Políticas del siglo XIX en el siglo XXI: el error de mirar al mundo con espejos retrovisores

Desde mi escritorio y con el diario aún fresco entre las manos, no puedo evitar reflexionar con preocupación sobre lo que acabo de leer: un análisis punzante y lúcido que desnuda los errores estratégicos de Donald Trump al frente de su política comercial. No es un artículo más. Es una advertencia. Una que, si se ignora, podría costarnos más de lo que imaginamos. Trump, con su estilo característico de estridencia y unilateralismo, ha vuelto a sacudir el tablero del comercio internacional como si estuviera en una feria de pueblo lanzando fuegos artificiales. Pero este espectáculo no entretiene: inquieta. En una rueda de prensa que más parecía un acto de campaña, impuso condiciones, trazó líneas y dictó reglas sin pedir permiso a nadie.

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EMILIANO GÓMEZ

4/11/20252 min read

Desde mi escritorio y con el diario aún fresco entre las manos, no puedo evitar reflexionar con preocupación sobre lo que acabo de leer: un análisis punzante y lúcido que desnuda los errores estratégicos de Donald Trump al frente de su política comercial. No es un artículo más. Es una advertencia. Una que, si se ignora, podría costarnos más de lo que imaginamos. Trump, con su estilo característico de estridencia y unilateralismo, ha vuelto a sacudir el tablero del comercio internacional como si estuviera en una feria de pueblo lanzando fuegos artificiales. Pero este espectáculo no entretiene: inquieta. En una rueda de prensa que más parecía un acto de campaña, impuso condiciones, trazó líneas y dictó reglas sin pedir permiso a nadie.

Como si el mundo siguiera girando en torno a Washington, como si los demás actores del sistema internacional fueran meros espectadores de su voluntad. Pero la realidad, como bien apunta el autor de esta columna, es muy diferente. No estamos en el siglo XIX, donde las potencias se imponían con cañoneras y tarifas aduaneras. Vivimos en un mundo donde el 60% del PIB global depende del comercio internacional y donde las cadenas de suministro son tan complejas y entrelazadas que una medida unilateral puede tener consecuencias devastadoras más allá de sus fronteras.

Hoy, Estados Unidos representa apenas el 10% de ese pastel global. Importante, sí, pero ya no hegemónico. Lo que Trump está haciendo, en esencia, es darle al resto del mundo la excusa perfecta para seguir adelante sin él. En su afán de proteger al productor nacional, está dejando escapar oportunidades valiosas de liderazgo. La reacción de la Unión Europea y de China es clara: moderación, diálogo y diversificación. Mientras la Casa Blanca levanta nuevos muros, otras potencias construyen puentes. Desde Bruselas hasta Pekín, pasando por las capitales latinoamericanas, se están repensando alianzas, explorando nuevos mercados y ajustando rutas comerciales.

México y Canadá, aunque atrapados en la telaraña del T-MEC, ya toman nota. Europa, por su parte, avanza hacia una autonomía estratégica que busca liberarse de su dependencia histórica de Washington. Porque, seamos honestos, el mundo ha cambiado. Ya no basta con imponer condiciones: ahora se negocia, se coopera, se adapta. El mayor riesgo no es el ruido de Trump, sino la incertidumbre que siembra. Esa misma que, hace años, paralizó inversiones y contrajo el crecimiento global. A corto plazo, sus medidas pueden sacudir el mercado. Pero a largo plazo, el sistema encontrará rutas alternativas. Las finanzas, la logística y la tecnología ya no necesitan el permiso de Washington para reconfigurarse.

Tal vez el error más profundo del expresidente —y de muchos que piensan como él— es olvidar que hoy la economía global puede girar sin Estados Unidos. Puede que lo haga más lentamente, puede que enfrente obstáculos, pero lo hará. Y, paradójicamente, lo hará comerciando más, no menos. El mundo ha aprendido una lección: no necesita titulares, ni espectáculos, ni fuegos artificiales. Lo que necesita es certeza, cooperación y visión. Justo lo que Trump parece haber dejado fuera de su radar. Sin ruido. Sin titulares. Y sin su permiso.