China contraataca: la guerra comercial se convierte en un pulso financiero

Nunca pensé que veríamos una escalada tan feroz, pero aquí estamos. Lo que comenzó como una disputa comercial entre dos gigantes económicos ha evolucionado en una guerra de alcance mucho más amplio. China no solo responde con más aranceles a las medidas de Washington, sino que ha sacado a relucir un arma financiera de gran calibre: la venta masiva de bonos del Tesoro estadounidense. Y vaya si se siente el impacto. He seguido de cerca esta guerra comercial desde sus primeros compases. Recuerdo cuando las tensiones eran simplemente eso: anuncios, amenazas, medidas simbólicas. Pero hoy, el conflicto ha cruzado una línea. e la publicación.

ACTUALIDAD MERCADOS

DANIEL GIL

4/14/20253 min read

Nunca pensé que veríamos una escalada tan feroz, pero aquí estamos. Lo que comenzó como una disputa comercial entre dos gigantes económicos ha evolucionado en una guerra de alcance mucho más amplio. China no solo responde con más aranceles a las medidas de Washington, sino que ha sacado a relucir un arma financiera de gran calibre: la venta masiva de bonos del Tesoro estadounidense. Y vaya si se siente el impacto. He seguido de cerca esta guerra comercial desde sus primeros compases. Recuerdo cuando las tensiones eran simplemente eso: anuncios, amenazas, medidas simbólicas. Pero hoy, el conflicto ha cruzado una línea.

Con el reciente anuncio de la administración Trump de imponer un arancel del 104% a ciertos productos chinos, Pekín ha dejado atrás cualquier contención. No solo ha elevado sus propias barreras arancelarias, sino que ha trasladado el combate al corazón del sistema financiero mundial: el mercado de deuda estadounidense. Durante años, China ha mantenido una estrategia clara: acumular reservas en dólares gracias a su superávit comercial y reinvertir esas divisas en activos estadounidenses. Esa política le permitió amasar una considerable cartera de bonos del Tesoro, convirtiéndose en una figura clave —aunque no dominante— dentro del sistema financiero norteamericano. A día de hoy, su tenencia ronda los 760.000 millones de dólares. Ahora bien, aquí conviene matizar algo que se repite a menudo, pero que no es del todo cierto: China no es el mayor tenedor de deuda estadounidense. Ese título lo ostenta la Reserva Federal. Incluso entre los tenedores extranjeros, Japón supera a China. Además, buena parte de la deuda está en manos de instituciones estadounidenses, desde fondos de pensiones hasta aseguradoras.

Aun así, la señal que envía China al desprenderse de estos bonos es clara: está dispuesta a jugar duro. La reacción de los mercados ha sido inmediata. El índice de volatilidad VIX ha repuntado, y la rentabilidad de los bonos del Tesoro ha subido al 4,4%. No es una cifra extraordinaria —hemos visto niveles cercanos al 5% en otros momentos—, pero sí revela una tensión subyacente. El mensaje de China no está en cuánto vende, sino en el gesto mismo de hacerlo. Y esto tiene un efecto colateral muy claro: el yuan. Su moneda se ha devaluado con fuerza frente al dólar, tocando su nivel más bajo en dos décadas. A pesar del férreo control de capitales y de la intervención del banco central chino, el mercado percibe vulnerabilidad. El yuan, que aspira a convertirse algún día en moneda de reserva global, hoy solo representa el 4% de las transacciones internacionales.

Su debilidad estructural se hace evidente en momentos como este. Pero aquí es donde la estrategia china se vuelve más compleja. Al vender bonos estadounidenses, debilita su moneda y golpea a su propia economía. No es una jugada sin coste. China lo sabe, y por eso ha activado otras líneas de acción paralelas: la compra masiva de oro por parte de su banco central, la consolidación de alianzas con los países BRICS y una política externa agresiva que le permita proyectar su influencia más allá del dólar. Es una apuesta de largo plazo. Mientras Estados Unidos navega ciclos políticos cada cuatro años, China piensa en décadas. Pekín confía en que la Unión Europea, presionada por la disyuntiva entre Washington y su propia autonomía estratégica, acabe inclinándose hacia el bloque oriental. Y sabe que muchas economías emergentes —ricas en materias primas pero pobres en financiación— están dispuestas a estrechar lazos si eso garantiza inversión, tecnología y apoyo diplomático. No hay señales de que ninguno de los dos bandos esté dispuesto a retroceder. Estados Unidos impone aranceles para presionar. China responde con aranceles y con movimientos financieros. Las negociaciones están estancadas y cada gesto es observado con lupa por los mercados. Lo que está en juego va más allá del comercio bilateral: se trata de la configuración futura del orden económico global. Y mientras todo esto ocurre, nosotros —analistas, ciudadanos, inversores, trabajadores— asistimos a una transformación histórica.

El dólar ya no es incuestionable. El sistema financiero global ya no gira exclusivamente en torno a Wall Street. Estamos presenciando la gestación de un mundo multipolar, con dos bloques que compiten por influencia, control y legitimidad. Este conflicto, en apariencia técnico y financiero, es en realidad profundamente político y estratégico. Es el pulso de dos visiones del mundo, de dos maneras de entender el poder. Y aunque todavía no sabemos quién saldrá victorioso, lo que sí está claro es que el equilibrio de los últimos 30 años ha quedado definitivamente roto. Seguiremos atentos. Porque lo que se decida en los próximos meses —y cómo lo decidan— puede redefinir el futuro de la economía mundial. Y, con él, nuestras vidas.