Trump, el campeón de la farsa aritmética

Desde la primera fila de la escena geopolítica y económica, he sido testigo de cómo los discursos políticos no solo moldean percepciones, sino también manipulan datos con el descaro de un ilusionista. Uno de los casos más notables de los últimos años lo encarna Donald Trump y su ofensiva comercial, en la que las cifras, más que herramientas de análisis, se han convertido en armas ideológicas. Me refiero a esa cruzada que él y sus principales escuderos —como Peter Navarro y Howard Lutnick— emprendieron contra el libre comercio bajo el lema de “Estados Unidos primero”. He escuchado una y otra vez al expresidente afirmar que el déficit comercial de Estados Unidos con la Unión Europea ascendía a 350.000 millones de dólares, una cifra que, según él, desaparecería casi por arte de magia si Europa accedía a comprar más productos estadounidenses, especialmente energía. Esa declaración, pronunciada con la convicción de un líder que espera que nadie revise los números, fue acompañada por la negativa rotunda a aceptar una propuesta europea para eliminar mutuamente los aranceles industriales. Lo alarmante no es solo la falta de fundamento en sus palabras, sino la certeza con la que las pronuncia.

ACTUALIDAD MERCADOS

IÑAKI LABADIA

4/13/20253 min read

Desde la primera fila de la escena geopolítica y económica, he sido testigo de cómo los discursos políticos no solo moldean percepciones, sino también manipulan datos con el descaro de un ilusionista. Uno de los casos más notables de los últimos años lo encarna Donald Trump y su ofensiva comercial, en la que las cifras, más que herramientas de análisis, se han convertido en armas ideológicas. Me refiero a esa cruzada que él y sus principales escuderos —como Peter Navarro y Howard Lutnick— emprendieron contra el libre comercio bajo el lema de “Estados Unidos primero”. He escuchado una y otra vez al expresidente afirmar que el déficit comercial de Estados Unidos con la Unión Europea ascendía a 350.000 millones de dólares, una cifra que, según él, desaparecería casi por arte de magia si Europa accedía a comprar más productos estadounidenses, especialmente energía. Esa declaración, pronunciada con la convicción de un líder que espera que nadie revise los números, fue acompañada por la negativa rotunda a aceptar una propuesta europea para eliminar mutuamente los aranceles industriales. Lo alarmante no es solo la falta de fundamento en sus palabras, sino la certeza con la que las pronuncia.

La realidad, sin embargo, es otra. Como analista de temas económicos con acceso directo a los datos oficiales, puedo afirmar que el déficit comercial de Estados Unidos con la UE en 2024 fue considerablemente inferior: apenas 198.200 millones de euros, que equivalen a unos 208.070 millones de dólares. Estas cifras, obtenidas de fuentes estadísticas rigurosas, desmienten categóricamente el relato trumpista. Pero aún hay más. Según las estadísticas propias del gobierno estadounidense, el déficit con la UE —según la contabilidad del US Census Bureau— ni siquiera alcanzó los 235.571 millones de dólares. Incluso sumando otros componentes de la balanza de pagos, como los servicios, Estados Unidos registró un superávit de más de 109.000 millones de dólares en 2023. Estas cifras dejan al descubierto la incongruencia del discurso proteccionista que Trump utilizó como bandera. Durante los años que he seguido de cerca las negociaciones comerciales de Estados Unidos, he podido observar cómo la retórica de los “aranceles recíprocos” ha sido una constante en las declaraciones de la Oficina del Representante de Comercio. Según sus propios cálculos, presentados en detallados informes técnicos, se justificaban incrementos arancelarios bajo el argumento de que otros países imponían mayores tasas a los productos estadounidenses. Sin embargo, lo que no se decía públicamente es que esas comparaciones estaban plagadas de errores metodológicos y omisiones estratégicas.

Recuerdo en particular una presentación interna donde se mostraba una tabla con los aranceles “recíprocos” que Estados Unidos enfrentaba: un 20% en la UE, un 34% en China, entre otros ejemplos sacados de contexto. Aquella tabla, adornada con símbolos patrióticos y frases rimbombantes, se convirtió en el soporte emocional de una política basada más en la percepción que en la realidad. Sin embargo, los datos duros muestran otra historia. El verdadero impacto de los aranceles no se ve en el corto plazo, sino en la cadena de valor global. Muchos de los productos que Estados Unidos importa son insumos clave para su industria. Al encarecerlos artificialmente, se debilita la competitividad de sus propias empresas. Y eso no es un detalle menor: es una de las grandes contradicciones de esa política comercial que pretendía defender el empleo local, pero que terminó generando distorsiones en los precios y tensiones diplomáticas innecesarias. He aprendido que el populismo económico necesita enemigos visibles y cifras infladas para justificar sus batallas. En el caso de Trump, el déficit comercial fue elevado a la categoría de símbolo nacional del despojo. Pero la aritmética, por más que se intente manipular, tiene límites. Y cuando se la fuerza más allá de esos límites, la verdad termina saliendo a la luz.

Hoy, con la perspectiva del tiempo y los datos sobre la mesa, puedo afirmar sin titubeos: el relato de Trump sobre el comercio internacional fue una construcción política más que una evaluación técnica. Fue una farsa aritmética cuidadosamente elaborada para servir a intereses ideológicos. Y como todas las farsas, tarde o temprano, acaba desmoronándose ante la evidencia. En un mundo cada vez más interconectado, donde las decisiones económicas repercuten de inmediato a nivel global, no podemos darnos el lujo de tolerar que los líderes jueguen con los números como si fueran fichas de casino. La seriedad de la política económica exige rigor, transparencia y, sobre todo, respeto por la verdad.