Tocó ver a Trump rendirse ante China: el principio del fin de su "guerra comercial"
Nunca pensé que llegaría el día en que sería testigo de un presidente de Estados Unidos, autoproclamado como el más fuerte y duro del planeta, rindiéndose públicamente ante otro país sin negociación, sin acuerdo y, peor aún, sin dignidad.
ACTUALIDAD MERCADOS
JOSÉ LUÍS CARVAJAL
4/26/20253 min read


Sin embargo, eso fue exactamente lo que ocurrió cuando Donald Trump, el mismo que prometía doblegar a las potencias mundiales, se dobló ante China en una de las escenas más humillantes que recuerdo en política internacional reciente. La imagen aún permanece grabada en mi mente: Trump, frente a la prensa, enfundado en su gorra de "Make America Great Again", intentando aparentar fortaleza mientras sus palabras eran desmentidas en tiempo real desde Pekín. No hubo acuerdo, ni siquiera negociaciones; lo que hubo fue una contundente respuesta china: no hay trato. Y así, ante los ojos del mundo, el otrora bravucón de la Casa Blanca quedó exhibido como un simple bufón. Hasta hace unas semanas, Trump insistía en que estaba a punto de cerrar un "acuerdo justo" con China.
Lo repetía una y otra vez, como un mantra, tratando de calmar los mercados que empezaban a mostrar signos de fatiga por su insensata guerra comercial. Pero la realidad era muy distinta. Mientras su secretario del Tesoro admitía que no había conversaciones en curso, desde China enviaban un mensaje claro y devastador: "El tiempo de negociar ya pasó." Pekín, con la serenidad de quien sabe que tiene la ventaja, desmintió a Trump sin tapujos. La paciencia se había agotado. La oportunidad que alguna vez existió para llegar a un entendimiento había quedado atrás. Y ahora, la potencia asiática no solo rechazaba el diálogo, sino que además comenzaba a fortalecer sus alianzas globales a un ritmo acelerado. Vi con incredulidad cómo Trump, quien había iniciado esta absurda guerra de aranceles bajo la promesa de restaurar la grandeza estadounidense, terminaba arrinconado, buscando desesperadamente una salida.
Lo que para él fue en su momento un acto de "estrategia", hoy se ha convertido en una humillación internacional. Mientras afirmaba que sus medidas beneficiarían a su país, la realidad demostró lo contrario: Walmart, Home Depot y otras grandes cadenas advertían ya sobre el impacto directo en los precios, el desabastecimiento y la caída de la demanda. Resulta casi tragicómico que el mismo Trump que juraba que "China pagaría los aranceles" haya tenido que admitir ahora que son los consumidores estadounidenses quienes asumen esos costos. Una confesión que se suma a la larga lista de promesas incumplidas, como aquella de que México pagaría el muro fronterizo. Mientras tanto, el mundo no se detuvo. China, lejos de ceder ante las presiones, consolidaba rutas comerciales con Europa, Corea del Sur, Japón, Canadá y América Latina. Era evidente: mientras Trump levantaba muros, China tendía puentes. Mientras Trump aislaba a su país, China extendía su influencia. La ironía es brutal. Trump pretendía aislar a China y terminó aislando a Estados Unidos. Europa ya no confía en Washington; Canadá ha tomado distancia; Japón y Corea del Sur refuerzan lazos entre sí, esquivando la dependencia estadounidense.
¿Quién puede hoy considerarse aliado leal de Trump? Ni siquiera sus propios votantes parecen mantener la fe: su aprobación ha caído estrepitosamente al 37%, y el 65% de quienes alguna vez lo apoyaron hoy lo consideran un traidor a su causa. Recuerdo aún las palabras arrogantes de Trump en el inicio de su mandato, asegurando que el mundo "rogaría" por acuerdos con Estados Unidos. Hoy, la imagen es diametralmente opuesta: es él quien, con tono sumiso, pide negociaciones mientras China, imperturbable, responde: "Lo pensaremos." La guerra comercial que Trump desató, bajo la falsa promesa de una victoria rápida y fácil, se ha convertido en una pesada losa para la economía estadounidense. Los efectos son visibles: pérdida de empleos, caída de exportaciones, aumento de precios, pérdida de confianza internacional y, quizás lo más grave, una profunda erosión de la credibilidad de Estados Unidos en el escenario mundial. Cada movimiento que realiza ahora parece un desesperado intento de controlar los daños.
Pero el daño ya está hecho. El principio del fin de esta aventura insensata comenzó en el momento en que Trump subestimó a China, creyendo que bastaría con amenazas para someterla. Incluso veteranos estrategas como Henry Kissinger advirtieron en su momento: quien no comprende a China, no comprende el futuro. Trump, cegado por su ego y su desconocimiento de la geopolítica asiática, nunca lo entendió. Hoy, desde Washington, lo que percibo es una mezcla de improvisación, desconcierto y resignación. Ya no hay estrategias claras; solo parches, excusas y culpables externos. Y mientras tanto, la maquinaria china avanza, firme y silenciosa. Ser testigo de esta rendición pública ha sido revelador.
No solo por lo que dice sobre Trump, sino por lo que revela acerca de una nación que, bajo su liderazgo, ha perdido el rumbo y la confianza en sí misma. Es doloroso admitirlo, pero es la realidad: el sueño de "hacer América grande otra vez" se desvanece en el humo de una guerra comercial perdida antes de comenzar.
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