La seguridad financiera siempre ha sido un anhelo constante para el ahorrador conservador.

Sin embargo, en los últimos tiempos, he constatado cómo diversas entidades financieras han comenzado a ofrecer productos híbridos que mezclan depósitos tradicionales con instrumentos de inversión más arriesgados.

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JESÚS LACALLE

5/29/20252 min read

Bajo la promesa de obtener mayores rendimientos, los clientes se ven obligados a asumir ciertos riesgos que, hasta hace poco, habrían considerado inaceptables. Este fenómeno responde a un contexto en el que los tipos de interés históricamente bajos y la inflación persistente han reducido drásticamente la rentabilidad de los productos de ahorro tradicionales. Durante años, los depósitos a plazo fijo han sido un refugio seguro para los pequeños ahorradores, garantizando una modesta pero estable rentabilidad. No obstante, la situación actual ha erosionado estos beneficios, obligando a los bancos a reinventarse y ofrecer productos que, aunque con mayores expectativas de rentabilidad, no están exentos de peligros. En mi investigación, he visto cómo los depósitos tradicionales se han fusionado con fondos de inversión en lo que se conoce como "depósitos combinados" o "depósitos estructurados".

Estos productos ofrecen un tipo de interés atractivo, pero sólo si se cumplen determinadas condiciones, generalmente ligadas a la evolución de los mercados. Así, la rentabilidad final depende en gran medida del comportamiento de activos como las acciones o los bonos, lo que supone un riesgo añadido para el inversor. Las cifras lo confirman. Mientras que la rentabilidad media de los depósitos tradicionales apenas alcanza el 1,99%, algunos productos combinados prometen rentabilidades de hasta el 3%, siempre que se cumplan ciertos requisitos de vinculación o resultados de mercado.

Esta diferencia puede parecer tentadora, pero es fundamental que los ahorradores comprendan bien en qué están invirtiendo y los riesgos que asumen. He conversado con expertos del sector, quienes insisten en la necesidad de un asesoramiento adecuado antes de contratar estos productos. Los perfiles más conservadores, acostumbrados a la seguridad de los depósitos a plazo fijo, pueden sentirse atraídos por estos depósitos combinados sin conocer realmente las implicaciones. "El riesgo está en que, si no se alcanzan las metas de rentabilidad establecidas, la remuneración puede ser mínima o nula", me explicaba un gestor bancario.

Por otro lado, las entidades financieras también se benefician de esta tendencia. La vinculación de los depósitos a productos de inversión les permite cobrar comisiones por la gestión de estos instrumentos, algo que no ocurre con los depósitos tradicionales. De esta manera, obtienen ingresos adicionales en un entorno donde la rentabilidad del negocio bancario se ha visto fuertemente reducida. La inflación, por su parte, actúa como un enemigo silencioso. Con tasas que superan el 2%, el poder adquisitivo de los ahorros se ve erosionado día a día. Esta circunstancia empuja a muchos a buscar alternativas que, aunque más arriesgadas, puedan al menos igualar o superar el incremento del coste de la vida. Sin embargo, no todos los inversores están preparados para asumir esa volatilidad.

En definitiva, me queda claro que la búsqueda de rentabilidad se ha convertido en una carrera que obliga a asumir más riesgos de lo que muchos ahorradores se sienten cómodos aceptando. La recomendación que extraigo de todo este análisis es que no hay soluciones mágicas: conviene informarse bien, entender los productos y, sobre todo, no dejarse llevar por la promesa de altos rendimientos sin ser plenamente consciente de las posibles pérdidas. El ahorro, tradicionalmente un refugio seguro, hoy exige un ejercicio de reflexión y prudencia. Sólo así podremos encontrar el equilibrio adecuado entre seguridad y rentabilidad.