La inevitable influencia de China y el reto de Europa

Durante años escuchamos hablar del 2025 como un horizonte lejano, casi futurista. Hoy, ya hemos cruzado el ecuador de ese año, y lo que parecía una proyección teórica se ha convertido en una realidad tangible. Los avances tecnológicos, que muchos creían que transformarían radicalmente el mercado laboral y la economía global, sí han traído cambios significativos, pero no exactamente en la forma en que se esperaba. No se han eliminado tantos empleos como se temía, ni hemos sido completamente reemplazados por máquinas, ordenadores o robots.

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IÑAKI LABADIA

6/12/20252 min read

En cambio, han sido los factores políticos, y especialmente el liderazgo en las grandes potencias, los que han redefinido el tablero económico mundial. He tenido la oportunidad, a lo largo de los años, de seguir de cerca la evolución de China y su papel en el crecimiento económico global. En múltiples visitas al país y reuniones con dirigentes y empresarios chinos, he podido constatar cómo el liderazgo político ha sido crucial para su desarrollo.

Mientras Europa parece avanzar con pasos lentos y cautelosos, y Estados Unidos lidia con incertidumbres internas, China continúa su camino con determinación y objetivos claros. Es particularmente llamativo cómo el país asiático ha centrado parte de sus esfuerzos en el crecimiento de regiones pobres, atrayendo inversiones y logrando resultados visibles en reducción de la pobreza. Esto contrasta con la situación en otras partes del mundo, donde la desigualdad sigue siendo un reto persistente. El papel de Estados Unidos también ha cambiado. Desde el mandato de Donald Trump, se intensificó una política exterior más rígida hacia China, con medidas que restringieron el acceso de empresas chinas al mercado estadounidense. Este clima ha generado tensiones que persisten, incluso a nivel educativo y laboral: ya no son solo los jóvenes chinos quienes encuentran trabas para estudiar en EE.UU., sino también los profesionales.

Desde mi experiencia organizando programas académicos entre escuelas de negocio europeas y asiáticas, he podido observar cómo las relaciones con China han cobrado una nueva dimensión. En particular, los encuentros empresariales y académicos con líderes y estudiantes chinos me han permitido comprender la lógica de su sistema: una fuerte centralización, una visión a largo plazo y una valoración profunda de la estabilidad institucional. En contraposición, Europa muchas veces se ve enredada en su propia complejidad. La diversidad de países, culturas, idiomas y prioridades internas dificulta la creación de una política económica externa común, especialmente hacia potencias como China.

No puedo evitar pensar que lo que más necesita Europa ahora es claridad estratégica. Estamos en un momento en que la economía mundial busca nuevas alianzas y redes de cooperación. Mientras Estados Unidos se encuentra en una posición ambigua, y sus políticas hacia China siguen marcadas por la desconfianza, Europa podría optar por tender puentes, en lugar de levantar muros. Lo que verdaderamente beneficiaría a nuestros gobiernos no es una confrontación estéril, sino una colaboración bien estructurada. Establecer una relación fluida y constructiva con China no solo es posible, sino también necesario.

De hecho, he hablado recientemente con altos funcionarios chinos que fueron alumnos en nuestras escuelas de negocios europeas y, lejos de mostrar hostilidad, expresan interés en construir relaciones duraderas y beneficiosas para ambas partes. En definitiva, la historia reciente nos recuerda que los avances no se logran solamente con tecnología, sino también con inteligencia política, visión de futuro y capacidad de diálogo. Europa tiene una oportunidad única de redefinir su papel en el escenario global, pero para aprovecharla debe actuar con decisión y sin temores infundados. Establecer una relación sólida y sin complicaciones con China podría ser uno de los pasos más sensatos en ese camino.