En primera persona: la incertidumbre global que nos está dejando la guerra comercial de Trump

Como asesor financiero e inversor, alguien que estudia los movimientos del mercado no desde una cátedra ni desde una fábrica, sino desde la responsabilidad de ayudar a otros a proteger y hacer crecer su patrimonio.

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SANTI CULLELL

4/22/20254 min read

Y desde esa posición, puedo decirlo con claridad: pocas veces he sentido tanta incertidumbre como la que se respira hoy en los mercados internacionales. La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha dejado de ser un cruce de amenazas para convertirse en una realidad con consecuencias concretas y peligrosas. Lo que empezó con aranceles específicos a productos tecnológicos se ha extendido hasta amenazar con tarifas del 245% a importaciones chinas. La respuesta de Pekín ha sido igual de contundente, desde dejar de comprar aviones de Boeing hasta bloquear ciertos productos culturales estadounidenses. Cada paso que se da, lejos de resolver el conflicto, lo enreda más. Y detrás de este escenario, está Donald Trump, moviendo las piezas a golpe de tuit o de rueda de prensa. Como asesor, sé que lo peor que puede haber para la inversión es la falta de previsibilidad. Hoy, ni los propios CEOs pueden planificar más allá de unas semanas. Nadie sabe si mañana habrá una nueva restricción tecnológica, si se relajarán aranceles o si aparecerán medidas aún más agresivas. Esta volatilidad política ha enterrado cualquier posibilidad de estrategia a largo plazo. Como inversor, veo cómo las decisiones se toman con miedo. Nadie quiere mover una planta de producción, ni deslocalizar, ni expandirse, si no sabe qué clima regulatorio habrá en un año. Y si Trump pierde el control del Congreso en las elecciones de medio término, todos esos cambios pueden revertirse en cuestión de meses. El riesgo de tomar decisiones estructurales ahora es demasiado alto. A nivel macroeconómico, los datos que llegan de China y Estados Unidos se miran con lupa.

China reportó un crecimiento del 5,4%, subidas en la producción industrial y en el consumo, pero no nos engañemos: buena parte de esos números están inflados por estímulos y exportaciones adelantadas, realizadas antes de que los aranceles entren en vigor. Lo que se está cocinando de verdad, aún no se refleja en las cifras. En Estados Unidos, aunque la inflación ha cedido ligeramente en los datos recientes, las expectativas no son buenas. Indicadores como la confianza del consumidor o la curva de tipos reflejan una economía que se tambalea. Estamos viendo síntomas similares a los de 2008. Y eso, como asesor, me obliga a extremar la cautela. La semana pasada, el Banco Central Europeo finalmente bajó los tipos de interés en un cuarto de punto. Era un movimiento previsible, aunque no por ello menos significativo. Europa no puede permitirse sostener tipos altos en un contexto de bajo crecimiento. El problema es que la bajada se produce en mitad de una tormenta, no como parte de una estrategia de expansión, sino casi como medida de contención. Y esto también afecta a los mercados en los que nos movemos cada día. Ante este entorno, no sorprende que muchos busquen refugio en el oro. Lo estoy viendo entre mis propios clientes. El oro ha vuelto a brillar como activo refugio, no por moda, sino porque quedan muy pocas alternativas con ese perfil. Los bancos centrales están comprando oro a niveles récord, lo que me indica que no es un movimiento especulativo, sino estratégico. Incluso en Estados Unidos, la Reserva Federal ha tenido que ajustar sus cálculos del PIB ante la magnitud de la importación de este metal. Los bonos del Tesoro, por otro lado, ya no ofrecen esa seguridad que ofrecían hace una década. La rentabilidad del bono a 30 años ha alcanzado el 5%, y eso refleja una pérdida de confianza.

¿Qué ocurriría si China decide vender una parte importante de su cartera de deuda estadounidense? ¿O si, en un acto desesperado, Trump insinúa un impago selectivo? No exagero al decir que eso haría temblar los cimientos del sistema financiero global. Mientras tanto, el dólar se debilita, y divisas como el franco suizo o el yen japonés recuperan su papel histórico como valores refugio. Lo que más me inquieta no es la bajada del dólar en sí, sino el coste real que esto supone para los ciudadanos estadounidenses. Si a los aranceles se suma una divisa más débil, lo que se está generando es una subida de precios en toda regla. En otras palabras: una subida fiscal encubierta. Y lo peor es que se presenta como una victoria para la industria nacional.

Como asesor, veo con preocupación cómo este discurso puede calar en el votante medio. Pero también sé que si estas políticas nos arrastran a una recesión, Trump podría perder apoyo en el Congreso. Eso dejaría a Estados Unidos en una situación institucionalmente bloqueada, sin capacidad real de tomar decisiones económicas relevantes. Es un escenario que complica aún más cualquier planificación. La renta variable también acusa el golpe. Los índices estadounidenses, que llevaban más de una década liderando el crecimiento global, empiezan a mostrar señales de agotamiento.

Frente al MSCI ACWI, por ejemplo, hay rupturas de estructuras que no veíamos desde la crisis financiera. En este contexto, me pregunto: ¿cómo asesorar con responsabilidad? ¿Dónde colocar capital sin asumir riesgos desproporcionados? La respuesta, hoy más que nunca, está en la diversificación, la gestión activa del riesgo y, sobre todo, en asumir que el futuro inmediato es opaco. Ya no se trata de buscar rentabilidad, sino de protegerse. Ray Dalio advirtió hace tiempo que podríamos estar presenciando el declive de un imperio. Como asesor e inversor, empiezo a pensar que no se equivocaba.

Lo que está ocurriendo no es solo una batalla comercial: es una erosión lenta, pero profunda, de la confianza en el sistema financiero internacional tal como lo conocíamos. Y eso, para quienes vivimos de anticipar escenarios, es lo más difícil de afrontar: un mundo en el que ya no se puede prever nada.