La amenaza de la identidad digital y el precio de la dependencia: una reflexión urgente
Hoy me he despertado con la noticia de la filtración de datos de 90.000 usuarios de Coinbase, un nuevo episodio que nos recuerda lo que significa realmente el concepto de identidad digital. Una filtración que, más allá de las cifras, es un síntoma: la fragilidad de un sistema que se presenta como seguro, pero que en realidad reposa sobre la confianza que depositamos en actores que, tarde o temprano, pueden ser sobornados o corrompidos.
ACTUALIDAD MERCADOS
JULIO VILAR
6/3/20253 min read


Sé que a muchos les cuesta dormir hoy, y lo entiendo. La sensación de vulnerabilidad es real: cuando tus datos están en manos de otros, tu privacidad y tu libertad se tambalean. Y, sin embargo, parece que la sociedad sigue avanzando sin pararse a reflexionar. Nos empujan hacia un futuro donde la identificación digital ya no es opcional, aunque lo presenten así. Lo que comienza como un avance tecnológico se convierte, sin darnos cuenta, en la coartada perfecta para el control total. Yo mismo confieso que, por otros motivos, duermo bien. Pero por esto no.
Porque no hablamos solo de datos: hablamos de un cambio profundo en cómo se ejerce el poder. Antes, las disidencias se ocultaban en panfletos y manifestaciones; ahora, se castigan con el dedo que señala, con la filtración pública de datos, con el chantaje de la visibilidad. Y eso hace que el anonimato sea más necesario que nunca. Lo digo como alguien que da la cara, que no se esconde. Sé lo que significa recibir críticas y ataques, pero entiendo también a los que buscan el refugio del anonimato.
Hoy en día, parecer anónimo o querer serlo se mira con desconfianza, como si fuera un signo de delito. Se nos educa para pensar que el anonimato es sospechoso, cuando en realidad es la primera línea de defensa de la privacidad. En este contexto, la filtración de Coinbase no es una anécdota. Es un aviso. Hoy son 90.000 usuarios cuyos datos están en la red de un mercado oscuro; mañana seremos todos.
Porque la tendencia es clara: unificarlo todo, centralizarlo todo. Nuestra salud digital, nuestro dinero digital, nuestra identidad digital. Y cuando todo esté centralizado, bastará con un clic para decidir qué puedes hacer y qué no, qué puedes poseer y qué no. Sin jueces, sin garantías. Lo preocupante no es solo la tecnología. Lo verdaderamente inquietante es la falta de un freno social. La sociedad, adormecida por la promesa de la comodidad y la seguridad, apenas reacciona. Ni siquiera el debate político ofrece un contrapeso real. Vemos cómo quienes hoy dicen oponerse a este control, mañana se pliegan a la presión. Las palabras se las lleva el viento; las bases del sistema siguen intactas. No hablo de teorías de la conspiración. Hablo de lo que ya es evidente: la deriva hacia un sistema en el que la libertad se convierte en un lujo y la dependencia en una norma. Un sistema que nos enseña a no poseer nada, a depender de todo. Nos dicen que tener propiedades es tóxico, que no es moderno.
Nos prometen un mundo donde alquilamos cada aspecto de nuestra vida, y nos convencen de que eso es progreso. Pero toda persona que debe algo es alguien más fácil de controlar. Lo vemos en las calles, en los aeropuertos, en las colas del supermercado. Gente que trabaja sin poder dormir bajo un techo digno. Jóvenes que solo encuentran contratos a media jornada y salarios que no alcanzan para nada. Y, mientras tanto, el discurso oficial insiste en que somos una locomotora económica. Pero esa locomotora solo funciona a base de gasto público y deuda, no con un sector productivo que sostenga a la sociedad. A veces me pregunto qué salida hay. No veo demasiadas opciones, salvo seguir hablando, denunciando, tratando de despertar a quien quiera escuchar. Si un día hay que salir a la calle y levantar piedras contra los ministerios, quizá habrá que hacerlo. No por violencia, sino porque nos empujan a la desesperación. Y mientras tanto, solo nos queda proteger lo que podamos. Por eso el próximo 3 de junio estaré en Málaga, hablando sobre el oro. Puede que no sea la solución a todos nuestros problemas, pero sí es un refugio.
El oro no está sujeto al botón que lo confisca todo. Es una forma de resistencia, un recordatorio de que hay cosas que no se pueden digitalizar ni fiscalizar tan fácilmente. Y eso, hoy más que nunca, tiene valor. La historia de la filtración de Coinbase es, en realidad, la historia de nuestro tiempo: la del control y la del consentimiento. Cada vez que aceptamos un identificador digital o un pago instantáneo sin preguntarnos por sus implicaciones, cada vez que dejamos que nos digan que no tener nada es modernidad, estamos cediendo un poco más. Yo no tengo la respuesta final, pero creo que lo primero es abrir los ojos y no callar. Así que aquí sigo, contando lo que veo y lo que pienso.
Tal vez sirva para algo. Tal vez no. Pero en estos tiempos, quedarse callado es complicidad. Y yo, por lo menos, no pienso ser cómplice de un sistema que nos quiere obedientes, controlados y, sobre todo, dependientes.
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