La locura del dólar: una tormenta silenciosa en los mercados globales

Por más de ochenta años, el dólar ha sido el ancla del sistema financiero internacional. Su hegemonía como activo de reserva, su uso en transacciones internacionales y su peso como referencia en los mercados le otorgaron un estatus casi incuestionable.

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EMMA TUCKER

5/8/20254 min read

Sin embargo, en los últimos tiempos, algo se está quebrando. Y aunque no estemos frente a una corrida bancaria al estilo clásico, como la que retrató magistralmente Frank Capra en su película de 1932 American Madness, los signos de alerta se acumulan en el horizonte. El dólar, ese símbolo de estabilidad, parece estar atravesando una fase de desequilibrio tan impredecible como preocupante. Recuerdo cómo Capra utilizó la desconfianza en una institución financiera como reflejo del desmoronamiento moral y social de toda una época.

La metáfora sigue viva. Hoy, los síntomas no se manifiestan en largas filas frente a bancos o cajas de ahorro, sino en las plataformas de negociación de activos, en las decisiones de los grandes fondos y bancos centrales, y en la volatilidad de los mercados cambiarios. La huida de los activos denominados en dólares, aunque silenciosa y mayoritariamente en el ámbito mayorista, es real. Y tiene motivos profundos que conviene analizar sin alarmismo, pero también sin ingenuidad.

Una historia de tensiones

Esta no es la primera vez que el dólar sufre un sobresalto. A finales de los años sesenta y principios de los setenta, el billete verde atravesó una etapa de debilidad intensa. Una combinación de tensiones internas y externas llevó al gobierno estadounidense a adoptar decisiones drásticas: controles de precios y salarios, nuevos aranceles, y el fin unilateral de la convertibilidad del dólar en oro.

El sistema de Bretton Woods, con sus tipos de cambio fijos, saltó por los aires. Lo que siguió fue una década de desconfianza monetaria y fuerte inestabilidad económica. Aquella lección histórica pareció consolidar la necesidad de una política monetaria disciplinada, de bancos centrales independientes y de un dólar fuerte como pilar del orden global. Pero hoy, los síntomas de desorden resurgen, y lo hacen de nuevo desde dentro.

Una crisis que se gesta en casa

A diferencia del pasado, hoy las divisas flotan libremente. Ya no hay paridades fijas ni patrones oro. Pero el dólar sigue teniendo una enorme influencia.

Y sin embargo, las señales actuales apuntan a una pérdida de confianza creciente. Las decisiones internas de la política económica estadounidense –especialmente en el ámbito fiscal y comercial– están generando una fuga paulatina de los inversores internacionales. El desequilibrio presupuestario amenaza con agravarse. La presión política sobre la Reserva Federal ha socavado, al menos en percepción, su independencia. Y la estrategia de aranceles y proteccionismo está desatando efectos colaterales no deseados. A esto se suma un hecho inquietante: ni siquiera unos tipos de interés más altos han logrado frenar la depreciación del dólar frente al euro y otras divisas.

Efectos globales: un nuevo tipo de arancel

La depreciación del dólar tiene consecuencias globales. Por un lado, encarece las monedas extranjeras y sus exportaciones, actuando como un arancel implícito.

Por otro, abarata las materias primas y la energía en los países que compran en dólares, lo que introduce una paradoja: algunos ganan a corto plazo, pero muchos pierden competitividad y capacidad de inserción comercial. La balanza global se desequilibra aún más. El euro, por ejemplo, ha superado recientemente los 1,15 dólares, una cifra que no se veía con consistencia desde hace tiempo. Esto hace que los productos europeos sean más caros en Estados Unidos, afectando negativamente a sus exportadores. Y, al mismo tiempo, la aparente debilidad del dólar no se traduce necesariamente en dinamismo económico estadounidense. Es más bien una señal de que algo no está funcionando bien en el corazón del sistema financiero global.

¿Una locura pasajera o un cambio de era?

¿Estamos frente a una locura momentánea, producto de tensiones geopolíticas y desequilibrios temporales? ¿O se trata de una señal más profunda, que anticipa un reordenamiento del sistema monetario internacional? Lo cierto es que la fe en el dólar, como en la película de Capra, se sostiene cada vez más por la inercia que por la convicción. Y como en todo sistema basado en la confianza, cuando esta empieza a resquebrajarse, los movimientos pueden volverse bruscos, incluso irracionales. El mundo está observando con cautela. Algunos países ya han comenzado a diversificar sus reservas, apostando más por el oro o por otras monedas. Los bancos centrales, siempre prudentes, están reevaluando sus estrategias. Y en los mercados, la volatilidad se ha vuelto la norma.

Conclusión

Lo que estamos viviendo no es una crisis terminal del dólar, pero sí una señal clara de que su hegemonía no puede darse por sentada. Como en la Gran Depresión, los desajustes internos de Estados Unidos están proyectando ondas expansivas hacia el resto del mundo. La historia enseña que las monedas fuertes no solo se sostienen con políticas económicas acertadas, sino también con credibilidad, estabilidad institucional y visión a largo plazo. Hoy más que nunca, entender la economía es ponerla en nuestras manos.

Porque lo que ocurre con el dólar no es solo un asunto de expertos: afecta nuestras exportaciones, el precio de la energía, nuestras inversiones y, en última instancia, nuestra vida cotidiana. La locura del dólar, como la de Capra, nos recuerda que en tiempos de incertidumbre, la confianza no se impone: se construye. ¿Estaremos a la altura del desafío?