El precio oculto de la era Trump: Europa ante el peaje militar y comercial
Cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos, confieso que muchos en Europa vimos su victoria con una mezcla de incredulidad y temor. Sabíamos que se avecinaban cambios profundos, pero no imaginábamos cuán rápido ni cuán hondo llegarían a afectarnos. Hoy, casi una década después, puedo afirmar que uno de los primeros y más palpables efectos económicos de aquel seísmo político fue la imposición de aranceles a las exportaciones europeas.
ACTUALIDAD MERCADOS
RAMON GARCIA
4/30/20253 min read


Sin embargo, aquel movimiento comercial solo fue la antesala de un impacto aún mayor, uno que sigue modelando nuestras economías y nuestras políticas de defensa. Recuerdo cómo, en los primeros meses de su mandato, Trump anunció la imposición de una tasa del 10% sobre productos europeos. Aunque la noticia ocupó los titulares y generó tensiones inmediatas, pronto quedó claro que no se trataba de una medida aislada. Era la declaración de una guerra comercial en toda regla, cuyo desenlace todavía hoy es incierto. La improvisación, el pulso permanente con la élite económica estadounidense y el desafío abierto a los mercados financieros internacionales configuraban un escenario volátil.
A los europeos no nos quedaba más que esperar los resultados de un pulso del que, paradójicamente, no éramos actores principales, sino peones. Los intentos de negociación, como el plazo improvisado de 90 días para renegociar las condiciones comerciales, mostraban más una huida hacia adelante de la Casa Blanca que una verdadera estrategia. China, el principal objetivo de las medidas de Trump, respondió con firmeza: no habría negociación. La guerra comercial se instalaba así como una realidad de la que solo podíamos anticipar consecuencias parciales. En Alemania, por ejemplo, las previsiones económicas se resintieron de inmediato. No era solo el efecto Trump: la recesión que arrastraban desde hacía dos años se agravó, y la previsión de crecimiento para aquel año se redujo a un decepcionante 0%. Sin embargo, si algo ha demostrado el paso de Trump por la historia reciente es que su verdadero legado para Europa no se encuentra solo en los aranceles. Hay una consecuencia aún más profunda y de largo alcance: la reconfiguración de la política de defensa europea.
Antes incluso de tomar posesión, Trump envió un mensaje claro a los aliados de la OTAN: esperaba que sus socios elevaran su gasto militar al 5% del PIB. Una cifra desorbitada si se compara con los niveles de inversión anteriores, y que parecía más un tributo impuesto por el nuevo emperador del orden occidental que una medida de seguridad colectiva. Nos enfrentábamos a un verdadero "impuesto imperial", una forma de peaje para seguir accediendo al mercado estadounidense, el mayor del mundo. Inicialmente, en Europa hubo reticencias. La idea de destinar cientos de miles de millones adicionales al gasto militar no resultaba popular en unas sociedades acostumbradas a priorizar el estado del bienestar. Pero, poco a poco, y quizá contagiados por el clima de incertidumbre global, los líderes europeos empezaron a aceptar la imposición. La gran incógnita, que aún hoy persiste, es si esta mayor inversión fortalecerá una industria de defensa europea autónoma o si, por el contrario, acabará inflando las cuentas de resultados de los gigantes estadounidenses —y, en algunos casos, israelíes— del armamento. Un ejemplo reciente ilustra la magnitud de esta dependencia. La polémica generada en España por la compra de munición israelí, finalmente cancelada, puso de manifiesto las contradicciones de nuestra política de defensa. Mientras el ministro Fernando Grande-Marlaska se vio obligado a dar marcha atrás, el Ministerio de Defensa, dirigido por Margarita Robles, defendía las adquisiciones alegando que se trataba de "tecnologías insustituibles". Un argumento que, en definitiva, legitima la dependencia europea de proveedores extranjeros.
No es un tema menor. La economía de la Unión Europea, con sus 17 billones de euros de PIB, tendría que destinar, en caso de cumplir con la exigencia del 5%, más de 800.000 millones de euros anuales a defensa. Una cantidad colosal que podría transformar por completo nuestras prioridades presupuestarias, nuestros modelos económicos y, en definitiva, nuestro propio proyecto político europeo. Hoy, mientras escribo estas líneas, constato que el verdadero efecto de la era Trump no se mide en las tasas arancelarias ni en las previsiones de crecimiento revisadas a la baja. Se mide en una transformación silenciosa pero profunda de nuestras prioridades: más gasto militar, más dependencia tecnológica y más sometimiento a las reglas de un mundo en el que la fuerza vuelve a ser la moneda de cambio principal. En este nuevo escenario, Europa debe decidir si quiere ser simplemente un socio obediente o si aspira a construir una autonomía estratégica real. Porque, como nos ha enseñado esta última década, las decisiones que otros toman al otro lado del Atlántico tienen consecuencias directas, profundas y duraderas en nuestras vidas.
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