Más allá del cruce de aranceles: lo que está en juego en la tensión entre Estados Unidos y China

He sido testigo directo de cómo las guerras comerciales pueden desestabilizar no solo las economías de los países implicados, sino también el equilibrio político y social del mundo. Los conflictos de este tipo rara vez se limitan a los números, los porcentajes o las gráficas financieras. Detrás de cada arancel, hay un gesto de poder. Detrás de cada represalia, una advertencia silenciosa.

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PEDRO BUENO

4/22/20253 min read

Y en este escenario global cada vez más tenso, he visto cómo la pugna entre Estados Unidos y China amenaza con trascender lo económico para transformarse en un conflicto de dimensiones impredecibles. Cuando el presidente Donald Trump decidió intensificar su política arancelaria contra las importaciones chinas, muchos lo interpretaron como un acto de firmeza frente a lo que percibía como una competencia desleal. Pero lo que comenzó como una escalada comercial pronto derivó en una dinámica de amenazas mutuas que tiñó de incertidumbre los mercados internacionales. Las medidas unilaterales que impuso Washington, elevando los aranceles a productos chinos hasta un 25%, fueron respondidas por Pekín con la misma dureza, afectando sectores estratégicos de ambos lados.

La retórica beligerante no tardó en mostrar sus efectos colaterales. En Estados Unidos, la industria tecnológica, automotriz y agrícola comenzó a sentir el peso de las represalias. En China, el aparato productivo se reacomodó para reducir su dependencia de componentes y mercados estadounidenses. La tensión se volvió tan densa que cualquier movimiento era interpretado como un acto hostil. Y, como suele suceder en estos escenarios, el riesgo de que la confrontación comercial derive en un conflicto mayor —incluso armado— se hizo presente en cada análisis geopolítico. Lo más inquietante, desde mi perspectiva, ha sido la narrativa de poder que envuelve esta pugna. Ambas potencias, tanto Washington como Pekín, parecen más interesadas en demostrar su capacidad de resistencia que en encontrar una solución. El nacionalismo económico se convirtió en un argumento político interno para ambos gobiernos, reforzando la idea de que ceder sería una muestra de debilidad.

Sin embargo, el mundo no puede darse el lujo de observar pasivamente esta disputa. El liderazgo global ya no pertenece exclusivamente a una sola potencia. China ha logrado consolidarse como un actor fundamental en la economía internacional, y su crecimiento la ha vuelto imprescindible en cadenas de suministro, mercados financieros y tecnología. Negar esta realidad sería tan miope como suponer que el conflicto puede resolverse solo con presión. Desde la óptica estadounidense, existe una evidente preocupación por el ascenso del gigante asiático. La estrategia de contención de Trump ha sido interpretada por muchos como un intento tardío de frenar un cambio que ya es irreversible.

Al mismo tiempo, en China, la narrativa de autosuficiencia y resistencia ha ganado fuerza, alimentando una política exterior más asertiva y decidida. En medio de este pulso de titanes, lo que está en juego no es solo el balance comercial, sino el diseño del nuevo orden mundial. El mundo se enfrenta al reto de redefinir las reglas del comercio internacional en un escenario multipolar. La cooperación, más que la confrontación, debería ser la brújula que guíe esta nueva etapa. Confío en que aún hay margen para el diálogo. Las señales de acercamiento, aunque frágiles, se han manifestado en varias ocasiones. He seguido con atención los momentos en los que se insinuó una tregua, una negociación, un posible acuerdo. Pero también he visto cómo, en cuestión de días, esas esperanzas se diluyen en nuevas rondas de sanciones y amenazas cruzadas. El precio de no resolver esta disputa no lo pagarán solo los grandes consorcios o los mercados financieros. Lo pagarán los trabajadores, los agricultores, los consumidores de ambos países, y también aquellos que, sin ser parte directa del conflicto, se ven arrastrados por su onda expansiva. La interdependencia económica global convierte cada fricción en un riesgo compartido. Hoy, más que nunca, urge una salida negociada.

No hay victoria en una guerra comercial. Solo hay desgaste, retroceso y pérdida de oportunidades. Estados Unidos y China tienen la responsabilidad histórica de liderar con sabiduría, no con soberbia. El futuro no debería construirse sobre muros de aranceles, sino sobre puentes de entendimiento.

Y mientras tanto, el mundo aguarda, expectante, con la esperanza de que la cordura prevalezca sobre la confrontación.