El colapso del endeudamiento público hunde a Trump: una visión desde los mercados

Desde mi atalaya de análisis financiero internacional, he seguido con atención quirúrgica el progresivo deterioro económico que provocaron las políticas del expresidente estadounidense Donald Trump. Ya en su momento, el economista Nouriel Roubini advirtió que las decisiones de Trump contradecían los fundamentos de crecimiento de la economía norteamericana y que su desenlace sería inevitablemente inflacionario.

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EMILIANO GÓMEZ

5/14/20252 min read

Hoy, puedo constatar que esa predicción se ha cumplido con alarmante precisión. Las medidas arancelarias impulsadas por la administración Trump, aplicadas sin moderación y sin la necesaria evaluación de sus impactos en los mercados globales, desataron una tormenta perfecta. El presidente de la Reserva Federal (Fed), Jerome Powell, se vio obligado a enfrentar tanto la presión mediática como las agresivas críticas del propio Trump, quien llegó incluso a exigir públicamente una bajada inmediata de los tipos de interés, acusando a la Fed de actuar siempre “demasiado tarde”. Desde mi experiencia en la lectura de los ciclos financieros internacionales, puedo afirmar que Powell entendía perfectamente que la ley lo amparaba y que su mandato le exige independencia.

Sin embargo, los mercados, especialmente Wall Street, comenzaron a descontar un escenario de colapso en la deuda pública estadounidense. Los bonos del Tesoro, considerados tradicionalmente refugio seguro, empezaron a perder valor aceleradamente. La expectativa de una recesión técnica —definida como dos o más trimestres consecutivos de contracción del PIB— era ya palpable. La relación inversa entre los precios de los bonos y sus rendimientos se hizo evidente. El colapso de la deuda pública estadounidense llevó los rendimientos de los bonos del Tesoro a niveles insospechados, generando una masiva venta de estos activos en los mercados internacionales.

Como consecuencia directa, se produjo un desplome de los índices bursátiles, arrastrando a Wall Street y generando un efecto dominó en los mercados globales. Los aranceles adicionales impuestos por Trump forzaron a la industria manufacturera norteamericana a asumir costes desproporcionados en bienes intermedios e insumos, alimentando así la inflación de manera estructural. La cadena de valor global se vio interrumpida, provocando distorsiones que aún hoy analizamos en los despachos de inversión con suma preocupación. En paralelo, la tensión comercial con China alcanzó niveles insostenibles. La amenaza de aranceles del 145% sobre las importaciones chinas paralizó temporalmente las exportaciones del gigante asiático.

En ese contexto, mis previsiones apuntaban a que las negociaciones bilaterales se convertirían en la única vía de escape para ambas economías interdependientes. Europa, mientras tanto, intentaba capitalizar la crisis con una renovada estrategia de resiliencia. En mi opinión, este periodo ofreció a la eurozona una ventana única para reforzar su moneda como divisa de reserva global, aunque con resultados todavía inciertos. En lo que respecta al mercado energético, observé cómo la decisión de la OPEP de aumentar la producción fue determinante. La noticia de la subida de la oferta provocó un descenso inmediato en el precio del Brent de más del 8% y una caída del 7,5% en el West Texas Intermediate.

Arabia Saudita, clave en el tablero petrolero global, anunció su voluntad de mantener precios bajos y aumentar la producción hasta los 2,2 millones de barriles diarios. Sin duda, esta maniobra buscaba contener el impacto inflacionario global y preservar la estabilidad de los mercados de energía. En definitiva, como analista financiero, sigo sosteniendo que el legado económico de Trump dejó profundas cicatrices en la arquitectura financiera global. Su apuesta por políticas arancelarias y su presión inadecuada sobre la Reserva Federal aceleraron una dinámica de volatilidad, desconfianza y corrección severa en los mercados que aún hoy seguimos evaluando.