La internacionalización empresarial: una necesidad más que una opción

Recuerdo con claridad los años en que cursaba mis estudios en Estados Unidos. En aquel entonces, uno de mis amigos más cercanos —dedicado al estudio de mercados y estrategias comerciales— sostenía que la mejor manera de entender el estado económico y comercial de un país era pasear por sus centros comerciales. Esa afirmación, aunque sencilla, encerraba una verdad profunda: observar qué tiendas existen, qué productos se venden, de qué países provienen, permite entender si ese país está conectado con el mundo o encerrado en sí mismo.

ACTUALIDAD MERCADOS

PEDRO BUENO

4/11/20252 min read

Recuerdo con claridad los años en que cursaba mis estudios en Estados Unidos. En aquel entonces, uno de mis amigos más cercanos —dedicado al estudio de mercados y estrategias comerciales— sostenía que la mejor manera de entender el estado económico y comercial de un país era pasear por sus centros comerciales. Esa afirmación, aunque sencilla, encerraba una verdad profunda: observar qué tiendas existen, qué productos se venden, de qué países provienen, permite entender si ese país está conectado con el mundo o encerrado en sí mismo.

En mis visitas a Estados Unidos, por ejemplo, solía encontrar tiendas cerradas con carteles que prometían una apertura “próxima”, aunque muchas de ellas jamás abrían. Ese fenómeno se repetía en centros comerciales chinos, que imitaban el estilo occidental pero con notables particularidades locales. Todo esto reflejaba un proceso que se ha ido consolidando con los años: la internacionalización empresarial. La globalización ha dejado de ser una tendencia para convertirse en una realidad estructural del mercado.

Las empresas, independientemente de su origen —sean americanas, chinas o europeas—, se ven obligadas a expandirse más allá de sus fronteras para sobrevivir y prosperar. Ya no basta con dominar el mercado nacional: hay que competir globalmente, ajustarse a estándares internacionales, y adaptarse cultural y operativamente a múltiples contextos. Lo he podido constatar también a través de mis experiencias como conferenciante invitado en universidades de todo el mundo, en especial en Boston.

Allí, muchos jóvenes estudiantes de programas internacionales muestran una visión muy clara: entienden que su futuro profesional se juega en un tablero global. Me impresiona cómo se preparan para desarrollar carreras en empresas multinacionales o crear sus propios proyectos con ambición internacional. Las compañías también han empezado a ver la internacionalización no como un lujo, sino como una obligación estratégica.

Recuerdo el caso de Volvo, que fue adquirida por Ford antes de la gran crisis económica, y luego vendida a Geely, una empresa china. Este tipo de operaciones demuestran cómo las fronteras nacionales son cada vez más borrosas en el mundo empresarial. Las decisiones no se toman por el país de origen, sino por la capacidad de competir, innovar y adaptarse globalmente. Ahora bien, este proceso no está exento de tensiones. La política, a veces, intenta oponerse a esta tendencia. Casos como el de Donald Trump —cerrando mercados y promoviendo una visión proteccionista— dan la impresión de estar “protegiendo” las empresas locales. Sin embargo, la realidad es otra: ninguna compañía puede sobrevivir en el aislamiento. Incluso las firmas que reciben respaldo estatal acaban enfrentando los mismos retos globales que todas las demás. La clave está en entender que internacionalizarse no es simplemente abrir una oficina en otro país, sino transformar profundamente la estrategia, los procesos y la cultura de la empresa. Implica asumir riesgos, pero también desbloquear enormes oportunidades.

Las compañías que lo hacen bien no solo sobreviven, sino que lideran su sector a nivel global. Por eso insisto: sean americanas, chinas o europeas, las empresas deben internacionalizarse. No se trata de una elección ideológica, ni de una moda pasajera. Es una exigencia estructural del mundo en que vivimos. Las que no lo entiendan a tiempo se encontrarán, tarde o temprano, con la dura realidad de haber quedado fuera del juego.