El nuevo tablero del Pacífico: entre maniobras, advertencias y la sombra de la guerra
Durante años observé cómo el Pacífico era percibido por muchos como un escenario de equilibrio geopolítico, una vasta extensión oceánica donde coexistían rutas comerciales, pactos de defensa y tensiones latentes. Sin embargo, lo que presencio ahora supera todo lo visto antes.
ACTUALIDAD MERCADOS
RAMON GARCIA
4/23/20253 min read


El tablero se ha reconfigurado y las piezas se han desplazado con velocidad y determinación. En el centro de este nuevo juego estratégico están dos gigantes: Estados Unidos y China, cara a cara, midiéndose no solo con declaraciones, sino con buques de guerra, bases militares y maniobras de presión.
Lo que comenzó como un pulso comercial se ha transformado en una lucha por la hegemonía global. Desde que la Administración Trump intensificó su política arancelaria contra Pekín, quedó claro que esta disputa no iba a quedarse en los despachos de comercio exterior.
El mar de la China Meridional, el estrecho de Taiwán, las bases en Guam, Okinawa y Filipinas... todo se ha convertido en fichas críticas de una partida cuyo desenlace es tan incierto como potencialmente devastador. En las últimas semanas he seguido con atención las imágenes de ejercicios militares en Filipinas, las pruebas misilísticas chinas en las aguas del sur, y las declaraciones de ambos bandos que se alternan entre la advertencia y la amenaza directa.
La tensión se percibe con crudeza. Estados Unidos despliega la mayor Armada del mundo y activa operaciones en coordinación con Japón, Corea del Sur, Australia y Filipinas. Por su parte, China expande su red de bases, ensaya armamento de precisión y fortalece su control sobre zonas marítimas disputadas. Lo más preocupante no es solo la dimensión militar del conflicto, sino la fractura política que lo acompaña. En su afán por concentrarse en Asia, la Casa Blanca ha comenzado a chocar con algunos de sus aliados tradicionales. Se percibe un desgaste en la cohesión occidental, justo en un momento en que la unidad resulta esencial para contener una escalada mayor.
Desde Europa hasta el Pacífico Sur, los equilibrios diplomáticos tambalean mientras Washington endurece el tono y busca respaldo para su estrategia de presión total. China, por su parte, ha dejado claro que no está dispuesta a retroceder. He escuchado con atención los discursos de sus líderes, firmes en la idea de que su ascenso es legítimo e irreversible.
La apuesta del régimen es clara: consolidar su influencia regional y global, incluso a costa de desafiar abiertamente a la potencia que ha liderado el orden mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Taiwán se ha convertido en el principal punto de fricción. Las advertencias mutuas son explícitas y cada maniobra parece un ensayo general para un eventual enfrentamiento. Los datos hablan por sí solos.
China moviliza más de 600 millones de personas preparadas para el combate, mientras que Estados Unidos mantiene la supremacía tecnológica y nuclear. El equilibrio es precario, y cualquier error de cálculo podría desencadenar una cadena de reacciones difíciles de contener.
He conversado con analistas que coinciden en un punto: el peligro ya no está en un conflicto total premeditado, sino en un incidente menor, un choque accidental, un disparo fuera de protocolo que desate lo inevitable. A pesar de ello, aún queda espacio para la diplomacia. Las cumbres, los pactos bilaterales, los acuerdos en el sudeste asiático podrían ofrecer vías de distensión. Pero el margen es estrecho. Las maniobras militares se intensifican, y con ellas, la desconfianza. En el fondo, no se trata solo de comercio ni de territorios en disputa, sino de un modelo de liderazgo global que está en crisis.
Mientras unos intentan preservar su dominio, otros reclaman su lugar en la mesa de decisiones. He recorrido suficientes archivos de la historia reciente como para saber que los conflictos no siempre estallan cuando las tensiones están en su punto más alto. A veces, es en el aparente estancamiento cuando se comete el error que enciende la chispa.
Hoy, el Pacífico no es solo un océano entre dos mundos: es un campo minado donde el futuro del orden internacional podría reescribirse. Y en ese tablero, todos, directa o indirectamente, estamos implicados.
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