Calma ante la tormenta: cómo proteger nuestro ahorro en tiempos de incertidumbre
A lo largo de mi trayectoria como ahorrador e inversor, he aprendido que, en los mercados financieros, las tormentas no avisan: simplemente estallan. Esta vez, el epicentro de la volatilidad lleva nombre propio: Donald Trump. Sus guerras comerciales, agitadas a golpe de aranceles improvisados, decisiones erráticas y declaraciones en redes sociales, han devuelto la incertidumbre a las carteras de inversión. No obstante, tras años de crisis —la COVID-19, Ucrania, el Brexit—, he comprendido que el miedo es un pésimo consejero.
ACTUALIDAD MERCADOS
DANIEL GIL
5/1/20253 min read


La clave, como tantas otras veces, es mantener la calma. Durante la última semana, he sido testigo de fuertes caídas y subidas en los mercados. Aun así, percibo que el pequeño inversor ha evolucionado: ya no cunde el pánico como antes. Quizá sea la experiencia o los golpes recibidos, pero ahora muchos entendemos que abandonar el barco en plena tormenta puede salir mucho más caro que resistir. Los gestores, coincidiendo en esta visión, recomiendan actuar con pausa, realizar movimientos calculados y no perder de vista que, incluso en el caos, surgen oportunidades.
La volatilidad como parte del viaje
Es inevitable que las sacudidas de los mercados pongan a prueba nuestra templanza. La incertidumbre no es nueva; lo que cambia es su rostro.
Hoy es Trump, ayer fue la pandemia, mañana será otro acontecimiento. En momentos así, recuerdo las palabras de Jaume Puig, director general de GVC Gaesco Gestión: "Los eventos exógenos tienden a recuperarse rápidamente; los movimientos impulsivos suelen costar mucho dinero". Si vendemos en las caídas, corremos el riesgo de perder las recuperaciones posteriores y vernos obligados a asumir riesgos innecesarios para recuperar el terreno perdido. Por supuesto, no hay que subestimar la volatilidad que generan figuras imprevisibles como Trump. Como señala Miguel Ángel García, de Diaphanum, "no ha pasado la tormenta". Habrá más bandazos, más ruido. Pero eso no debe hacernos replantear nuestro perfil de riesgo a mitad de travesía. Nuestro nivel de riesgo es una brújula que ahora más que nunca debe guiarnos con firmeza. En la práctica, quienes mantenemos un horizonte de inversión a largo plazo tenemos motivos para la esperanza: los mercados, aunque irracionales a corto plazo, tienden a premiar la paciencia y la racionalidad con el tiempo.
¿Qué hacer ahora con nuestro dinero?
En esta coyuntura, he reforzado mi convicción de que la renta variable sigue siendo la opción más atractiva para quienes podemos asumir volatilidad.
Eso sí, resulta fundamental ser selectivos. Hoy más que nunca hay que afinar el análisis: sectores como la energía, las farmacéuticas, las industrias de acero y aluminio o las materias primas ofrecen oportunidades interesantes. Empresas como Golar LNG o Danieli, por ejemplo, son opciones que observo con especial interés. Además, me resulta estratégico considerar una rotación hacia bolsas más baratas, como la europea, donde compañías de servicios como Meliá, Accor o Aéroports de Paris, y farmacéuticas como Novo Nordisk, presentan valoraciones atractivas. Japón y los mercados emergentes también asoman como alternativas a tener en cuenta. Para quienes prefieren no asumir tantos riesgos, existen refugios seguros: el oro —que ha alcanzado máximos históricos— y la deuda de alta calidad ofrecen actualmente rentabilidades muy dignas. De hecho, mantener entre un 5% y un 7% de la cartera en oro físico mediante ETFs puede contribuir a amortiguar la volatilidad global. En el ámbito de la renta fija, optaría por bonos a corto plazo, especialmente alemanes o corporativos de elevada calidad, donde es posible obtener retornos de entre el 7% y el 8% en plazos de 12 a 18 meses.
¿Y qué pasa con los planes de pensiones y el efectivo?
En lo que respecta a los planes de pensiones, sigo el principio de no hacer cambios drásticos. Solo si el rescate está próximo y planeo retirarlo en forma de capital, consideraría algún ajuste. En cuanto al efectivo, procuro mantenerlo en niveles prudentes: alrededor del 15% en carteras conservadoras y un 3% en carteras más agresivas. No obstante, soy plenamente consciente de que, en un contexto de inflación, tener demasiado dinero en depósitos puede implicar pérdidas en términos reales. También es habitual en nuestro país considerar el ladrillo como refugio. Sin embargo, la inversión inmobiliaria, aunque tentadora, implica riesgos considerables: altos costes de entrada, escasa liquidez y el peligro de un aumento de la morosidad en alquileres ante una eventual recesión.
Una lección permanente: serenidad y largo plazo
Cada crisis —y esta no es la excepción— me recuerda que el inversor exitoso no es necesariamente el más audaz, sino el más sereno. Las emociones, por intensas que sean, deben dar paso a la razón. Como me aconsejó un veterano gestor: "No escuches a tu corazón; escucha a tu mente". El ruido de Trump pasará, como pasaron tantas otras crisis. La historia de los mercados es clara: pese a las caídas, el crecimiento a largo plazo ha sido la norma. Y eso es precisamente lo que me impulsa a seguir confiando en el futuro, invirtiendo con criterio y, sobre todo, con paciencia.
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