China y el arte de negociar con un as en la manga.

Hemos vuelto a la casilla de salida en la negociación comercial entre Estados Unidos y China. No importa cuántas veces parezca que hay un avance: siempre hay algo que detona un nuevo ciclo. Esta semana, las delegaciones de ambos países se han reunido en Londres tras días intensos de negociación, pero lo que se ha logrado hasta ahora dista mucho de ser una solución sólida. Como en otras ocasiones, lo que se ha transmitido públicamente es más humo que acuerdos concretos. Mientras el presidente de EE. UU. se muestra satisfecho, en Pekín la postura es más discreta, más calculada.

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EMMA TUCKER

6/17/20252 min read

Xi Jinping no necesita grandes declaraciones para ganar terreno. China aplica su estrategia con método, sin dejarse arrastrar por los titulares ni por las urgencias electorales del adversario.

Lo que está claro es que hemos vuelto a ver el mismo patrón: EE. UU. presiona, China espera. Y mientras tanto, los aranceles y las restricciones siguen distorsionando el comercio global sin resolver el desequilibrio de fondo. Desde hace años, cada episodio en esta saga comercial termina por mostrar una misma realidad: China siempre guarda un as en la manga. Y esta vez, su carta ganadora han sido las tierras raras. Esos elementos minerales, imprescindibles para la industria tecnológica y armamentística, de los que EE. UU. depende críticamente. Durante mucho tiempo se subestimó el poder estratégico que representa este dominio. Hoy, sin embargo, la necesidad de estos recursos por parte de la industria estadounidense se ha convertido en una vulnerabilidad difícil de disimular.

La Casa Blanca sostiene que está ganando, que China se ha visto obligada a hacer concesiones. Pero la realidad es más compleja. Pekín ha cedido parcialmente en ciertos frentes, sí, pero solo lo justo para mantener la puerta abierta y alargar los plazos. Mientras tanto, el daño se traslada al crecimiento estadounidense, cuyas previsiones se han recortado nuevamente. La inflación sigue al alza, la producción se encarece, y el dólar —aunque fuerte— ya no proyecta la misma sensación de estabilidad. Desde el lado norteamericano, se insiste en que los aranceles son una herramienta válida para corregir el déficit y equilibrar el juego. Pero los hechos contradicen esa narrativa. Lo que se observa es un autoimpuesto encarecimiento de insumos esenciales, una tensión innecesaria con socios y una creciente dependencia de sectores críticos fuera del país.

El gran error, a mi modo de ver, ha sido infravalorar el grado de interdependencia actual. Estados Unidos no puede reconstruir su autosuficiencia manufacturera de la noche a la mañana. En cambio, China ha sabido gestionar el tiempo a su favor, manteniendo acceso a mercados clave y reforzando su imagen de potencia responsable en foros internacionales. Si alguien ha entendido cómo jugar a largo plazo, ha sido China.

Frente a la improvisación y la política de presión inmediata, su estrategia muestra paciencia y capacidad de adaptación. Ha esperado el momento adecuado para mostrar sus cartas, y lo ha hecho justo cuando más falta le hace a EE. UU. resolver sus urgencias internas. Quizá aún haya margen para corregir el rumbo, pero si algo nos demuestra este nuevo capítulo es que, en el gran tablero comercial global, no basta con fuerza. Hay que tener visión. Y en esa partida, Pekín lleva varios movimientos de ventaja.