El BCE vuelve a bajar tipos: ¿una apuesta o una defensa?

El reciente movimiento del Banco Central Europeo no me ha sorprendido. Por octava vez consecutiva, la institución ha recortado los tipos de interés, esta vez en 25 puntos básicos. A partir del 7 de junio, los tres principales tipos —depósitos, refinanciación y financiación marginal— quedarán fijados en el 2 %.

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JON FERGUSON

6/19/20253 min read

Es una decisión que refleja tanto una convicción como una estrategia de defensa ante los vientos cruzados que golpean la economía global. La proyección del BCE para la inflación es clara: 2 % para este año, una bajada al 1,6 % en 2026, y de nuevo el 2 % en 2027. Ese equilibrio —ni sobrecalentamiento ni estancamiento— es el que busca el BCE para navegar en medio de una tormenta que no cesa. Porque no se trata solo de inflación, sino también del ruido geopolítico, del proteccionismo rampante y de las decisiones, muchas veces imprevisibles, de otros actores clave, como la administración estadounidense. Lo que el BCE busca ahora es reforzar la resiliencia de la economía europea: mejorar la financiación, facilitar el crédito, dinamizar el consumo.

En un contexto en que se incrementan las tensiones comerciales, especialmente por los nuevos aranceles impuestos desde Washington, mantener activa la demanda interna es crucial. Si hay que capear el temporal, Europa necesita hacerlo con una economía más robusta desde dentro. Las previsiones de crecimiento no son espectaculares, pero sí sólidas: un PIB en aumento del 0,9 % en 2025, 1,1 % en 2026 y 1,3 % en 2027. No es crecimiento a gran velocidad, pero sí una señal de que hay margen para estabilizar la situación si se mantienen las condiciones monetarias adecuadas. El BCE confía también en que el gasto en defensa, las inversiones en infraestructuras y una mejora gradual de los salarios puedan fortalecer el mercado laboral y el consumo doméstico. Ahora bien, el contexto no ayuda.

Los nuevos aranceles estadounidenses han provocado una caída del 40 % en las compras de productos europeos por parte de EE. UU. en lo que va de año. Una pérdida significativa que genera incertidumbre. No es fácil prever cómo evolucionará este entorno. Es, más bien, un tablero plagado de factores exógenos y decisiones unilaterales. Desde la óptica de los hogares, esta rebaja de tipos puede aliviar ligeramente las hipotecas o los créditos, aunque el verdadero efecto dependerá también de la evolución del Euríbor y del tipo de deuda.

Para los inversores, esta coyuntura podría justificar una nueva lectura del clásico equilibrio entre renta variable y renta fija. La tradicional proporción 60/40 entre acciones y bonos públicos vuelve a ponerse sobre la mesa. No es un asunto menor. Los bonos estadounidenses a diez años, por ejemplo, están en manos de grandes inversores globales —entre ellos China—, que los utilizan como escudo frente a la volatilidad de Wall Street. Si esos bonos se venden en masa, sus precios caerán y los rendimientos subirán.

Esto podría provocar nuevas disrupciones en los mercados y, además, empujar aún más a los inversores a diversificar hacia activos de riesgo. Me recuerda, inquietantemente, a los desequilibrios que precedieron a la crisis de 1929. Y en el fondo de todo esto, persiste el enfrentamiento político. En una reciente rueda de prensa, el expresidente Trump arremetía contra el presidente de la Reserva Federal, acusándolo de reaccionar tarde, de no actuar con diligencia ante la presión del dólar y los tipos. Las tensiones entre la política monetaria y la estrategia gubernamental estadounidense añaden ruido a un escenario ya de por sí volátil.

En definitiva, la decisión del BCE es coherente con su mandato y con la realidad que enfrenta Europa. Pero su éxito no dependerá solo de los tipos, sino de cómo se mueva el resto del tablero. Porque en este juego, las piezas ya no responden a reglas previsibles.