La dolorosa verdad tras la propuesta de Trump para reducir el déficit exterior

He observado con atención la propuesta de Donald Trump de reducir drásticamente el déficit exterior de Estados Unidos. Y debo reconocer que la iniciativa tiene una profunda enjundia, cuyas consecuencias no solo afectan a la política económica norteamericana, sino que también repercutirían en todo el mundo, incluido nosotros.

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RAMON GARCIA

4/29/20253 min read

No se trata de un ajuste superficial: el déficit exterior, en esencia, refleja que el ahorro interno —tanto privado como público— no es suficiente para financiar el nivel de gasto de la economía. La diferencia, hasta ahora, ha sido cubierta gracias al ahorro de otros países.

Cerrar este déficit implica algo muy sencillo pero doloroso: los ciudadanos estadounidenses tendrían que reducir su nivel de vida. No hay atajos. Esta es una verdad que los españoles conocemos demasiado bien. Durante los años de bonanza económica previos a la crisis financiera, vivimos por encima de nuestras posibilidades gracias a la financiación exterior. Pero cuando la crisis golpeó y esos préstamos desaparecieron, nos vimos obligados a iniciar el arduo camino de la austeridad, con el dolor social que ello conllevó.

Estados Unidos, sin embargo, cuenta con un arma que nosotros no tuvimos: el "exorbitante privilegio" del dólar, como lo denominó Valéry Giscard d’Estaing. El país ha podido pagar su déficit exterior emitiendo su propia moneda, algo que no está al alcance de cualquier economía. Esta capacidad ha amortiguado, hasta ahora, los peores efectos de sus desequilibrios. Desde comienzos de este siglo, el déficit estadounidense se ha financiado, en gran medida, gracias al ahorro chino.

Esta relación, simbiótica y paradójica, se basó en que los estadounidenses utilizaban capital chino para sostener un nivel de vida que no podían permitirse, mientras los ciudadanos chinos limitaban severamente su consumo, generando enormes excedentes de ahorro que terminaban prestando a Estados Unidos. Stephen Roach ha descrito magistralmente esta paradoja: un país pobre prestando dinero a uno rico. Al observar los datos, la magnitud de este fenómeno resulta aún más llamativa. A finales de la pasada década, el ahorro neto de China rondaba el 45% de su PIB, una cifra descomunal si se compara con el exiguo 2% de Estados Unidos o el 12% de Europa.

Este enorme ahorro reflejaba un consumo privado extraordinariamente bajo en China, alrededor del 40% del PIB, frente al 67% estadounidense o el 58% europeo. En otras palabras, mientras los americanos disfrutaban de un nivel de vida que su propio ahorro no podía sostener, era el sacrificio del consumo chino lo que sostenía esta estructura global. Una anomalía histórica que ahora, de prosperar la política de Trump, podría llegar a su fin.

Si la estrategia trumpista tuviera éxito, el mundo entero sentiría su impacto. El debilitamiento de los superávits comerciales con Estados Unidos afectaría directamente al crecimiento de muchas economías, incluidas las nuestras. Pero el golpe más duro lo recibirían los propios ciudadanos estadounidenses: se verían obligados a ajustar su gasto al nivel de ingreso que generan internamente, prescindiendo del financiamiento externo.

Esto, inevitablemente, requeriría una combinación de menor déficit público y mayor ahorro privado, es decir, una reducción palpable del nivel de vida. Sinceramente, me cuesta imaginar a Trump impulsando un vuelco de semejante magnitud. Quizás confíe en que el impulso de nuevas industrias y la recuperación de sectores productivos permitan generar mayores ingresos que suavicen el ajuste. No obstante, si se pretende cerrar realmente el déficit exterior, no habrá escapatoria: tanto el Estado como las familias deberán gastar menos y ahorrar más. Se avecinan tiempos difíciles. No solo para Estados Unidos.

También para todos nosotros, que durante décadas hemos participado —de forma directa o indirecta— en ese flujo de capitales que ahora podría interrumpirse. El mundo podría estar a las puertas de un cambio profundo en su arquitectura económica. Un cambio que, como siempre, no será indoloro.