Los 10 errores que cometí al empezar a invertir (y cómo aprendí de ellos)

Invertir puede parecer sencillo. De hecho, durante mucho tiempo pensé que bastaba con tener algo de dinero disponible, seguir algunas recomendaciones populares y lanzarse al mercado con optimismo. Sin embargo, la experiencia me enseñó que hacerlo sin criterio puede convertir el mundo de la inversión en un camino tortuoso, plagado de errores evitables.

ACTIVOS INVERTIBLES

JESÚS LACALLE

6/6/20254 min read

Hoy quiero compartir contigo los diez fallos más comunes que, en su momento, yo también cometí. Identificarlos a tiempo puede marcar la diferencia entre construir un patrimonio sólido y perderlo por imprudencia.

1. Empecé sin un plan definido Invertir sin un plan es como navegar sin rumbo. Así de simple. Durante mis primeros pasos, jamás me detuve a pensar cuánto tiempo pretendía mantener una inversión, ni cuál era el objetivo concreto de cada movimiento financiero. ¿Buscaba un retorno a corto plazo? ¿Apostaba por un crecimiento a largo plazo? Nada estaba claro. Con el tiempo comprendí que es fundamental contar con una estrategia clara, como el DCA (Dollar Cost Averaging), donde inviertes una cantidad fija de manera periódica, sin importar las fluctuaciones del mercado. Además, tuve que preguntarme cuánto esperaba ganar, cuánto podía perder y qué nivel de riesgo estaba dispuesto a tolerar. Todo plan de inversión debe comenzar por estas respuestas.

2. Confundí invertir con especular Al principio, caí en la trampa de creer que comprar hoy y vender mañana era invertir. En realidad, estaba especulando. Las redes sociales, saturadas de supuestos gurús financieros y promesas de enriquecimiento instantáneo, alimentan esta confusión. Invertir de verdad requiere análisis, paciencia y una visión de largo plazo. Lo otro, el trading de corto plazo, es un mundo aparte, mucho más exigente, donde pocos triunfan de forma sostenida.

3. Seguí consejos ajenos sin criterio Otro error: fiarme de recomendaciones de terceros sin hacer mi propio análisis. En plena euforia post-pandemia, el miedo a perderme "la próxima gran oportunidad" me empujó a comprar activos de moda, muchos de ellos sobrevalorados. El FOMO (fear of missing out) me llevó a entrar en el peor momento, cuando los precios ya estaban inflados y el riesgo era altísimo. Aprendí por las malas que quienes recomiendan inversiones en redes rara vez tienen en cuenta tu perfil, tus objetivos ni tu tolerancia al riesgo. Solo tú puedes decidir si una inversión tiene sentido para tu situación.

4. No diversifiqué correctamente Al principio pensé que tener varias acciones era suficiente para estar diversificado. Estaba equivocado. Tener activos concentrados en un mismo sector o país no protege frente a los vaivenes del mercado. Diversificar significa repartir el riesgo entre distintos tipos de activos: renta fija, renta variable, materias primas, inmobiliario, incluso criptomonedas. De esta manera, si un sector se desploma, otros pueden amortiguar el golpe. Es cierto que diversificar puede reducir el retorno potencial, pero también disminuye la volatilidad y protege tu inversión en el tiempo.

5. Ignoré comisiones y costes Uno de los errores más caros, literalmente, fue no tener en cuenta las comisiones. Escogí productos de inversión que parecían prometedores pero que cobraban elevadas comisiones de entrada, salida o custodia. También subestimé el impacto del tipo de cambio al invertir en productos denominados en dólares. Comprendí que los ETFs suelen ser más eficientes a largo plazo por sus bajos costes. Hoy, antes de invertir, examino cuidadosamente cada comisión asociada y su impacto en mi rentabilidad neta.

6. Tuve expectativas poco realistas Durante mucho tiempo creí que podría duplicar mi inversión en cuestión de meses. Y claro, eso me llevó a productos apalancados con altísimo riesgo, donde cualquier movimiento del mercado podía borrar mis ahorros en un abrir y cerrar de ojos. Con el tiempo, aprendí a ajustar mis expectativas. Invertir no se trata de hacerse rico de la noche a la mañana, sino de generar un crecimiento sostenido y razonable. Hoy, prefiero una rentabilidad del 5-7% anual que pueda mantener durante años, en lugar de arriesgar todo por una ganancia improbable.

7. Desconocía mi perfil de riesgo Invertí como si fuera otra persona. Me dejé influenciar por amigos o por influencers con una tolerancia al riesgo muy distinta de la mía. Lo que para ellos era una oportunidad emocionante, para mí era una fuente constante de ansiedad. Descubrí que conocer mi perfil de riesgo es clave para dormir tranquilo. Si prefiero estabilidad, no tiene sentido buscar rentabilidades altísimas con productos volátiles. Cada uno debe invertir en función de su carácter, su horizonte temporal y sus objetivos personales.

8. Me dejé llevar por las emociones Quizás este fue el error más humano. Cuando mis inversiones subían, me creía invencible. Cuando caían, vendía en pánico. Entré tarde en tendencias alcistas y salí en el peor momento de las bajistas. La historia financiera está llena de burbujas que siguen este patrón emocional. Aprender a tomar distancia, a decidir con la cabeza fría, es una habilidad que se desarrolla con el tiempo y que marca la diferencia entre un inversor amateur y uno maduro.

9. No me formé adecuadamente Durante mucho tiempo pensé que invertir era solo cuestión de intuición. Qué error. Sin una formación mínima en economía, análisis técnico, fundamentos de mercado y gestión del riesgo, uno está expuesto a decisiones impulsivas y malas elecciones. Invertir requiere estudio. Hoy, dedico tiempo cada semana a leer, seguir cursos, escuchar podcasts y aprender de quienes tienen trayectoria. La información es poder, especialmente cuando se trata de tus finanzas.

10. Subestimé el valor del tiempo Por último, tardé en comprender que el verdadero secreto de la inversión es el tiempo. El interés compuesto necesita paciencia. Empezar joven, aunque sea con pequeñas cantidades, puede marcar una diferencia gigantesca. Hice los cálculos: si hubiera comenzado a invertir 5.000 euros anuales a los 25 años, con un 5% de rentabilidad, hoy tendría más de 634.000 euros al jubilarme. Pero si empiezo a los 35, la cifra baja a menos de 350.000. Es impactante. El tiempo es el mejor aliado del inversor disciplinado.

Reflexiones finales Después de tantos errores —y aprendizajes— me atrevo a resumir lo esencial en cuatro claves que ahora guían mi forma de invertir:

1. Fórmate y adquiere una metodología sólida.

2. No busques atajos ni escuches a falsos gurús.

3. Controla tus emociones y diversifica tu cartera.

4. El retorno constante y razonable a largo plazo es más eficaz que cualquier ganancia rápida.

Invertir bien no es un don reservado a unos pocos. Es una habilidad que se entrena, que requiere paciencia, constancia y autoconocimiento. Entenderlo es fácil, aplicarlo es un reto. Pero si yo pude aprender de mis errores, tú también puedes. Y créeme: vale la pena.