Gastar por miedo: el laberinto irracional del rearme europeo
La creciente militarización de Europa, impulsada por una sensación generalizada de amenaza y desconfianza, está llevando al continente a destinar cantidades cada vez más elevadas a su defensa. En el caso de España, actualmente se invierten 19.773 millones de euros —el 1,28% del PIB—, pero el objetivo del Gobierno es alcanzar los 25.000 millones en los próximos años, lo que convertiría el gasto en defensa en una de las partidas más relevantes del presupuesto. A partir de 2029, se espera que la cifra supere los 50.000 millones anuales.
ACTUALIDAD MERCADOS
JULIO VILAR
3/27/20253 min read


La creciente militarización de Europa, impulsada por una sensación generalizada de amenaza y desconfianza, está llevando al continente a destinar cantidades cada vez más elevadas a su defensa. En el caso de España, actualmente se invierten 19.773 millones de euros —el 1,28% del PIB—, pero el objetivo del Gobierno es alcanzar los 25.000 millones en los próximos años, lo que convertiría el gasto en defensa en una de las partidas más relevantes del presupuesto. A partir de 2029, se espera que la cifra supere los 50.000 millones anuales.
¿La justificación? La necesidad de “estar preparados para la guerra”. Esa afirmación, pronunciada sin ambages por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, resuena como un eco incómodo en un continente que, tras décadas de paz, se enfrenta de nuevo a su pulsión más destructiva. Pero cabe preguntarse: ¿realmente es este el camino adecuado? ¿Se trata de una decisión estratégica fundamentada o simplemente de una reacción guiada por el miedo? La narrativa dominante señala que Europa necesita defenderse de una hipotética ofensiva rusa, que no sólo amenaza a Ucrania, sino también a países bálticos como Letonia, Lituania o Estonia.
Esta visión, que convierte a Rusia en un enemigo omnipresente y eterno, está calando en la opinión pública y, más peligrosamente, en las decisiones presupuestarias. No obstante, esta lógica encierra una paradoja: si invertimos miles de millones en armas solo por desconfianza mutua, estamos actuando no por necesidad real, sino por inseguridad estratégica. La hipótesis que impulsa este rearme masivo es, en muchos sentidos, una reedición de la Guerra Fría: la creencia de que, una vez terminada la guerra en Ucrania, Estados Unidos se retirará de Europa, desmontará sus bases y abandonará la OTAN.
Esta suposición, alimentada por figuras como Donald Trump, encuentra eco incluso en ciertos sectores políticos europeos, que ven en la independencia militar la única vía hacia una verdadera autonomía continental. Pero la pregunta persiste: ¿y si todo este gasto multimillonario se basa en un error de cálculo? Invertir en armas por si acaso es el equivalente político de comprar un búnker porque “nunca se sabe”. Es una estrategia que no previene la guerra, sino que puede alimentar la espiral de tensión. En lugar de invertir en innovación tecnológica, educación, resiliencia industrial o políticas sociales, se destinan recursos a una maquinaria bélica que solo tiene sentido si se usa. Y si se usa, todos pierden.
El verdadero problema radica en el trasfondo del conflicto: la falta de confianza. Rusia pide garantías de que Occidente no atacará, mientras que la UE gasta miles de millones por temor a una agresión rusa. ¿Y si se trata simplemente de un malentendido geopolítico perpetuado por décadas de propaganda mutua? ¿Y si, en lugar de invertir en la guerra, dedicáramos esos recursos a construir puentes diplomáticos y modelos de seguridad compartida? Porque no se trata solo de cuánto se gasta, sino de por qué se gasta. La historia europea está repleta de errores nacidos del miedo y la desconfianza: Napoleón, Hitler, la Guerra Fría. Todas esas etapas empezaron con el convencimiento de que era necesario armarse para evitar el desastre, pero lo que vino después fue justamente lo contrario. Hoy, ese ciclo amenaza con repetirse. Europa se encuentra en una encrucijada.
Puede optar por el rearme ilimitado, alimentando un conflicto de desgaste y miedo, o puede apostar por liderar una nueva visión de seguridad colectiva basada en la cooperación, el desarme gradual y la integración. No se trata de ingenuidad, sino de inteligencia estratégica. Y, al final, quizás la pregunta más pertinente sea esta: ¿realmente estamos más seguros con más armas o simplemente más atrapados en un bucle de desconfianza que nosotros mismos alimentamos? Porque gastar tanto por miedo no es defensa, es rendición.
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