Trump, debilitado por los mercados, encara un maratón de negociaciones comerciales cuesta arriba

He vivido múltiples ciclos de tensiones comerciales, pero nunca presencié uno tan marcado por la contradicción interna como el que protagonizó Donald Trump. Su retórica beligerante sobre la grandeza económica de Estados Unidos se topó con una realidad que no perdona: los mercados. En estos días de agitación, he podido constatar cómo las finanzas globales, tan sensibles a las señales políticas, han empezado a dictar el curso de la política comercial de la primera potencia mundial. Desde que Trump asumió la presidencia, declaró abiertamente que las guerras comerciales eran “buenas y fáciles de ganar”. Aquella frase, que en su momento se interpretó como una provocación, ha terminado por convertirse en un boomerang político.

ACTUALIDAD MERCADOS

ALEX SEGURA

4/18/20253 min read

He vivido múltiples ciclos de tensiones comerciales, pero nunca presencié uno tan marcado por la contradicción interna como el que protagonizó Donald Trump. Su retórica beligerante sobre la grandeza económica de Estados Unidos se topó con una realidad que no perdona: los mercados. En estos días de agitación, he podido constatar cómo las finanzas globales, tan sensibles a las señales políticas, han empezado a dictar el curso de la política comercial de la primera potencia mundial. Desde que Trump asumió la presidencia, declaró abiertamente que las guerras comerciales eran “buenas y fáciles de ganar”. Aquella frase, que en su momento se interpretó como una provocación, ha terminado por convertirse en un boomerang político.

La presión financiera —acentuada por la caída de la bolsa y el desplome de los bonos del Tesoro— obligó a la Casa Blanca a cambiar de tono. La rectificación, aunque parcial, muestra los límites de una estrategia basada más en la confrontación que en la negociación realista. Lo que más me sorprendió fue la rapidez con la que el equipo económico de Trump salió a contener los daños. El secretario del Tesoro, Scott Essesen, tuvo que multiplicar apariciones para calmar a los inversores. Las palabras no fueron elegidas al azar: se trataba de reconducir una imagen de caos en plena escalada arancelaria.

“Estamos hablando con todos nuestros socios, y todo se está manejando muy bien”, aseguró uno de los portavoces clave del gabinete. Pero desde mi observación directa, la sensación era otra: improvisación y urgencia. La debilidad del dólar y la pérdida de confianza en los activos norteamericanos actuaron como catalizadores de este cambio de tono. El mensaje que Trump intentaba mantener —el de una América que se impone con fuerza— se diluyó frente a la evidencia de que los mercados castigan la incertidumbre. En cuestión de días, el propio presidente tuvo que matizar su amenaza arancelaria contra China, y abrir la puerta a un posible acuerdo en junio.

Una señal inequívoca de que algo había cambiado. Desde las salas de negociación, el ambiente era tenso. El equipo estadounidense se enfrentaba a una posición incómoda: necesitaban concesiones, pero con una imagen desgastada por la agresividad inicial. Observé cómo los socios internacionales, en especial China, endurecieron su posición ante las amenazas. “No se puede jugar al chantaje y esperar cooperación”, escuché decir a un alto funcionario asiático. La desconfianza hacia Estados Unidos como socio creció y las señales de repliegue comenzaron a hacerse visibles. Las implicaciones van mucho más allá de la relación bilateral. Otros países —de Europa a Canadá— también han adoptado una postura de cautela frente a Washington.

Muchos empezaron a replantear acuerdos comerciales o a buscar alternativas en Asia y América Latina. Este reequilibrio estratégico marca un antes y un después en la percepción global del liderazgo estadounidense. En paralelo, grandes empresas estadounidenses manifestaron públicamente su preocupación. Amazon, por ejemplo, advirtió de riesgos en su cadena de suministro.

La industria automotriz también alzó la voz: la entrada en vigor de nuevos aranceles provocó una caída brusca de las ventas y la cancelación de inversiones. Todo esto repercute, inevitablemente, en el empleo y el consumo. La narrativa del crecimiento interno sostenido empieza a resquebrajarse. Como analista de estos movimientos, me resulta claro que el mayor daño no se mide en puntos porcentuales de PIB ni en balances arancelarios, sino en confianza. Estados Unidos, por primera vez en décadas, parece un socio imprevisible. Y en economía, la previsibilidad es el pilar de toda alianza duradera. Trump, con su estilo disruptivo, ha empujado a la economía mundial hacia un periodo de redefiniciones. Pero a medida que el calendario electoral se acerca y los efectos adversos se acumulan, empieza a quedar claro que las guerras comerciales no solo no son fáciles de ganar, sino que pueden volverse en contra de quien las inicia. Desde mi posición como cronista de este proceso, observo un giro inevitable: el poder del mercado está frenando al poder político.

Y ese es un mensaje que ningún líder, por fuerte que se sienta, puede darse el lujo de ignorar.