Instalados en la incertidumbre: 90 días en la cuerda floja
Nunca antes había sentido con tanta intensidad lo que significa operar en medio de un abismo normativo. En los despachos de las grandes y pequeñas empresas exportadoras, el ambiente es tenso, casi irrespirable. La pregunta se repite como un eco incesante entre las paredes de cristal de las oficinas: ¿qué pasará dentro de 90 días? Esa ventana de tres meses, anunciada por el presidente estadounidense Donald Trump como una pausa estratégica en su agresiva política arancelaria, ha generado más desconcierto que alivio. Lo que en un primer momento se presentó como un respiro, pronto se reveló como una tregua tan inestable como efímera. Porque el fondo del problema permanece intacto: la guerra comercial entre Estados Unidos y China, una confrontación que ha dejado de ser un mero pulso bilateral para convertirse en un terremoto global.
ACTUALIDAD MERCADOS
JON FERGUSON
4/13/20253 min read


Nunca antes había sentido con tanta intensidad lo que significa operar en medio de un abismo normativo. En los despachos de las grandes y pequeñas empresas exportadoras, el ambiente es tenso, casi irrespirable. La pregunta se repite como un eco incesante entre las paredes de cristal de las oficinas: ¿qué pasará dentro de 90 días? Esa ventana de tres meses, anunciada por el presidente estadounidense Donald Trump como una pausa estratégica en su agresiva política arancelaria, ha generado más desconcierto que alivio. Lo que en un primer momento se presentó como un respiro, pronto se reveló como una tregua tan inestable como efímera. Porque el fondo del problema permanece intacto: la guerra comercial entre Estados Unidos y China, una confrontación que ha dejado de ser un mero pulso bilateral para convertirse en un terremoto global.
Una pausa sin promesas
Trump, acorralado por la caída de los mercados, el nerviosismo financiero y las presiones internas de su gabinete económico, decidió frenar en seco la escalada arancelaria apenas una semana después de haber anunciado una nueva oleada de gravámenes. Su cambio de rumbo no ha despejado el horizonte, sino que ha ampliado la niebla.
Persiste el arancel base del 10% a las importaciones en general, así como los castigos del 25% al acero, el aluminio y los automóviles. Y, sobre todo, continúa el castigo sin precedentes a las importaciones chinas, con tasas que alcanzan ya el 145%, una cifra que ha sido respondida por Pekín con aranceles del 125% a los productos estadounidenses. En este juego de represalias, los damnificados somos muchos. Las empresas, en particular las que operamos con cadenas de suministro globales, estamos atrapadas en una trampa de incertidumbre. ¿Cómo planificar a medio plazo cuando las reglas pueden cambiar de la noche a la mañana? ¿Cómo justificar inversiones millonarias si no sabemos bajo qué condiciones comerciales operaremos dentro de tres meses?
Estrategias de supervivencia
Lo que estamos viviendo no es solo un problema arancelario, sino una alteración estructural de la lógica del comercio internacional. Compañías de todos los sectores —desde la automoción hasta la electrónica de consumo, pasando por la moda y la industria química— se han visto forzadas a activar mecanismos de emergencia.
Apple, por ejemplo, ha comenzado a fletar aviones desde la India para asegurar la llegada de millones de iPhones antes de que entre en vigor cualquier nuevo impuesto. Las automovilísticas, desde General Motors hasta Porsche, han elevado sus inventarios en EE. UU. en una carrera contrarreloj para evitar futuras penalizaciones. En el ámbito industrial, firmas como Basf o Hugo Boss admiten públicamente que no tomarán ninguna decisión importante hasta que la situación se aclare. Pero esa claridad no parece estar cerca. Desde mi posición, liderando una empresa con producción repartida entre Europa, Estados Unidos y México, puedo decir con franqueza que jamás habíamos enfrentado una coyuntura de tanta volatilidad. Cada día implica revisar contratos, renegociar condiciones logísticas, calcular nuevos márgenes y preparar escenarios múltiples, en los que la única constante es el cambio abrupto de las reglas del juego.
El coste invisible del caos
Más allá de los titulares, lo que verdaderamente está en juego es la sostenibilidad de nuestras operaciones. La amenaza no está solo en el coste adicional de los aranceles, sino en el efecto dominó que provocan en toda la cadena: desde la planificación financiera hasta la confianza de nuestros socios internacionales. La volatilidad genera miedo, y el miedo paraliza. La ironía es que la estrategia de Trump pretendía estimular la producción nacional estadounidense. Sin embargo, el resultado parece estar siendo el opuesto: inversores que aplazan sus decisiones, plantas que retrasan su apertura, empresas que buscan otros destinos para establecer sus centros logísticos. ¿Quién quiere comprometerse con un país donde el marco normativo es tan impredecible como el clima en el océano?
Vivir en el limbo
A estas alturas, el comercio mundial no solo está desacelerándose, está desorientado. No sabemos si estamos ante una tormenta pasajera o el inicio de una nueva era marcada por el proteccionismo. El multilateralismo se resquebraja, los acuerdos globales pierden peso, y las relaciones bilaterales se convierten en una moneda de cambio geopolítica. En nuestro día a día, esto se traduce en un ejercicio constante de adaptación, en una suerte de management de la incertidumbre. Las decisiones se toman al filo de la navaja, equilibrando el corto plazo con la necesidad de mantener una visión estratégica.
Nos encontramos instalados en la incertidumbre. Y aunque nadie puede predecir con certeza qué ocurrirá al término de estos 90 días, lo que sí sabemos es que el mundo de los negocios tal y como lo conocíamos ha cambiado. Y no volverá a ser el mismo.
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