Trump, mercados y el fuego cruzado de la guerra arancelaria
A veces tengo la impresión de que la economía global se tambalea al ritmo de los tuits de un solo hombre. Y no me refiero únicamente a su capacidad para condicionar el humor de los mercados, sino a cómo sus decisiones pueden llegar a erosionar el patrimonio de millones de personas, incluso de aquellos que lo llevaron al poder. En Estados Unidos, más del 60% de la población adulta participa en acciones cotizadas, ya sea directamente o a través de fondos de pensiones. Cuando Donald Trump fue elegido presidente, unos 74 millones de personas le dieron su voto.
ACTUALIDAD MERCADOS
EMMA TUCKER
4/7/20252 min read


A veces tengo la impresión de que la economía global se tambalea al ritmo de los tuits de un solo hombre. Y no me refiero únicamente a su capacidad para condicionar el humor de los mercados, sino a cómo sus decisiones pueden llegar a erosionar el patrimonio de millones de personas, incluso de aquellos que lo llevaron al poder. En Estados Unidos, más del 60% de la población adulta participa en acciones cotizadas, ya sea directamente o a través de fondos de pensiones. Cuando Donald Trump fue elegido presidente, unos 74 millones de personas le dieron su voto.
Hoy, muchos de ellos podrían estar viendo cómo su cartera de inversión ha perdido entre un 10% y un 20% de valor respecto a hace apenas tres meses. La ironía está servida: ni siquiera sus más fieles seguidores "trumpistas" estarían satisfechos con los efectos financieros que han provocado sus medidas arancelarias. No estamos ante decisiones improvisadas, sino ante una estrategia que parece diseñada para desequilibrar el sistema económico mundial. Trump ha intensificado sus amenazas comerciales a pocos meses de las elecciones, en un intento por reforzar su imagen de líder inflexible. Pero estas amenazas están dinamitando principios que se dieron por consolidados tras la Segunda Guerra Mundial, como la libertad de comercio internacional.
La inseguridad se ha instalado como norma. Las decisiones presidenciales están generando volatilidad extrema. Los índices bursátiles lo reflejan con crudeza: el S&P 500 y el Nasdaq han perdido miles de millones en valor en pocas semanas. Un desplome que no sólo afecta a las grandes fortunas, sino también a los pequeños ahorradores y jubilados que han confiado en los mercados para asegurar su futuro. En este contexto, resulta preocupante ver cómo se combinan una política económica errática, un estilo de liderazgo impulsivo y un entorno global ya de por sí debilitado por factores como el exceso de crédito, la sobrevaloración de activos y la fragilidad post-pandemia. La tormenta perfecta se cierne sobre los mercados, y aún no se vislumbra un puerto seguro. El único resquicio de esperanza radica en que esta deriva proteccionista acabe presionando tanto al propio Trump que se vea obligado a rectificar.
Quizá entonces empiecen a llegar señales de racionalidad desde la Casa Blanca. Tal vez alguien dentro del partido republicano —ese que antaño defendía a ultranza la libertad económica y la globalización— recuerde el coste de seguir alimentando este caos. A pesar de todo, hay quien piensa que Trump actúa con una lógica deliberada. Que este caos es, en realidad, parte de su juego negociador, al más puro estilo de un magnate inmobiliario experto en llevar al límite cualquier transacción. Pero incluso si esa fuera su estrategia, el riesgo de que se le vaya de las manos es altísimo. Hoy, mientras escribo estas líneas, faltan 1.313 días para las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. El calendario avanza, y con él la urgencia de poner orden en el tablero económico internacional antes de que la factura sea irreversible.
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