China y Estados Unidos: el abismo de una guerra económica anunciada
Por momentos, la política internacional se parece más a una partida de ajedrez entre titanes que a un escenario de colaboración global. Esa impresión se ha intensificado en los últimos años, particularmente al observar el deterioro progresivo de las relaciones entre China y Estados Unidos. Como economista y observador constante de los flujos comerciales mundiales, he sido testigo de cómo la creciente imposición de aranceles —bajo la apariencia de proteger la economía nacional— ha terminado por ahondar heridas estructurales en el comercio global. Y lo que es más preocupante: estamos frente a una espiral que amenaza con arrastrarnos a un abismo económico sin precedentes. Los aranceles son, históricamente, una herramienta tentadora.
ACTUALIDAD MERCADOS
JOSE LUÍS CARVAJAL
4/16/20253 min read


Por momentos, la política internacional se parece más a una partida de ajedrez entre titanes que a un escenario de colaboración global. Esa impresión se ha intensificado en los últimos años, particularmente al observar el deterioro progresivo de las relaciones entre China y Estados Unidos. Como economista y observador constante de los flujos comerciales mundiales, he sido testigo de cómo la creciente imposición de aranceles —bajo la apariencia de proteger la economía nacional— ha terminado por ahondar heridas estructurales en el comercio global. Y lo que es más preocupante: estamos frente a una espiral que amenaza con arrastrarnos a un abismo económico sin precedentes. Los aranceles son, históricamente, una herramienta tentadora.
Para algunos gobiernos, representan una forma rápida de mostrar firmeza ante una supuesta amenaza externa y un intento de proteger sectores industriales internos en declive. Pero esta estrategia, cuando se aplica de forma masiva, rara vez ha traído beneficios duraderos. Más bien al contrario: suele desencadenar efectos negativos que superan con creces sus aparentes ventajas. En el caso reciente de Estados Unidos, las tarifas impuestas a las importaciones chinas responden a una visión distorsionada del comercio exterior. Bajo un discurso nacionalista, se promueve la idea de que aislarse del competidor asiático fortalecerá la producción nacional, pero los hechos demuestran lo contrario.
En primer lugar, los aranceles aumentan directamente los precios. Grandes cadenas de supermercados y distribuidores se ven obligados a trasladar ese sobrecoste al consumidor final. Y cuando el coste de la vida se incrementa sin un aumento proporcional de los salarios, la inflación no tarda en aparecer. He analizado cómo esa dinámica castiga con más dureza a los sectores más vulnerables de la sociedad, esos que ya de por sí destinan la mayor parte de sus ingresos a bienes básicos. Pero los efectos no se detienen ahí. Las cadenas de suministro globales son hoy extraordinariamente complejas. Un simple teléfono móvil puede tener componentes de cinco o seis países distintos. Cuando se interrumpe la entrada de una pieza esencial —por ejemplo, un chip producido en Asia—, toda la producción se ve comprometida. Las empresas deben buscar alternativas en otros mercados, lo cual implica más tiempo, más inversión y, en muchos casos, menor calidad. Esta disrupción genera un efecto dominó que ralentiza la economía, disminuye la competitividad y termina perjudicando incluso a los mismos sectores que supuestamente se querían proteger. A ello se suma el tercer y más peligroso efecto: las represalias. Ningún país está dispuesto a permanecer impasible cuando se le agrede comercialmente.
China, lejos de ceder, ha respondido con medidas similares. Además, ha comenzado a enviar señales claras de que no tiene intención de ceder en este pulso. Esto significa que la confrontación no sólo persiste, sino que escala. Cada nueva medida es respondida con otra. Cada intento de presión se convierte en un bumerán que regresa con más fuerza. La historia nos ofrece lecciones que no deberíamos ignorar. En otras épocas, políticas arancelarias similares derivaron en crisis económicas profundas. La Gran Depresión fue alimentada por decisiones proteccionistas que aislaron a las economías en un momento en que se necesitaba cooperación. Hoy, en un mundo mucho más interconectado y dependiente de los flujos comerciales, repetir esos errores es doblemente peligroso. Como economista, no puedo sino advertir el riesgo al que nos estamos exponiendo. Los dos grandes actores económicos del siglo XXI están protagonizando una confrontación en la que no hay vencedores claros.
Mientras tanto, el resto del mundo observa con preocupación, sabiendo que una fractura entre China y Estados Unidos puede arrastrar consigo a las economías más pequeñas, disparar la volatilidad de los mercados y minar la confianza global en los sistemas de comercio multilaterales. Estamos, pues, ante una coyuntura crítica. Y es imprescindible que los líderes comprendan que las decisiones de hoy marcarán el rumbo de las próximas décadas. Si no se impone el diálogo, si no se recupera la sensatez y se apuesta por el entendimiento, el abismo será inevitable. Y no habrá economía, por grande que sea, capaz de escapar de su caída.
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