El reloj del colapso: ¿Cómo podría estallar la Tercera Guerra Mundial y arrastrar a los mercados financieros?

Durante la tarde de ayer, mientras repasaba una entrevista con Mar Rute, secretario general de la OTAN, publicada en el New York Times, no pude evitar una inquietud que fue más allá de la política internacional: ¿qué ocurriría con los mercados financieros si el escenario que él describe se materializara? Rute no se limita a advertir sobre un posible conflicto bélico; traza con precisión el que, según su visión, sería el detonante de la Tercera Guerra Mundial y, de paso, un cataclismo económico global.

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MARCOS RAMOS

7/14/20253 min read

Rute plantea un ataque sincronizado por parte de Rusia y China, diseñado para provocar lo que define como “overstretch” de Estados Unidos: un agotamiento excesivo de sus recursos militares. China invadiría Taiwán, mientras Rusia activaría un ataque contra territorios de la OTAN en Europa. Esa doble ofensiva, según Rute, está orientada a forzar a Washington a dividirse en múltiples frentes, debilitando su capacidad de respuesta.

Mientras releía con atención, me asaltó otra pregunta: en un escenario de guerra mundial moderna, no solo se hablaría de tanques y drones, sino también de mercados colapsando, bolsas paralizadas y una huida masiva hacia activos refugio. El propio Rute, aunque centrado en el plano militar, ofrece datos que reflejan una estructura económica de guerra ya en marcha: Rusia produce municiones tres veces más rápido que toda la OTAN junta, y lo hace con el respaldo de aliados como Corea del Norte, Irán y China.

Los mercados suelen reaccionar de forma anticipada a las tensiones geopolíticas, pero este panorama supera cualquier parámetro habitual. Si se diera una invasión simultánea de Taiwán y territorios OTAN, estaríamos hablando de un “evento cisne negro” de proporciones históricas. Las bolsas de valores entrarían en shock. Las acciones tecnológicas, ya sensibles a las tensiones con China, se desplomarían ante la expectativa de sanciones, bloqueos comerciales y una disrupción absoluta de las cadenas de suministro.

Pienso en un dato que no se menciona en la entrevista, pero que es esencial para comprender el efecto financiero: Taiwán produce más del 60% de los semiconductores avanzados a nivel mundial. Una invasión china significaría, en la práctica, la interrupción de un insumo crítico para industrias que van desde el automóvil hasta la defensa. Los mercados, ante semejante escenario, no solo descontarían una guerra, sino una recesión global inmediata.

Rute menciona que la única respuesta posible para evitar este colapso sería el aumento masivo del gasto militar en Occidente, superando el 5% del PIB en países europeos, e incorporando de forma formal a Japón, Corea del Sur y otras naciones del Indopacífico en una especie de “OTAN 2.0”. La lectura financiera de esto es clara: un boom en la industria armamentística, pero con el coste de desequilibrios fiscales en economías ya tensionadas por altos niveles de deuda.

Y es que, como observador de mercados, no puedo ignorar el otro lado del mensaje de Rute: si realmente estamos ante el inicio de un bloque de aliados entre Rusia, China, Irán y Corea del Norte, semejante a los pactos previos a las dos guerras mundiales anteriores, los inversores deberían empezar a contemplar escenarios que hasta ahora parecían fuera de toda lógica: controles de capitales, nacionalizaciones de recursos estratégicos, mercados paralizados durante días o semanas, y un regreso masivo a activos como el oro o incluso las criptomonedas, pese a su volatilidad.

La interconexión que Rute propone —un eje defensivo entre el Atlántico y el Indopacífico— tendría también un impacto directo en el flujo de capitales. Las inversiones chinas en Europa o en Estados Unidos podrían verse bloqueadas, y el dólar, aunque reforzado a corto plazo como activo refugio, estaría sometido a tensiones inéditas a medida que aumenten los déficits por gasto militar.

Al finalizar la lectura de la entrevista, lo que queda no es solo la impresión de un conflicto militar, sino la imagen de un ajuste estructural global. Rute describe un mundo que ya no opera bajo las reglas de la globalización clásica. La guerra de Ucrania, asegura, no sería más que un ensayo: una prueba general para medir la resistencia de Occidente antes de un ataque sincronizado a gran escala.

Y ese concepto —el “overstretch”— adquiere un sentido doble. No solo se refiere a la capacidad militar, sino también a la capacidad financiera y económica de sostener una guerra prolongada en varios frentes. La historia ofrece lecciones claras: en 1914 y en 1939, los mercados ignoraron hasta el último momento las señales de un conflicto inminente. Cuando reaccionaron, ya era tarde.

Hoy, al mirar hacia el horizonte geopolítico y financiero, la pregunta ya no es si habrá una Tercera Guerra Mundial, sino si los mercados están preparados para soportarla sin colapsar. La sensación que queda tras escuchar a Rute es que el reloj, silenciosamente, ya ha comenzado su cuenta atrás.