Los aranceles, las fronteras invisibles y la pérdida que no se mide en el PIB
No hizo falta que construyéramos un muro para darnos cuenta de que, en ocasiones, las barreras más efectivas son aquellas que no se ven. A menudo reflexiono sobre esto al observar el tablero geopolítico actual, especialmente cuando líderes como Donald Trump optan por mecanismos como los aranceles para trazar nuevas fronteras. Es una bomba silenciosa, lanzada no con pólvora, sino con porcentajes y restricciones comerciales, pero cuyas ondas expansivas sacuden la economía global y alteran el equilibrio político con la misma intensidad. Recuerdo vívidamente aquel momento en que se anunciaron los aumentos de aranceles: los mercados comenzaron a desplomarse, el tono entre potencias se volvió áspero, y la incertidumbre se apoderó de la conversación internacional.
ACTUALIDAD MERCADOS
EMMA TUCKER
4/10/20253 min read


No hizo falta que construyéramos un muro para darnos cuenta de que, en ocasiones, las barreras más efectivas son aquellas que no se ven. A menudo reflexiono sobre esto al observar el tablero geopolítico actual, especialmente cuando líderes como Donald Trump optan por mecanismos como los aranceles para trazar nuevas fronteras. Es una bomba silenciosa, lanzada no con pólvora, sino con porcentajes y restricciones comerciales, pero cuyas ondas expansivas sacuden la economía global y alteran el equilibrio político con la misma intensidad. Recuerdo vívidamente aquel momento en que se anunciaron los aumentos de aranceles: los mercados comenzaron a desplomarse, el tono entre potencias se volvió áspero, y la incertidumbre se apoderó de la conversación internacional.
¿Qué ocurriría ahora? ¿Cómo responderían Europa y China? En medio de esa turbulencia, me hice una pregunta tan inevitable como incómoda: ¿cómo se debe reaccionar frente a un líder que gobierna impulsado por el narcisismo y los intereses internos, sin una visión estratégica de largo plazo? Trump no ofrecía un proyecto global, ni una hoja de ruta hacia un equilibrio sostenible. Su narrativa se alimentaba del castigo, de la revancha, del miedo. El arancel no era una herramienta económica, sino un arma política. Así fue como, de pronto, el discurso internacional se volvió reactivo, defensivo, encerrado en la lógica del “sálvese quien pueda”. Lo que más me preocupa no son los aranceles en sí, sino lo que representan: una clausura simbólica al diálogo, un aislamiento progresivo de las ideas, una negación de la interdependencia que define nuestro tiempo. Y es que, en un mundo tan conectado como el nuestro, cualquier decisión en un mitin de Ohio puede terminar vaciando un supermercado en Lima o cerrando una fábrica en Madrid. Esa es la verdadera globalización: no solo económica, sino social, política y emocional. Trump fue —y sigue siendo— un provocador. Enciende fuegos, no para iluminar, sino para ver quién arde. Por eso el mundo debe responder con madurez, no con reflejos.
No se trata de caer en la trampa de la confrontación, sino de buscar nuevos consensos, de tejer alianzas que nos permitan reducir la dependencia de un modelo cada vez más volátil. Si él quiere aislarse, que lo haga; pero nosotros, como ciudadanos del mundo, debemos apostar por la colaboración. En este contexto, recuerdo constantemente El cuento de la criada, de Margaret Atwood. Esa distopía, que alguna vez imaginé lejana, hoy parece menos ficción y más advertencia. La forma en que Trump y otros líderes afines promueven el miedo, el autoritarismo y la desinformación me hace pensar en Gilead, ese régimen donde la democracia fue desmantelada sin necesidad de tanques, solo con votos, mentiras y promesas huecas de un “orden” restaurado. ¿Les suena familiar? Reducir derechos, atacar a la prensa, convertir al extranjero en amenaza, hacer del miedo una política pública… Así es como se erosiona la democracia desde adentro, sin que lo notemos hasta que es demasiado tarde. Es cierto que los aranceles pueden proteger empleos en el corto plazo. Nadie lo niega. Pero también aíslan ideas, culturas, miradas distintas del mundo. En una era en la que necesitamos más puentes que muros, la verdadera pérdida no se medirá en puntos del PIB, sino en el tipo de humanidad que estamos dejando atrás. Hoy, más que nunca, necesitamos líderes que apuesten por la conexión, no por la división. Que vean el mundo como un entramado compartido, no como una suma de trincheras. Porque si algo nos ha enseñado la historia —y también la economía— es que levantar barreras solo nos aleja más del futuro que decimos querer construir. ¿Te gustaría que lo adapte a otro tono o enfoque?
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