El riesgo como motor del éxito: una lección imprescindible para los inversores

He aprendido, a lo largo de mi trayectoria en los mercados y en la observación de los grandes líderes empresariales, que hay una constante que se repite con precisión milimétrica: nunca conocerás a una persona verdaderamente exitosa que no asuma riesgos. Esta afirmación, que podría parecer un eslogan de motivación pasajera, es en realidad una verdad estructural en el mundo de la inversión. Y no lo digo por repetir una consigna: lo digo porque lo he visto una y otra vez.

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DANIEL GIL

4/24/20253 min read

Recientemente, escuché un episodio del pódcast Somos aliadas, donde la empresaria Vilma Núñez compartía su visión sobre el emprendimiento. Más allá del marketing digital —el terreno donde ha construido un grupo empresarial sólido y una marca personal influyente en todo el mundo hispano—, su mensaje resonó profundamente en mí como inversor: “El que no arriesga no gana” no es sólo una frase, es una forma de vida. Su historia, que pasa por la migración, el emprendimiento, la formación académica y el liderazgo empresarial, lo ejemplifica con claridad. Núñez plantea una idea contundente: quien no pone algo en juego —especialmente a nivel financiero— está alimentando una ilusión. Lo dice sin ambages: “Quiero un socio que ponga el dinero que yo no pongo” no es una estrategia, es un espejismo. En inversión, como en los negocios, si no hay exposición real, si no hay piel en el juego (skin in the game), tampoco hay resultados auténticos. Esa es una lección que a muchos todavía les cuesta asumir, quizás por miedo, quizás por comodidad.

Riesgo sí, pero con estrategia

Sin embargo, asumir riesgos no significa apostar a ciegas. Como inversores, sabemos que el riesgo sin análisis es temeridad. La clave está en gestionarlo. Así lo explican también desde la psicología: el miedo al fracaso no se elimina, se transforma en una herramienta. En Nara Psicología lo expresan claramente: el crecimiento llega cuando ese temor se convierte en acción. Esa es, precisamente, la actitud de los grandes inversores: reconocer el riesgo, medirlo, pero no paralizarse ante él. Invertir —especialmente en tiempos de incertidumbre— exige salir de la zona de confort. Y no me refiero sólo a grandes operaciones bursátiles. También hablo de poner capital en ideas emergentes, de apostar por tecnologías incipientes, de respaldar a líderes nuevos que aún no tienen un historial perfecto, pero sí una visión sólida. El confort no produce retornos extraordinarios. La valentía inteligente, sí.

La importancia del horizonte temporal

Otro punto en el que Núñez insiste —y que considero especialmente útil para nosotros como inversores— es la claridad temporal en la estrategia. No todas las inversiones tienen que estar diseñadas para el largo plazo, pero debemos tener claro el horizonte de cada una. Una mentalidad errática puede destruir valor, mientras que una hoja de ruta bien definida nos permite mantener el rumbo incluso en la tormenta. Invertir con propósito también significa entender qué tipo de riqueza queremos construir. ¿Buscamos rentabilidad inmediata o impacto a largo plazo? ¿Queremos diversificar por seguridad o concentrar para maximizar retornos? Estas preguntas no tienen respuestas únicas, pero no pueden quedar sin responder. La estrategia sin conciencia es otra forma de improvisación, y en los mercados, la improvisación suele pagarse cara.

El primer saque del éxito

Una metáfora del mundo del deporte que escuché recientemente ilustra bien esta lógica: los tenistas profesionales arriesgan con su primer saque. No siempre aciertan, pero cuando lo hacen, ganan ventaja. Los inversores exitosos operan con esa misma mentalidad. No temen errar, porque entienden que el error también enseña. Lo que no se permiten es quedarse inmóviles por miedo a fallar. La diferencia entre perder por arriesgar y perder por no actuar es, en el fondo, la diferencia entre quienes aprenden y vuelven a intentarlo, y quienes simplemente desaparecen del juego. Lo cierto es que, en este entorno vertiginoso, lleno de disrupciones y oportunidades, el riesgo ya no es una variable opcional. Es el precio de la entrada al verdadero crecimiento. La cuestión, por tanto, no es si arriesgar o no, sino cómo hacerlo con inteligencia, con estrategia, y con una convicción clara: nadie que haya alcanzado el éxito lo hizo apostando por la certeza. La gloria es, al fin y al cabo, hija del riesgo.