Trump y el espejismo de los aranceles: el fracaso de una estrategia económica miope
He seguido con atención —y creciente preocupación— el rumbo económico adoptado durante la presidencia de Donald Trump, en especial su obsesión con la imposición de aranceles como solución a los males estructurales de la economía estadounidense. La promesa era clara: reducir la deuda, frenar el déficit comercial y devolver la grandeza industrial a Estados Unidos.
ACTUALIDAD MERCADOS
ALEX SEGURA
4/16/20253 min read


He seguido con atención —y creciente preocupación— el rumbo económico adoptado durante la presidencia de Donald Trump, en especial su obsesión con la imposición de aranceles como solución a los males estructurales de la economía estadounidense. La promesa era clara: reducir la deuda, frenar el déficit comercial y devolver la grandeza industrial a Estados Unidos.
La realidad, sin embargo, ha sido otra. Una montaña de deuda que supera los 36 billones de dólares sigue creciendo, mientras que la guerra comercial con China ha multiplicado la incertidumbre sin ofrecer resultados sostenibles. El problema de fondo es conceptual. Trump abordó la economía con la lógica de un empresario endeudado que pretende cuadrar sus cuentas sin renunciar al gasto, creyendo que podía doblegar a una potencia como China a golpe de arancel. Desde el primer momento, quedó claro que su estrategia estaba condenada al fracaso.
Los aranceles no eliminaron la deuda; por el contrario, los efectos fiscales y monetarios de sus decisiones dispararon el coste de financiación del Estado, encareciendo el pago de intereses y reduciendo el margen fiscal de maniobra. En la práctica, esto se tradujo en algo muy sencillo: Estados Unidos paga ahora más por refinanciar su deuda. En abril, el interés de los bonos a 10 años se situaba en el 4,40 %, cuando hace apenas unos años rondaba el 1,7 %. La diferencia, aunque parezca técnica, tiene consecuencias muy reales: solo refinanciar un billón de dólares implica ahora casi 20.000 millones adicionales en intereses cada año. Es una cifra escalofriante que se añade a un sistema fiscal ya tensionado.
Mientras tanto, los mercados, lejos de calmarse, han reaccionado con nerviosismo. La desconfianza hacia las decisiones del gobierno norteamericano se ha traducido en una fuga parcial de inversores de la deuda estadounidense, algo impensable años atrás. Las compras de bonos por parte de China —uno de los mayores acreedores de EE.UU.— han disminuido notablemente, en un gesto que combina presión diplomática con racionalidad económica. De hecho, desde su punto máximo en 2013, China ha reducido progresivamente su exposición a los bonos del Tesoro. Entre 2016 y 2023, el descenso fue de más de 600.000 millones de dólares. Y sin embargo, Trump insistió. En lugar de buscar el diálogo o explorar soluciones estructurales, optó por tensar la cuerda. La lógica del “América primero” degeneró en una política comercial agresiva y sin estrategia clara. Los aranceles, más que castigar a China, terminaron perjudicando a las empresas y consumidores estadounidenses.
La inflación repuntó, el coste de vida se disparó y los beneficios económicos previstos se diluyeron en un entorno cada vez más volátil. El error estratégico también se evidenció en la dependencia estructural de Estados Unidos hacia productos y componentes asiáticos. Grandes sectores industriales —como el tecnológico— dependen de piezas fabricadas en China. Tratar de sustituir esa interdependencia de la noche a la mañana ha resultado ilusorio y costoso. Y las represalias chinas, medidas con precisión quirúrgica, afectaron exportaciones clave de EE.UU., en especial las del sector agrícola. Lo más preocupante es que todo esto se produjo sin un plan de transición.
No hubo políticas claras para reindustrializar el país ni inversiones estructurales que acompañaran las medidas proteccionistas. La política de Trump fue reactiva, basada en impulsos, sin tener en cuenta la complejidad del comercio global actual. Mientras tanto, el déficit presupuestario aumentó, no disminuyó. He analizado declaraciones de expertos que coinciden en este diagnóstico. Las tarifas no sólo son ineficaces para reducir deuda, sino que además dañan la credibilidad financiera de un país.
Algunos economistas, incluso desde sectores conservadores, han advertido que este tipo de intervenciones recuerdan más a modelos económicos del siglo XIX que a una visión estratégica del siglo XXI. Resulta irónico que el propio Ronald Reagan, ícono del republicanismo, advirtiera en 1987 contra el riesgo de las barreras comerciales y defendiera la apertura como motor de crecimiento. Las lecciones del pasado han sido ignoradas, y lo que debía ser una demostración de fuerza ha terminado siendo una muestra de vulnerabilidad. La conclusión es clara: los aranceles no son una solución mágica.
No reducen la deuda, no equilibran el déficit y no reactivan la industria si no están acompañados de una estrategia coherente. La guerra comercial de Trump fue, en el mejor de los casos, un tiro errado. En el peor, un experimento costoso que dejó cicatrices profundas en la economía estadounidense. Y mientras tanto, el mundo observa cómo el gigante norteamericano tropieza con su propia arrogancia.
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