Más defensa, más Europa: un paso crucial hacia la madurez política de la Unión
De todos los argumentos a favor de reforzar una defensa común dentro de la Unión Europea, el que más me convence, y que defiendo con firmeza, es el de la autonomía defensiva como piedra angular de nuestra integración política. Tal como el euro marcó un antes y un después en la consolidación económica, una verdadera estructura de defensa europea marcaría nuestro tránsito hacia una auténtica unión política. Y lo digo desde la experiencia diplomática, con la convicción de quien ha vivido desde dentro las tensiones, avances y frustraciones que han jalonado el camino hacia una política exterior europea coherente. Aunque una eventual victoria diplomática de Trump llevase a una tregua en Ucrania, dudo que eso elimine las ambiciones geopolíticas de Putin o el riesgo que Rusia representa para países como Polonia, Finlandia o las repúblicas bálticas.
ACTUALIDAD MERCADOS
JULIO VILLAR
3/31/20253 min read


De todos los argumentos a favor de reforzar una defensa común dentro de la Unión Europea, el que más me convence, y que defiendo con firmeza, es el de la autonomía defensiva como piedra angular de nuestra integración política. Tal como el euro marcó un antes y un después en la consolidación económica, una verdadera estructura de defensa europea marcaría nuestro tránsito hacia una auténtica unión política. Y lo digo desde la experiencia diplomática, con la convicción de quien ha vivido desde dentro las tensiones, avances y frustraciones que han jalonado el camino hacia una política exterior europea coherente. Aunque una eventual victoria diplomática de Trump llevase a una tregua en Ucrania, dudo que eso elimine las ambiciones geopolíticas de Putin o el riesgo que Rusia representa para países como Polonia, Finlandia o las repúblicas bálticas.
Rusia no ha logrado subyugar a Ucrania pese a su enorme ventaja demográfica, lo que pone en evidencia que no es una amenaza invencible, pero tampoco una que pueda ignorarse. Atacar a un país vecino no perteneciente a ninguna alianza defensiva es una cosa; desafiar a la OTAN sería un suicidio estratégico incluso para Moscú.
Pero tampoco me convence la idea de que el vínculo atlántico pueda protegernos indefinidamente. Las garantías de seguridad estadounidenses están condicionadas por factores internos que escapan a nuestro control. Si el inquilino de la Casa Blanca es impredecible o muestra desinterés por Europa, como lo ha hecho Trump, nos enfrentamos a una vulnerabilidad estructural. No se trata de romper con la OTAN, sino de estar preparados para defendernos si esa protección flaquea. La alianza sigue siendo relevante, pero Europa necesita su propio músculo defensivo. Recuerdo bien el momento en que esta idea empezó a cobrar fuerza para mí. Tras una etapa como embajador en Kuala Lumpur, fui destinado a Bruselas para representar a España en el Comité Político y de Seguridad de la Unión Europea (COPS). Allí, junto a otros catorce colegas (la Unión contaba entonces con quince miembros), trabajábamos para coordinar políticas exteriores, pero también para impulsar una política de defensa común que, en la práctica, era aún incipiente. Presidir el COPS durante momentos decisivos fue una experiencia que me marcó. Logramos importantes avances, como la creación de un Estado Mayor europeo, la participación en operaciones de paz internacionales o el establecimiento de la Agencia Europea del Armamento. Pero, aunque sobre el papel todo parecía encaminado hacia una verdadera autonomía, faltaba lo esencial: voluntad política. La política exterior europea aún cojeaba, más dependiente de la OTAN que de sus propias estructuras. Y aunque sabíamos que muchos de los pasos dados podrían constituir el germen de una defensa autónoma, el compromiso político seguía siendo insuficiente. Europa hablaba de paz, pero sin asumir el coste real de su defensa. Hoy, con un panorama geopolítico inestable y la posibilidad de un retorno de Trump al poder en EE.UU., se hace evidente que no podemos seguir postergando decisiones clave. No es momento de improvisar ni de actuar con ingenuidad. Europa necesita una defensa que esté a la altura de sus valores, de su peso económico y de su ambición política. Porque la paz se construye con diálogo, sí, pero también con capacidad de disuasión. Para vivir en paz, hay que estar preparados para defenderla. Una defensa común no implica belicismo, sino madurez institucional. Implica reconocer que nuestra seguridad no puede depender exclusivamente de terceros. Es, en definitiva, un paso decisivo para completar el proyecto europeo. El día que contemos con una verdadera defensa común, la Unión será mayor de edad. Y ese día, más que una opción, es ahora una necesidad urgente.
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