Los aranceles siempre con una mala idea: cómo un hallazgo académico fue usado para justificar el caos económico
Durante años trabajé en el estudio de los desequilibrios comerciales y su influencia en la política económica de los países. La pregunta que me impulsaba era tan simple como inquietante: ¿puede un déficit comercial crónico alterar la percepción de los gobiernos y empujarlos a iniciar guerras arancelarias? Lo que descubrí entonces me pareció relevante para anticipar ciertos riesgos, identificar puntos de fricción y, sobre todo, para alertar a los organismos multilaterales sobre la necesidad de prevenir respuestas políticas equivocadas. Nunca imaginé que aquel análisis teórico acabaría siendo instrumentalizado para justificar un proteccionismo destructivo.
ACTUALIDAD MERCADOS
PEDRO BUENO
4/17/20254 min read


Durante años trabajé en el estudio de los desequilibrios comerciales y su influencia en la política económica de los países. La pregunta que me impulsaba era tan simple como inquietante: ¿puede un déficit comercial crónico alterar la percepción de los gobiernos y empujarlos a iniciar guerras arancelarias? Lo que descubrí entonces me pareció relevante para anticipar ciertos riesgos, identificar puntos de fricción y, sobre todo, para alertar a los organismos multilaterales sobre la necesidad de prevenir respuestas políticas equivocadas. Nunca imaginé que aquel análisis teórico acabaría siendo instrumentalizado para justificar un proteccionismo destructivo.
Aranceles: una solución que solo multiplica los problemas
Poner aranceles, incluso cuando se hace con el pretexto de proteger una economía nacional, es una decisión errónea. El mundo siempre es un lugar peor cuando hay aranceles. Esa es la conclusión a la que he llegado tras estudiar su impacto desde múltiples ángulos: sectorial, geográfico, histórico y social. Puede que en ciertos contextos muy específicos haya sectores que experimenten una ligera mejora temporal, pero el daño agregado es siempre mayor. Los aranceles encarecen productos, distorsionan el comercio, destruyen cadenas de valor y acaban perjudicando, irónicamente, al mismo consumidor que se dice defender. Las cifras pueden variar, los países cambian, los discursos políticos se adaptan, pero el resultado es siempre el mismo: pérdida neta de bienestar. Aquí y en cualquier parte del mundo. Incluso en la Luna. Dos caras de la misma moneda La idea que quise aportar con mi investigación era, en el fondo, una advertencia. Un déficit comercial persistente puede alterar la lógica económica de un país. Puede alimentar una narrativa de agravio, de injusticia, y llevar a sus líderes a considerar respuestas unilaterales como los aranceles. Pero esa observación, de carácter científico, debía servir como punto de partida para el diseño de políticas de corrección cooperativa. Imaginaba un papel activo de instituciones como la OMC o el FMI, desarrollando herramientas para vigilar estos desequilibrios y reducir la tentación de respuestas extremas. Era, en definitiva, un descubrimiento con dos lecturas posibles: una que podía usarse para mejorar la estabilidad global, y otra que, malinterpretada, podía alimentar decisiones desastrosas. Por desgracia, ha sido esta última la que ha prevalecido. Y ese giro ha sido una de las experiencias más desconcertantes de mi vida profesional.
La distorsión política del conocimiento
Nunca tuve claro cómo mi trabajo llegó hasta los círculos más altos del poder en Estados Unidos. Lo que sí sé es que coincidió con un momento político en el que el nuevo liderazgo buscaba justificaciones para aplicar una política comercial agresiva. Mi artículo, centrado en un fenómeno estructural, fue leído —o más bien recortado— para respaldar un enfoque basado en la confrontación, los aranceles y el nacionalismo económico. Una lectura totalmente opuesta a lo que había querido transmitir. Y así, de pronto, vi cómo un razonamiento técnico se transformaba en arma ideológica. Vi cómo el proteccionismo encontraba una coartada académica, y cómo se construía una narrativa simplista según la cual el comercio internacional era la raíz de todos los males. Nada más lejos de la realidad.
La paradoja del éxito mal interpretado
Lo más irónico de todo es que el artículo, en su momento, fue recibido con entusiasmo en los círculos académicos. No porque ofreciera soluciones, sino porque abría una nueva perspectiva sobre un tema que llevaba décadas siendo analizado.
Las guerras comerciales, pese a estar en el centro del debate desde mediados del siglo XX, nunca habían sido abordadas desde el ángulo del déficit comercial como detonante psicológico y político. Esa era mi aportación. Un matiz más, no un dogma. Pero como ocurre tantas veces, los matices no sobreviven al ruido político. Y lo que debía ser una herramienta de comprensión se convirtió en el estandarte de una política que ha desorganizado los mercados, roto alianzas y sembrado desconfianza en el sistema multilateral. El legado, por ahora, no es el que yo habría querido. Lo que de verdad importa No hay soluciones mágicas en economía, y mucho menos en comercio internacional. Pero hay principios que han demostrado su valor: la cooperación, la previsibilidad, el respeto a las reglas. Los aranceles, en cambio, representan lo contrario. Son herramientas del pasado, basadas en el miedo y en la ilusión de la autosuficiencia. Y cada vez que se aplican, el mundo retrocede un paso.
Sigo creyendo que el conocimiento debe servir para mejorar la sociedad. Me habría gustado que mi trabajo ayudara a prevenir guerras comerciales, no a desatarlas. Porque cada vez que un país levanta barreras, lo hace sobre la base de una interpretación errónea de la realidad. Y cuando esa mala interpretación se ampara en un estudio que nunca pretendió avalarla, la responsabilidad trasciende al autor: se vuelve colectiva. Es hora de corregir esa deriva. Y de recordar, una vez más, que los aranceles no son la solución. Son parte del problema.
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