El terremoto silencioso: cómo Alemania y Japón encabezan la próxima gran crisis de deuda
Se avecina una crisis de deuda mientras los medios de comunicación insisten en poner el foco sobre la economía norteamericana. Sin embargo, el mercado de bonos, ese termómetro silencioso pero implacable del sistema financiero, está diciendo algo completamente distinto. Hoy quiero hablarte de todo esto, porque lo que viene no es una curva cualquiera: es una curva crítica, y entenderla puede marcar la diferencia. Estos momentos nos permiten distinguir lo esencial de lo accesorio, lo estructural de lo coyuntural.
ACTUALIDAD MERCADOS
DANIEL GIL
4/8/20255 min read


Se avecina una crisis de deuda mientras los medios de comunicación insisten en poner el foco sobre la economía norteamericana. Sin embargo, el mercado de bonos, ese termómetro silencioso pero implacable del sistema financiero, está diciendo algo completamente distinto. Hoy quiero hablarte de todo esto, porque lo que viene no es una curva cualquiera: es una curva crítica, y entenderla puede marcar la diferencia. Estos momentos nos permiten distinguir lo esencial de lo accesorio, lo estructural de lo coyuntural. Por eso, analicemos el riesgo de una crisis de deuda: de dónde viene, cómo se manifiesta y, sobre todo, por qué es relevante ahora. Una crisis de deuda... Tal vez no la hayas oído nombrar con la frecuencia que merece. Mientras los medios se obsesionan con Estados Unidos y alimentan una narrativa constante de pesimismo, los datos cuentan otra historia. La noticia más importante en los últimos meses no está en los titulares sobre políticas comerciales ni en decisiones presidenciales, sino en el lento colapso de confianza que está ocurriendo en los bonos soberanos de Alemania y Japón. Atención a este punto clave: los bonos soberanos europeos están perdiendo su estatus de activos de reserva global. La venta masiva y sostenida de estos instrumentos refleja algo más profundo que un simple cambio táctico: es una señal de alarma sobre su solvencia y sostenibilidad fiscal. Si analizamos el comportamiento de los bonos este año, el contraste es elocuente. En Estados Unidos, la rentabilidad exigida ha bajado, lo que implica que el Tesoro se financia a tipos más bajos. En cambio, en Alemania, la rentabilidad ha subido con fuerza, presionada por un mayor gasto público —especialmente en defensa— y una percepción creciente de riesgo financiero. Lo mismo ocurre en Holanda, España, Francia y otros países europeos. Japón, tradicionalmente percibido como un refugio de estabilidad, ha virado hacia políticas más agresivas: inflación inducida, gasto público elevado y aumento significativo de la deuda. Hoy, el país enfrenta simultáneamente inflación, estancamiento económico y dudas crecientes sobre su capacidad de pago. La curva de rendimientos japonesa se ha tensionado, y eso nunca es una buena señal. En resumen: mientras Estados Unidos se financia más barato, países como Alemania, Japón, Francia y España deben pagar tipos mucho más altos. ¿Habías oído hablar de esta divergencia? La curva de rendimientos —ese gráfico que traza la relación entre el plazo de los bonos y su rentabilidad— está enviando un mensaje claro. Tradicionalmente, los inversores en bonos son los más cautelosos del mercado. Que ellos estén exigiendo más rentabilidad indica que no creen en una senda de desinflación ni en una mejora de la solvencia estatal, particularmente en Europa. Un aplanamiento o inversión de la curva sugiere no solo dudas sobre el crecimiento, sino también expectativas de inflación persistente y riesgo fiscal. Lo de Japón es grave, sí, pero lo de Alemania es aún más preocupante. En paralelo, en Estados Unidos los índices de impago permanecen en niveles bajos (3,98%), lo que contradice abiertamente el relato mediático de una recesión inminente. La lección que nos está dando el mercado de bonos es esencial para comprender este entorno. Si miramos los datos a un año vista, el caso estadounidense se fortalece aún más. En contraposición, los bonos japoneses, alemanes y europeos han sufrido subidas abruptas en su rentabilidad, lo que encarece la financiación de sus gobiernos. ¿Estamos ante una gran crisis de deuda en Japón o Alemania? No necesariamente. Pero el mercado sí está reconociendo un problema estructural de solvencia que no puede ignorarse. Los medios tienden a justificar los desequilibrios fiscales como si fuesen parte de una estrategia visionaria. Aplauden los planes de gasto público masivo como fórmulas de modernización. Pero el verdadero problema de Alemania, por ejemplo, no es cuánto gasta en defensa o infraestructuras, sino los errores estructurales: una política energética desastrosa, un sector automovilístico rezagado y un sector agrícola en declive. El gasto público puede maquillar el PIB a corto plazo —como vemos en España—, pero no mejora el tejido productivo ni eleva la productividad real. Las recetas keynesianas, aunque populares, han fracasado una y otra vez. Japón es el ejemplo por excelencia: tras décadas de estímulos, solo ha conseguido una economía altamente endeudada, estancada y con inflación. La Unión Europea ha lanzado múltiples programas: el plan de crecimiento y empleo en 2009, el plan Juncker, los fondos Next Generation, el plan de rearme... Todos han tenido un patrón común: más deuda y poco crecimiento sostenido. Lo que el mercado anticipa no es una explosión catastrófica, sino una crisis de fondo, persistente, de insolvencia y de pérdida de credibilidad institucional. Los inversores en deuda no creen en la reducción sostenida de la inflación ni en la voluntad política para sanear las cuentas públicas. Tras tres años consecutivos de pérdidas en los bonos soberanos europeos y japoneses, la credibilidad de sus bancos centrales está en entredicho. No estamos ante un colapso monetario inminente. Lo que vivimos es peor en muchos sentidos: una crisis que avanza despacio, socavando el poder adquisitivo de los ciudadanos y erosionando su patrimonio. Es por eso que el oro sigue subiendo. La estrategia de los bancos centrales y los gobiernos ha sido evitar una crisis abrupta, pero el resultado es una crisis prolongada. La inflación y la presión fiscal funcionan como una transferencia silenciosa de riqueza desde el sector productivo hacia unos estados cada vez más ineficientes. El mercado de bonos, lejos de anunciar una recesión estadounidense, revela una preocupación mucho mayor: la erosión fiscal y la debilidad estructural de muchas economías desarrolladas. Revisemos algunos datos clave. El índice de actividad de la Reserva Federal de Chicago señala una expansión robusta. Los indicadores PMI —utilizados para medir el sentimiento de los gestores de compras— también apuntan a un crecimiento sostenido. Incluso el índice compuesto se sitúa por encima de lo esperado. Es cierto que el último dato de confianza del consumidor ha bajado ligeramente. Pero sigue muy por encima de los niveles de septiembre. Entonces, ¿por qué no se hablaba de recesión cuando los datos eran peores? Este es el motivo por el que debemos mirar con atención el mercado de bonos europeo y japonés. La subida de la rentabilidad exigida se produce, paradójicamente, mientras sus bancos centrales mantienen políticas expansivas. El Banco Central Europeo ha bajado tipos para sostener la deuda soberana, pero los inversores no se lo creen. Por eso exigen una mayor prima de riesgo. Los gobiernos, como el español, se enfrentan ahora al desafío de refinanciar una deuda gigantesca —más de 250.000 millones de euros— a tipos significativamente más altos. Esto incrementa la carga de intereses para todos: una factura que pagamos los ciudadanos. Refinanciar significa pagar la deuda antigua y emitir nueva. Si el tipo de interés sube, el coste financiero también. Esa es la verdadera señal: los inversores ya no perciben a estos estados como igual de solventes que antes. Por eso el oro continúa su escalada. El mercado anticipa que los bancos centrales seguirán debilitando sus monedas en un intento por ganar tiempo. Pero ese tiempo lo pagamos todos. Que no te engañen: la narrativa oficial rara vez coincide con la que revelan los datos. Y hoy, el verdadero terremoto no está en Washington. Está en Berlín, en Tokio, en Bruselas... y cada vez más, en nuestros bolsillos.
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