Estados Unidos: ¿Han dejado de ser una democracia?
Resulta inevitable hacerse esta pregunta tras observar con atención la deriva que ha tomado el sistema político estadounidense en los últimos años. Lo que antes se presentaba como un modelo ejemplar de gobierno democrático y referente internacional en derechos y libertades, hoy se tambalea bajo el peso de contradicciones internas, presiones ideológicas extremas y un preocupante deterioro de sus instituciones.
ACTUALIDAD MERCADOS
JON FEGUSON
4/19/20252 min read


Resulta inevitable hacerse esta pregunta tras observar con atención la deriva que ha tomado el sistema político estadounidense en los últimos años. Lo que antes se presentaba como un modelo ejemplar de gobierno democrático y referente internacional en derechos y libertades, hoy se tambalea bajo el peso de contradicciones internas, presiones ideológicas extremas y un preocupante deterioro de sus instituciones.
No se puede obviar el papel de Donald Trump en este proceso. Más allá de su carácter excéntrico y provocador, su legado ha dejado una huella profunda y duradera en la cultura política del país. Su capacidad para atraer la atención mediática global y controlar el discurso público a través de declaraciones incendiarias, aranceles arbitrarios y un populismo agresivo ha marcado una etapa de polarización sin precedentes.
Sin embargo, el problema trasciende a Trump. Las decisiones adoptadas por la nueva administración en materia educativa y cultural también plantean serias dudas sobre el rumbo democrático del país. Las universidades, espacios tradicionalmente reservados al pensamiento crítico y la libertad de expresión, están siendo sometidas a presiones ideológicas alarmantes. Los ataques contra lo que se denomina "cultura woke" y las acusaciones de “proteger el terrorismo palestino” forman parte de una ofensiva más amplia que pretende domesticar el pensamiento académico y condicionar la financiación de las instituciones educativas a la adhesión a una determinada línea ideológica. El caso de universidades de élite como Columbia o Harvard, que han sufrido dimisiones de altos cargos debido a presiones políticas por su posición sobre el conflicto palestino-israelí, refleja con claridad esta tendencia.
Resulta preocupante que la censura ideológica se instale en el corazón del sistema educativo de un país que históricamente ha defendido la libertad de pensamiento como uno de sus pilares fundamentales. La paradoja se vuelve aún más inquietante cuando se observa el silencio cómplice de quienes, desde una supuesta defensa de los derechos humanos, se escandalizan con los abusos en Rusia, Venezuela o China, pero callan ante las vulneraciones de libertades en Estados Unidos o Israel. Esta doble vara de medir erosiona la credibilidad del discurso democrático y pone en evidencia la instrumentalización política de los valores que se proclaman universales. Lo más grave es que todo esto sucede casi sin que nos demos cuenta.
La erosión de la democracia no siempre se manifiesta de forma abrupta; a veces avanza como una marea lenta pero constante, que va vaciando de contenido las instituciones mientras mantiene intacta su apariencia. Depositamos un voto cada cuatro años, sí, pero ¿qué sucede entre elección y elección? ¿Cómo se defienden los derechos cuando la violencia contra inmigrantes se normaliza o cuando se justifican los bombardeos a escuelas en Gaza? Una democracia no puede sostenerse solo en sus rituales. Si en nombre de la libertad se justifican la censura, el autoritarismo y el silenciamiento del disenso, entonces es legítimo preguntarse si ese sistema sigue mereciendo ese nombre.
Lo que ocurre hoy en Estados Unidos debería encender todas las alarmas. No solo por lo que implica para su población, sino por el modelo que proyecta hacia el resto del mundo. Quizá no se pueda afirmar todavía que Estados Unidos ha dejado de ser una democracia. Pero lo cierto es que, en demasiados aspectos esenciales, se comporta como si ya no lo fuera.
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