibles cancelaciones o investigaciones. Desde la trinchera opuesta, Musk tampoco se ha quedado callado. Ha lanzado dardos contra Trump desde sus redes y plataformas, e incluso se ha especulado con su apoyo a terceros partidos, lo cual podría dividir el voto conservador.

También ha borrado fotos compartidas con el expresidente y ha reconfigurado la narrativa de su papel en la política estadounidense. Lo más preocupante de este enfrentamiento no son los ataques personales —a los que ambos están acostumbrados—, sino el daño estructural que puede provocar. Empresas como SpaceX o Starlink no solo son esenciales para la infraestructura tecnológica de EE.UU., sino que también representan una parte sustancial del gasto federal en innovación. Romper ese equilibrio por venganza política pone en riesgo no solo la estabilidad de esas compañías, sino también la reputación del propio gobierno como socio confiable en el desarrollo estratégico. Además, se ha abierto una caja de Pandora sobre la dependencia pública que existe hacia ciertos imperios privados. Si bien Musk ha capitalizado esa red de contratos, ahora esa misma red se convierte en un arma de doble filo.

Trump y sus aliados, como Steve Bannon, incluso han pedido formalmente que se le investigue por consumo de drogas y vínculos con China, una acusación que busca erosionar tanto su influencia empresarial como su legitimidad ante el electorado. La escena que se perfila es la de una guerra total en el seno del poder republicano y tecnológico estadounidense. Una lucha que, como suele suceder en los grandes divorcios, puede destruir más de lo que pretende corregir. Ambas figuras tienen los recursos para resistir por separado, pero su enfrentamiento puede acabar debilitando tanto al partido como al ecosistema de innovación del país.

Estados Unidos se encuentra ahora ante una prueba de fuego: saber si puede gestionar las ambiciones personales de sus líderes sin que el interés nacional quede atrapado en el fuego cruzado. Porque cuando el orgullo y la venganza toman el control de las decisiones políticas, el daño no lo sufre solo una de las partes, sino toda la estructura sobre la que se sostiene el sistema. Y este divorcio, por destructivo que parezca, apenas ha comenzado.