Entre sombras y alianzas: la falsa disputa entre Sánchez y Trump, y los juegos geopolíticos del presente
Es viernes, y como cada semana, es momento de detenerse, observar con atención y reflexionar sobre lo ocurrido. No solo se trata de repasar titulares, sino de desentrañar el trasfondo de los discursos oficiales, detectar las omisiones deliberadas y comprender qué dinámicas están realmente en juego.
ACTUALIDAD MERCADOS
JOSÉ LUÍS CARVAJAL
6/30/20254 min read


La semana comenzó con la esperada cumbre de la OTAN, desarrollada en un contexto de tensiones soterradas y simulacros de confrontación política. Pedro Sánchez acudió al encuentro presentando como logro un acuerdo que, sin embargo, lo dejó retratado como la "oveja negra" de la Alianza. Mientras tanto, Donald Trump, en su inconfundible estilo, decidió alzar la voz y arremeter contra el presidente español, acusando a España de no cumplir sus compromisos de gasto militar y dejando entrever que los aranceles podrían ser una herramienta de presión económica. La escena parecía sacada de un guion bien ensayado: un falso enfrentamiento entre líderes, una narrativa confrontativa diseñada para desviar la atención pública. A ambos, tanto a Trump como a Sánchez, les conviene este teatro. Él primero, para agitar su base electoral con el fantasma del aliado irresponsable. El segundo, para mostrarse como víctima del unilateralismo estadounidense. El resultado: titulares alarmistas, debates encendidos y, al fondo, una realidad mucho más compleja y preocupante.
El acuerdo de la OTAN prevé un incremento del gasto en defensa hasta alcanzar el 5% del PIB en 2035. Una meta ambiciosa, sin duda, y profundamente cuestionable. Alemania, por ejemplo, quiere acelerar ese objetivo, aprovechando el contexto para incluir gastos que poco tienen que ver con la defensa: inversiones industriales, subvenciones energéticas o compensaciones por las sanciones a Rusia. Así, se utiliza la seguridad como pretexto para justificar políticas económicas que responden a intereses internos. La propia estructura europea está tambaleándose bajo el peso de decisiones erráticas y una alarmante falta de soberanía. Reino Unido ya ha registrado caídas en la producción automotriz; otros países seguirán el mismo camino. Lo cierto es que Europa atraviesa una crisis estructural, y lo más grave es que muchos de sus líderes parecen haber entregado la brújula. En este juego, la figura de Sánchez no es una excepción.
El presidente español insiste en su compromiso con la OTAN —un 2,1% del PIB, incluyendo pensiones militares—, mientras elude el debate sobre qué tipo de gasto representa realmente ese porcentaje. No se trata solo de comprar armas; hablamos de acuerdos con empresas como Indra o consorcios con capital extranjero que fortalecen el complejo militar-industrial. ¿A quién beneficia esta estrategia? ¿Y quién la ha decidido? España nunca ha cumplido sus compromisos con la OTAN. No lo hizo tras el acuerdo de 2014, y es muy probable que tampoco lo haga ahora. Pero eso parece no importar.
Lo esencial es mantener la narrativa activa, seguir simulando un enfrentamiento que en realidad no existe. Y mientras tanto, se firman acuerdos internacionales sin pasar por los parlamentos. Se diluye la rendición de cuentas. Se consolida una gobernanza opaca, donde los compromisos se adoptan antes incluso de que se presenten formalmente. Es un fenómeno que observamos en múltiples países, pero en España se ha convertido casi en norma. Sánchez, como otros antes que él, ha sabido moverse bien en ese tablero. Se rumoreó incluso que aspiraba a liderar la OTAN. Hoy, aunque esa opción se ha enfriado, su habilidad para tejer alianzas externas continúa siendo una de sus principales bazas.
El caso de Oriente Medio es otra muestra del uso geopolítico de los conflictos. Se ha anunciado un alto el fuego entre Irán e Israel, mientras en paralelo se filtran detalles de conversaciones sobre un nuevo acuerdo nuclear. Se dice que los bombardeos eliminaron la amenaza nuclear iraní, pero también se revela que las instalaciones clave fueron respetadas para mantener el equilibrio de tensión. Netanyahu simula apertura, pero su objetivo sigue siendo el mismo: la caída del régimen iraní. La historia de Irán es, en gran medida, una historia de intervención extranjera.
Desde el golpe de 1953 contra Mosadeq hasta el apoyo occidental a la república islámica liderada por Jomeini, la política internacional ha jugado con las vidas de millones de personas en función de intereses estratégicos. Hoy, muchos en Occidente aún desconocen esa historia, y siguen interpretando el presente con un guion infantil de buenos y malos. El conflicto, por supuesto, continuará. Porque detrás de cada episodio militar hay intereses económicos, energéticos, ideológicos. Y porque la narrativa del enemigo externo sigue siendo útil para quienes necesitan mantener el poder. En otro frente, la economía estadounidense muestra signos de tensión.
El dólar pierde valor frente al euro y la libra. La inflación persiste, y la Reserva Federal se ve atrapada entre las presiones políticas y los datos macroeconómicos. Trump amenaza con reemplazar a Jerome Powell si no se bajan los tipos de interés. La administración, pese a sus discursos, está provocando una devaluación controlada del dólar para aligerar la carga de una deuda que ya supera el billón de dólares anuales en intereses. Al otro lado del mundo, China avanza con una estrategia completamente distinta. Ha perdonado aranceles a países africanos, ha promovido inversiones cruzadas entre Irán y Arabia Saudí, y mantiene una actitud prudente respecto a los conflictos bélicos. Su verdadero frente sigue siendo Taiwán.
Y hasta que no se cruce esa línea roja, China seguirá ganando terreno en el comercio global mientras Occidente se consume en sus propias guerras. Por último, la Unión Europea ha enviado propuestas comerciales a Washington sin consenso interno. Ursula von der Leyen y Maroš Šefčovič han ofrecido comprar decenas de miles de millones en productos estadounidenses, en condiciones que perjudicarían a la industria europea. La deslocalización se aceleraría. Las normas de competencia se relajarían para beneficiar a terceros.
Nos gobiernan líderes con lealtades difusas. Líderes más comprometidos con agendas globales que con sus propios pueblos. Lo vemos en Macron, exbanquero de Rothschild. En Olaf Scholz, exejecutivo de BlackRock. En quienes firman acuerdos sin pasar por el Parlamento. En quienes normalizan la pérdida de soberanía bajo la promesa de estabilidad. Así está el mundo hoy. Con líderes que simulan enfrentamientos, mientras detrás del telón se reparten el tablero.
Y con ciudadanos que, cada vez más, observamos ese teatro con una mezcla de escepticismo, preocupación y la esperanza de que, algún día, volvamos a tener voz en las decisiones que nos afectan.
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