EE.UU. y China: dos gigantes al borde del abismo

La historia económica está llena de lecciones no aprendidas. Hoy, como economista y observadora de la evolución de las relaciones internacionales, me veo obligada a señalar que el rumbo que están tomando Estados Unidos y China en su actual conflicto comercial nos conduce, sin frenos, hacia una crisis de escala global. No es la primera vez que el mundo se enfrenta a una espiral de proteccionismo. Tampoco será la última. Pero pocas veces el enfrentamiento entre dos potencias ha puesto en jaque de forma tan directa al sistema comercial internacional como lo está haciendo ahora.

ACTUALIDAD MERCADOS

ALEX SEGURA

4/17/20253 min read

La historia económica está llena de lecciones no aprendidas. Hoy, como economista y observadora de la evolución de las relaciones internacionales, me veo obligada a señalar que el rumbo que están tomando Estados Unidos y China en su actual conflicto comercial nos conduce, sin frenos, hacia una crisis de escala global. No es la primera vez que el mundo se enfrenta a una espiral de proteccionismo. Tampoco será la última. Pero pocas veces el enfrentamiento entre dos potencias ha puesto en jaque de forma tan directa al sistema comercial internacional como lo está haciendo ahora.

Los aranceles, esa vieja tentación de las economías industrializadas, reaparecen hoy con fuerza, impulsados por discursos populistas que prometen recuperar empleos y reducir déficits comerciales. La administración estadounidense, bajo el liderazgo de Donald Trump, ha recurrido a ellos como si fueran una solución mágica. Pero la evidencia empírica —y la experiencia histórica— nos dicen otra cosa: cuando los aranceles se aplican de forma masiva y sin una estrategia industrial clara, las consecuencias son profundamente negativas. Lo vimos en el siglo XIX, cuando el norte de EE.UU. utilizó los aranceles para proteger su industria y casi provocó la secesión del sur. Lo sufrimos en los años treinta, cuando medidas similares contribuyeron al colapso económico de la Gran Depresión.

Y lo estamos viendo ahora, con una guerra arancelaria que ya ha comenzado a fracturar las cadenas globales de producción, encarecer bienes y avivar las tensiones geopolíticas. Los efectos no tardan en aparecer. En primer lugar, los aranceles disparan la inflación. Grandes cadenas de distribución, supermercados y empresas de consumo masivo se ven obligados a trasladar el aumento de costes al consumidor final. Y aunque algunas empresas puedan absorber temporalmente el impacto, lo cierto es que en el largo plazo, todos —especialmente los sectores más vulnerables— terminan pagando el precio.

No es casual que los países más pobres, que suelen tener mayores déficits comerciales con EE.UU., sean los primeros en verse afectados. En segundo lugar, estas medidas desestabilizan las cadenas de suministro. En un mundo donde la mayoría de los productos, especialmente los tecnológicos, dependen de componentes fabricados en múltiples países, imponer restricciones comerciales de forma repentina genera un caos logístico que paraliza industrias enteras.

Si cada semana se introducen nuevos aranceles, ¿cómo planificar la producción? ¿Cómo asegurar el abastecimiento de piezas críticas? La incertidumbre se convierte en norma, y la eficiencia desaparece. Y en tercer lugar, la represalia es inevitable. Ningún país acepta de buen grado ser blanco de medidas proteccionistas. China, con su creciente peso económico y político, no ha dudado en responder. No solo ha aplicado aranceles a productos estadounidenses, sino que también ha comenzado a reforzar sus lazos con otros socios comerciales, tejiendo una red de alianzas destinada a reducir su dependencia del mercado norteamericano.

Esta estrategia, lejos de ceder, se ha endurecido. El mensaje desde Pekín es claro: no se van a doblegar. Esto nos deja frente a una paradoja preocupante: dos de los actores más poderosos de la economía global están atrapados en una dinámica de confrontación que amenaza con empujar al mundo a una nueva era de fragmentación. Y lo hacen justo cuando más necesitamos cooperación para enfrentar desafíos comunes: el cambio climático, la transformación tecnológica, las desigualdades globales.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía y voz autorizada en asuntos de comercio internacional, lo advirtió hace años: los aranceles son una herramienta del pasado. Usarlos en el siglo XXI no solo es ineficaz, es irresponsable. Porque en un sistema interconectado, los costes del proteccionismo no se limitan a una sola nación; se extienden como una ola que afecta a toda la economía mundial.

Lo que estamos presenciando no es simplemente una disputa comercial. Es una lucha por la hegemonía global que se está librando con instrumentos obsoletos. Y como economista, no puedo dejar de preguntarme cuánto más resistirá el sistema internacional antes de colapsar bajo el peso de estas tensiones. China y Estados Unidos están en rumbo de colisión. Y si no se produce un giro inmediato hacia el diálogo y la sensatez, el abismo que hoy parece lejano se convertirá pronto en una realidad insalvable.