El dólar estadounidense, entre la hegemonía y la fragilidad
He seguido con atención el reciente debate sobre el futuro del dólar estadounidense como moneda de reserva global.
ACTUALIDAD MERCADOS
EMMA TUCKER
5/28/20254 min read


Se trata de un asunto que no solo afecta a los mercados financieros, sino también al equilibrio geopolítico y a la forma en que las naciones gestionan su comercio y sus reservas. La contundente conclusión a la que llego es clara: el dólar no tiene rival hoy en día, aunque su supremacía no es absoluta ni está exenta de desafíos. He sido testigo de cómo, durante décadas, el dólar y los bonos del Tesoro de Estados Unidos han actuado como activos refugio en tiempos de incertidumbre. Sin embargo, episodios recientes, como las caídas generalizadas en los mercados tras la imposición de aranceles por parte de la administración Trump, me han mostrado una nueva dinámica. Lo que antes parecía incuestionable, es decir, la capacidad del dólar para sostenerse como refugio seguro, ahora se tambalea ligeramente en el imaginario colectivo. Pero conviene matizar: los movimientos recientes no bastan para poner fin a su reinado. La magnitud de la economía estadounidense, que aún representa una cuarta parte de la economía global, y el tamaño colosal de su mercado financiero, confirman la posición central del dólar.
Cerca del 60% de las reservas mundiales están denominadas en dólares, y más de la mitad del comercio global se lleva a cabo en esa divisa, incluso en transacciones donde ni el comprador ni el vendedor son estadounidenses. Además, casi la mitad de los bonos emitidos a nivel internacional utilizan el dólar como denominación. Durante mis investigaciones, me ha llamado especialmente la atención la comparativa entre el mercado de bonos estadounidense y sus principales competidores. El volumen medio diario de negociación de los bonos del Tesoro a 10 años alcanzó en 2024 la asombrosa cifra de 1,1 billones de dólares. Por contraste, el mercado del bund alemán, la referencia europea, movió apenas 13.500 millones de euros diarios. Esta diferencia abismal pone de manifiesto que ningún otro mercado ofrece la liquidez, profundidad y diversificación que caracterizan al sistema financiero estadounidense. Ni siquiera la Eurozona, con el euro como segunda moneda de reserva mundial, logra acercarse a estos niveles.
La fragmentación de su mercado y la disparidad de riesgo entre los emisores soberanos —con Alemania en un extremo y países como Grecia o Italia en el otro— limitan la capacidad del euro para rivalizar con el dólar. Asimismo, aunque varios países mantienen la máxima calificación crediticia —Alemania, Suiza, Australia, entre otros—, carecen de un mercado financiero tan líquido y amplio como el estadounidense. He observado que la congelación de activos internacionales del banco central ruso, valorados en 300.000 millones de dólares, tras la invasión de Ucrania, marcó un antes y un después. Para muchos países no occidentales, el bono del Tesoro estadounidense dejó de percibirse como un activo sin riesgo. En consecuencia, estas naciones han intensificado su búsqueda de alternativas. Un ejemplo notable es el comercio entre China y Rusia, que ya se realiza en yuanes chinos, y cuyos excedentes se convierten en oro, fuera del alcance del dólar. Aun así, y a pesar de estos movimientos, no vislumbro una divisa capaz de reemplazar al dólar en el corto o medio plazo.
Su hegemonía se fundamenta no solo en la magnitud de su mercado y en su demanda estructural, sino también en el poderío militar estadounidense y en sus alianzas geopolíticas. No obstante, advierto una erosión paulatina de su liderazgo. El endeudamiento creciente de Estados Unidos y sus elevados déficits fiscales son focos de preocupación que podrían, a largo plazo, restarle atractivo y estabilidad. En definitiva, aunque el dólar no tiene competencia hoy, su reinado no está exento de grietas. La falta de una alternativa real y la magnitud de su ecosistema financiero le aseguran el trono, al menos por ahora. Sin embargo, los acontecimientos recientes y la creciente fragmentación geopolítica sugieren que su dominio no será tan absoluto como lo fue en el pasado. Este proceso no será brusco, sino gradual y medido. Como observador de estos movimientos, solo puedo concluir que la historia de la moneda estadounidense aún no ha escrito su último capítulo. Y su futuro, aunque robusto, está expuesto a las tensiones de un mundo en constante cambio.
Asimismo, aunque varios países mantienen la máxima calificación crediticia —Alemania, Suiza, Australia, entre otros—, carecen de un mercado financiero tan líquido y amplio como el estadounidense. He observado que la congelación de activos internacionales del banco central ruso, valorados en 300.000 millones de dólares, tras la invasión de Ucrania, marcó un antes y un después. Para muchos países no occidentales, el bono del Tesoro estadounidense dejó de percibirse como un activo sin riesgo. En consecuencia, estas naciones han intensificado su búsqueda de alternativas.
Un ejemplo notable es el comercio entre China y Rusia, que ya se realiza en yuanes chinos, y cuyos excedentes se convierten en oro, fuera del alcance del dólar. Aun así, y a pesar de estos movimientos, no vislumbro una divisa capaz de reemplazar al dólar en el corto o medio plazo. Su hegemonía se fundamenta no solo en la magnitud de su mercado y en su demanda estructural, sino también en el poderío militar estadounidense y en sus alianzas geopolíticas. No obstante, advierto una erosión paulatina de su liderazgo. El endeudamiento creciente de Estados Unidos y sus elevados déficits fiscales son focos de preocupación que podrían, a largo plazo, restarle atractivo y estabilidad.
En definitiva, aunque el dólar no tiene competencia hoy, su reinado no está exento de grietas. La falta de una alternativa real y la magnitud de su ecosistema financiero le aseguran el trono, al menos por ahora. Sin embargo, los acontecimientos recientes y la creciente fragmentación geopolítica sugieren que su dominio no será tan absoluto como lo fue en el pasado. Este proceso no será brusco, sino gradual y medido.
Como observador de estos movimientos, solo puedo concluir que la historia de la moneda estadounidense aún no ha escrito su último capítulo. Y su futuro, aunque robusto, está expuesto a las tensiones de un mundo en constante cambio.
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