La evolución de la gestión activa: crónica desde la frontera financiera
He sido testigo, desde dentro y en tiempo real, de una transformación silenciosa pero implacable que recorre los pasillos de la gestión de inversiones. Una metamorfosis que, como la evolución darwiniana, no perdona la ineficiencia, la rigidez ni la arrogancia de creerse infalible. La gestión activa, antaño reina indiscutible del mundo financiero, hoy lucha por no convertirse en una especie en peligro de extinción.
ACTUALIDAD MERCADOS
SANTI CULLELL
4/29/20253 min read


Durante tres décadas —entre 1992 y 2022— los fondos activos de renta variable en Estados Unidos han librado una batalla desigual contra un rival silencioso pero brutal: el mercado. Solo un 10% de ellos ha logrado sobrevivir y, además, superar al todopoderoso S&P 500, con su consistente rentabilidad anual del 9,46%.
Otro 31% sobrevive, aunque no con gloria, al no haber logrado vencer al índice. Y el 59% restante... ha desaparecido. Borrados del mapa financiero, víctimas de su incapacidad para justificar sus comisiones o adaptarse a las nuevas reglas del juego. La selección natural, en este contexto, no es una metáfora. Es una realidad que se manifiesta en balances, reembolsos y fusiones. La gestión activa ya no puede depender del prestigio, la narrativa o el marketing. Está siendo comprimida, por un lado, por la eficiencia letal y los costes irrisorios de la gestión pasiva; y por otro, por el atractivo de los activos alternativos —private equity, deuda privada, infraestructuras— que ofrecen acceso a primas de riesgo jugosas a cambio de una menor liquidez y un horizonte temporal más amplio.
Esto plantea una pregunta incómoda, pero necesaria: ¿sigue teniendo sentido la gestión activa? La respuesta, al menos desde mi experiencia, no es binaria. No se trata de un "sí" o un "no", sino de un "depende". La gestión activa no ha muerto, pero sí ha perdido su protagonismo como núcleo estructural de las carteras modernas. Ha sido relegada a un rol más táctico, casi quirúrgico. Y esto, lejos de ser una sentencia de muerte, podría ser su salvación. En este nuevo ecosistema, más competitivo y transparente, el gestor activo debe parecerse menos a un general en campaña permanente y más a un francotirador paciente.
Su valor no radica en vencer al índice año tras año, sino en saber cuándo y dónde actuar. En identificar anomalías, dislocaciones, momentos de pánico o sobreventa. En encontrar valor donde los algoritmos aún no miran, o donde el miedo distorsiona el precio. Como ocurre en la naturaleza, la clave de la supervivencia está en la adaptación. Y eso implica especialización. No es casualidad que los fondos activos que han sobrevivido y prosperado suelan estar anclados en nichos: small caps, mercados emergentes, sectores temáticos o situaciones especiales. Ámbitos donde la información es más dispersa, los modelos automáticos menos eficaces y la capacidad analítica marca la diferencia.
Imagino las carteras del futuro como organismos vivos, híbridos, diseñados con precisión quirúrgica. Un núcleo pasivo, estable y eficiente, que aporte exposición diversificada a beta de mercado a bajo coste. Y satélites activos, configurados para actuar en momentos clave: capturar oportunidades tácticas, proteger ante eventos extremos o aprovechar transiciones estructurales. Hedge funds, estrategias long/short, fondos temáticos o gestores con enfoque contrarian y capacidad de convicción.
Este enfoque no solo es más honesto respecto a las limitaciones de la gestión activa tradicional, sino que también es más robusto en términos de resiliencia y adaptabilidad. Ya no se trata de elegir entre blanco o negro, entre activo o pasivo, sino de orquestar un sistema donde cada pieza tenga un rol claro, un propósito y una métrica de éxito. Desde donde estoy —en el terreno, gestionando carteras, conversando con inversores y analistas— lo que veo no es una extinción, sino una evolución. Un paso atrás para tomar impulso. Una renuncia al protagonismo para abrazar la eficacia.
Y ahora te pregunto a ti: ¿Debe la gestión activa replegarse hacia una especialización táctica? ¿Puede reinventarse como actor esencial en momentos de crisis y dislocación? Yo creo que sí. Pero, como en toda evolución, no todos sobrevivirán. Solo los que realmente aporten valor. Los que sepan cuándo intervenir, y cuándo no. Los que entiendan que el futuro no pertenece al más fuerte, sino al que mejor se adapta.
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