Reflexiones sobre una batalla perdida en la economía internacional

Recientemente he tenido la oportunidad de reflexionar sobre un tema que no deja de resonar en los círculos económicos: el impacto de la guerra comercial impulsada por Donald Trump y su consecuencia en el tablero internacional. Desde mi perspectiva, la conclusión es clara: Trump ha perdido la batalla contra la economía internacional.

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EMILIANO GÓMEZ

5/2/20252 min read

Durante los últimos años, hemos sido testigos de cómo la política comercial agresiva de Estados Unidos, especialmente contra China, buscaba revertir los efectos de la globalización y restablecer un supuesto equilibrio económico perdido.

Sin embargo, el resultado ha sido muy diferente al esperado. La globalización ha salido reforzada, mientras que la economía estadounidense ha sufrido las consecuencias de sus propias decisiones. Uno de los aspectos más preocupantes de esta estrategia ha sido el uso de los aranceles como arma de presión. Poner trabas a los intercambios comerciales no solo no solucionó el déficit comercial estadounidense, sino que, en muchos casos, lo agravó. Al final, quienes pagaron el precio fueron las empresas y los consumidores americanos, que se vieron afectados por el aumento de los costes y la incertidumbre generada. Reflexionando sobre el comportamiento de Europa ante esta situación, me llena de cierta satisfacción ver cómo se actuó con unidad y firmeza.

La decisión de no entrar en una carrera de represalias arancelarias, como hizo China, fue clave para proteger nuestros intereses. Europa supo mantenerse firme, evitando una espiral que podría haber tenido consecuencias aún más devastadoras para la economía mundial. No puedo evitar pensar en los enormes riesgos que conlleva utilizar los aranceles como instrumento político. Un arancel del 10% no solo encarece los productos, sino que, además, genera desconfianza entre los operadores económicos. Y en los mercados, la confianza es un activo tan valioso como escaso. En paralelo a esta guerra comercial, hemos vivido otros conflictos que, aunque distintos en forma, comparten un fondo común: la disrupción geopolítica. La guerra en Gaza, la invasión de Ucrania... son manifestaciones de un mismo fenómeno de fragmentación global, donde los intereses económicos y de seguridad se entrelazan de maneras cada vez más complejas.

En este contexto, he llegado a una conclusión que considero fundamental: Europa y España deben actuar pensando en sus propios intereses, sin caer en dependencias peligrosas, ni de Estados Unidos ni de China. La autonomía estratégica no es un lujo, sino una necesidad vital en un mundo que se vuelve cada día más incierto. Si me preguntan hoy a quién debemos protegernos, la respuesta es clara: a nosotros mismos. Y para hacerlo, necesitamos reconocer cuáles son las verdaderas amenazas. Rusia, por ejemplo, sigue representando un riesgo geopolítico significativo, como también lo son las crisis en regiones como el Sahel.

La lección que extraigo de todo esto es que, en un mundo en transformación, la fuerza está en la unidad, la firmeza y la responsabilidad. No podemos permitirnos jugar con la economía ni con el bienestar de nuestros ciudadanos. La estabilidad, hoy más que nunca, es el verdadero motor del progreso.