Trump y el imperio en ruinas: el zombi que intenta revivir la hegemonía con ira y confusión

En los últimos años, el liderazgo global de Estados Unidos ha comenzado a mostrar profundas grietas. A pesar de su innegable dominio económico, tecnológico y militar, la crisis de 2008 reveló los límites de un modelo basado en el neoliberalismo, la desregulación y la primacía del dólar como moneda hegemónica. Desde entonces, el país no ha encontrado una fórmula clara para redefinir su papel en el mundo. En este vacío de dirección estratégica, Donald Trump emergió como un síntoma, no como una solución.

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IÑAKI LABADIA

3/25/20252 min read

En los últimos años, el liderazgo global de Estados Unidos ha comenzado a mostrar profundas grietas. A pesar de su innegable dominio económico, tecnológico y militar, la crisis de 2008 reveló los límites de un modelo basado en el neoliberalismo, la desregulación y la primacía del dólar como moneda hegemónica. Desde entonces, el país no ha encontrado una fórmula clara para redefinir su papel en el mundo. En este vacío de dirección estratégica, Donald Trump emergió como un síntoma, no como una solución.

Trump no trae una visión renovada ni una estrategia coherente. Lo que ofrece es una mezcla explosiva de populismo, autoritarismo e incoherencia imperial. Quiere volver a un pasado mitificado, una América grande y autosuficiente (Make America Great Again), pero al mismo tiempo reclama privilegios imperiales que solo pueden sostenerse desde una red globalizada que él mismo critica. Su programa no propone un nuevo orden, sino una regresión imposible. Como un zombi, quiere sorber y soplar a la vez: cerrar fronteras y mantener el control global, destruir las alianzas pero exigir lealtad, sabotear el comercio pero beneficiarse del dólar fuerte. Esta contradicción no es solo ideológica, sino estructural. Estados Unidos se acostumbró durante décadas a comprar más de lo que vendía, financiando su déficit con deuda emitida en su propia moneda.

Gracias al rol dominante del dólar, podía absorber recursos del mundo sin restricciones reales. Las élites financieras estadounidenses prosperaron gracias a esta arquitectura, mientras deslocalizaban industrias, precarizaban el empleo interno y convertían el sueño americano en una ilusión. Ese sistema, perfeccionado durante el neoliberalismo de Reagan y la globalización de los 90 con Clinton, está hoy bajo asedio. La crisis de hegemonía no comenzó con Trump, pero él la ha expuesto en carne viva. La emergencia del populismo, el rechazo a las élites, el auge del proteccionismo y la desconfianza internacional no son casualidades: son síntomas de un imperio fatigado, incapaz de sostener su liderazgo sin recurrir a la fuerza bruta o al chantaje económico. Mientras tanto, el resto del mundo —con China a la cabeza— ha aprendido a moverse sin Estados Unidos, desarrollando sus propios mecanismos de poder y sus sistemas financieros alternativos. Trump no tiene un proyecto para revertir esto. Ofrece nostalgia y miedo. Promete castigar a los enemigos internos y externos, levantar muros y cerrar tratados, pero no puede reconstruir lo que él mismo ha ayudado a demoler.

Su visión es regresiva, incompatible con la complejidad de la economía global actual. No propone un sistema alternativo, sino una venganza contra el presente. Este enfoque, además, es peligroso. Porque si Estados Unidos abandona las reglas que ayudó a construir, si renuncia a los equilibrios que garantizaron la paz relativa de las últimas décadas, lo que queda es un escenario de caos multipolar. Un mundo sin árbitros ni consensos, donde la ley del más fuerte reemplaza al derecho internacional.

En ese contexto, las tensiones con China, Rusia o incluso Europa pueden escalar rápidamente. La retirada de EE.UU. de sus compromisos globales no fortalece su posición: la debilita. Lo paradójico es que, al aferrarse a una visión imperial anacrónica, Trump acelera el declive que pretende evitar. El imperio no se recupera desde la rabia, ni desde el aislamiento, ni desde la mentira. Y mucho menos desde el delirio de creer que el pasado puede volver. Los zombis, por definición, no construyen nada. Solo caminan entre ruinas. Y eso es, en esencia, lo que Trump representa: la imagen descompuesta de una hegemonía que no supo reinventarse.